México

El PRI y sus candidatos pagarán la crisis en el Gobierno de EPN, dicen analistas e historiadores

20/05/2017 - 12:05 am

Enrique Peña Nieto, coinciden historiadores y politólogos, llega a su quinto año al frente de la Presidencia de la República en una franca crisis política. A diferencia de sus tres antecesores, el mexiquense perdió muy pronto su poder y prestigio: apenas dos años después de iniciar su administración y debido a los errores derivados del caso Ayotzinapa, y los posteriores escándalos de corrupción relacionados directamente con él y sus más allegados.

Hoy, afirman, es el PRI el que pagará las consecuencias de la notoria incapacidad para gobernar del Presidente y su equipo, «muy menor», «parroquial» y «muy toluqueño». Cualquiera que sea el candidato priista a la Presidencia en 2018, aseguran, cargará con la enorme losa del desprestigio de Peña Nieto y, antes, el resultado de la próxima elección en el Estado de México, último gran bastión del tricolor, mostrará que los errores se pagan.

CUARTA DE UNA SERIE

Ciudad de México, 20 de mayo (SinEmbargo).– En 1999, en el quinto año de Gobierno, el Presidente Ernesto Zedillo Ponce de León enfrentaba a un Partido Revolucionario Institucional (PRI) que, por primera vez en su historia, mostraba que el Jefe del Ejecutivo federal ya no lo era ya de ese instituto político, donde empezaban a cobrar cada vez más poder los gobernadores.

Vicente Fox Quesada, el primer Presidente mexicano emanado de un partido diferente al PRI, enfrentaba en su quinto año las críticas por haber incumplido casi todos los ofrecimientos con los que había ganado una elección histórica y celebrada en casi todo el mundo.

Felipe Calderón Hinojosa, en su penúltimo año, trataba de mantener control sobre la dirigencia de su partido y de una sucesión cuya candidata, sin embargo, cargaría con el peso de la violencia que había dejado su decisión de enfrentar de manera “frontal” a grupos del crimen organizado.

Todos perdieron lo que el historiador del Colegio de México (Colmex), Rogelio Hernández Rodríguez, llama el “mecanismo de control y disciplina” partidaria que es el poder de designar a sus sustitutos en el Ejecutivo federal: Zedillo impulsó al sinaloense Francisco Labastida Ochoa, quien fue el primer candidato priista en perder una elección presidencial; Fox Quesada apoyó a su Secretario de Gobernación, Santiago Creel Miranda, quien perdió en la interna panista frente al ex Secretario de Energía y ex dirigente panista, Calderón Hinojosa; y éste, en febrero de 2011, vio también derrotado en una interna partidista a su ex Secretario de Hacienda y Crédito Público, Ernesto Cordero Arroyo, frente a la entonces ex Secretaria de Desarrollo Social y ex Diputada federal, Josefina Vázquez Mota.

Ninguno de estos tres Presidentes, sin embargo, coinciden datos de encuestas y analistas, llegó al ejercicio de su quinto año de Gobierno en las condiciones en las que hoy se encuentra Enrique Peña Nieto: con los indicadores de popularidad más bajos en toda la historia de este tipo de mediciones de opinión pública –86 por ciento de desaprobación, de acuerdo con la más reciente encuesta del periódico Reforma–, y con un legado de desprestigio y señalamientos de corrupción como principal estorbo para cualquier posible candidato que emane de ese partido para sucederlo en la elección presidencial de 2018.

Ni el lastre que cargó la campaña de la panista Vázquez Mota en 2012, por la violencia atribuida a la guerra de Calderón, estima el analista político Eduardo Huchim May, era tan pesado como el que cargará cualquiera que emerja de tricolor que postuló a Peña Nieto.

“La herencia de Peña sobre el candidato del PRI en 2018 va a pesar más de lo que le pesaron a Josefina la guerra y los errores de Calderón en 2012”, dice Huchim.

