María Rivera
03/08/2022 - 12:02 am
La lucha contra el patriarcado
«Esta apropiación de las luchas de las mujeres por el poder patriarcal posibilitará que dentro de poco sean los hombres quienes sostengan la narrativa feminista, estoy segura, enalteciendo a sus propias víctimas».
Está por todos lados, querido lector, en la cultura. Las demandas de las mujeres aparecen cada vez más frecuentemente en los medios, en las redes, en las conversaciones, en los libros, y el mismísimo poder enuncia así ya su propia lucha, no solo mujeres feministas de siempre, antes confinadas en una conversación más bien silenciosa.
En la semana leía artículos por aquí y por allá de avances que en los distintos campos culturales están teniendo las distintas causas feministas. Al menos en la retórica, que hoy en día todo el mundo parece haber adoptado en un rapto de conversión que ha logrado cambiarle el rostro a nuestra cultura, antes violentamente machista. Qué alegría, festejan muchas y muchos, que gran logro. De pronto, todo el mundo usa el lenguaje y los conceptos que el feminismo creó para describir los fenómenos de opresión histórica que han sufrido las mujeres. La gente usa la palabra “patriarcado” con una naturalidad sorprendente, incluso hombres (y mujeres) machistas que han sido sus beneficiarios se presentan hoy como rabiosos feministas, aliados, e incluso como sus víctimas, porque se sabe; todos pagan un tributo en el patriarcado, en algún grado, es decir, todos pueden ser sus víctimas, no solo la mujeres, ya sea por el género, o por la orientación sexual o incluso hombres por haber sido culturalmente obligados a representar una masculinidad violenta. Eso, naturalmente, vuelve potencialmente inocentes a todos y desplaza la responsabilidad a esa construcción cultural que llamamos patriarcado. Y es que hay que decirlo así, sin muchos aspavientos: ocupar el lugar simbólico de la víctima o identificarse con ella, reporta muchos dividendos políticos hoy en día y ningún costo para quienes no han padecido la brutalidad de las injusticias producto del poder. Es decir, la situación de injusticia puede perpetuarse, porque no hay necesidad de cambiarla, si es suficiente con la simulación del poder.
Y sí, si uno mira lo que ocurre en la conversación pública piensa que debemos ya de haber alcanzado una justicia maravillosa en este país, cuando el poder judicial, responsable directo en muchos casos de feminicidios, le dedica una serie televisiva al fenómeno y el Presidente mismo de la Suprema Corte de Justicia de la Nación tuitea indignado por las causas de las mujeres, como si esa institución no tuviera ninguna responsabilidad en esa violencia.
Algo similar sucede en el ámbito cultural, donde el Gobierno ha utilizado la causa de las mujeres para presentarse como feminista, imponiendo temáticas directamente en convocatorias, y/o cuotas de género en jurados y concursos más allá de su naturaleza, destinadas a garantizar la conversión de obras culturales y artísticas hechas por mujeres en herramientas de propaganda estatal que borren la verdadera naturaleza misógina del Gobierno. Así, se ha abierto un campo de oportunidades para que muchos y muchas funcionarios y gente del medio cultural se presenten como aliados de la causa feminista sin serlo y al mismo tiempo para generar la impresión de que se ha avanzado en una situación de violencia aberrante que lejos de mejorar, continúa creciendo y acentuando la ironía de que el patriarcado esté más vivo que nunca mientras se declara vencido.
Esta apropiación de las luchas de las mujeres por el poder patriarcal posibilitará que dentro de poco sean los hombres quienes sostengan la narrativa feminista, estoy segura, enalteciendo a sus propias víctimas. No se necesita tener mucha inventiva para imaginar esas apropiaciones simbólicas, en las que los hombres, como siempre han hecho, comiencen a hablar en nombre de las mujeres pero arguyan que lo hacen desde el punto de vista de ellas, el punto de vista correcto y celebrado hoy en día. Seguramente, la mano del patriarcado se asomará para premiarse así mismo, sin mucho decoro.
Lo veremos, querido lector, lectora, ya lo verá.
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