El último mandatario priista antes que él, además, pese a su distanciamiento con el partido, jamás estuvo en peligro de perder el bastión político más importante del priismo: el Estado de México.

PEÑA, EL PEOR CALIFICADO

Al presidente Enrique Peña Nieto se le acabaron los elogios en el segundo año de su sexenio, 2014, cuando desaparecieron los 43 estudiantes de Ayotzinapa y, meses después, una investigación periodística mostró que él y su entonces Secretario de Hacienda y hoy de Relaciones Exteriores, Luis Videgaray Caso, tenían sendas residencias financiadas por uno de los contratistas más favorecidos de su Gobierno: Armando Hinojosa Cantú.

Un año después, aun así, el PRI retuvo la mayoría en el Congreso pero, al siguiente año, en 2016, sufrió uno de sus mayores descalabros al perder siete de las 12 gubernaturas en disputa ese año. Entre estas derrotas estuvieron las de Chihuahua, Veracruz y Quintana Roo, donde la pérdida se atribuyó al descrédito y las acusaciones de corrupción contra los hoy ex mandatarios priistas de esos estados.

Ex titulares de los Ejecutivos estatales que, además, no sólo terminaron con denuncias penales sino que, también, son parte del descrédito con el que carga la imagen del actual Presidente de la República y adicionales a los escándalos de corrupción de su círculo más cercano, como el de la empresa Obrascón Huarte Lain (OHL), donde trabajó el ex integrante de su equipo de campaña y su primer director de Petróleos Mexicanos, Emilio Lozoya Austin.

“Es el Presidente con menos aceptación o menos popularidad en la historia moderna de México y a partir de que hay encuestas (…) Ha tenido un entorno internacional complicado, la crisis de la caída de los precios del petróleos, la elección de Estados Unidos, que lo ha puesto contra la pared, pero este entorno se ha potenciado por su falta de capacidad política, su inexperiencia y lo reducido de su equipo de trabajo, que es muy pequeño, parroquial y muy toluqueño; es sólo un administrador, y malo, de los problemas del país”, dice Marco Leopoldo Arellano Toledo, investigador de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México.

En ese contexto de descrédito, Peña Nieto es también el primer Presidente priista que está en riesgo de que su partido pierda la elección en el Estado de México, considera históricamente como preámbulo o “laboratorio” de lo que será la contienda por la presidencia de la República el siguiente año.

Por eso, dice Huchim May, Peña Nieto se ha convertido, más que en Jefe de Estado, en jefe de la operación político-electoral destinada a retener ese bastión político y entidad con el mayor padrón electoral de la República.

“Hay momentos en que parece claramente más el jefe del partido en el poder, jefe del PRI, que Jefe del Estado mexicano, porque un Jefe del Estado mexicano no debería patrocinar una operación tan grande, con recursos públicos (…) No recuerdo una operación tan vasta de compra y coacción como la que se está realizando en el Estado de México, promovida y apoyada por el Gobierno federal, con la participación de casi todo el gabinete”, dice Huchim en entrevista.

De cara a la sucesión, consideran los entrevistados, Peña Nieto –que ya colocó a uno de sus ex empleados en la Presidencia del Comité Ejecutivo Nacional priista, Enrique Ochoa Reza– es posible que enfrente la oposición de sectores más históricos del partido, como los encabezados por el ex Senador y ex dirigente nacional, Manlio Fabio Beltrones Rivera, para tener, primero, una nueva dirigencia nacional y, después, controlar la selección del candidato presidencial.

Decisión, dice Arellano Toledo, en la que es probable que Peña Nieto opte por quien le garantice protección ante las denuncias de corrupción.

Quien sea, de cualquier manera, dice Huchim, deberá cargar con el legado de Peña Nieto.

“Salvo que hubiera un rompimiento real y drástico, no sólo de retórica, con el Presidente Enrique Peña Nieto, salvo que hubiera un valiente que hiciera eso y arriesgara a dividir al PRI, salvo eso, el candidato priista tendrá que cargar con un ancla, una rémora terrible que es el Gobierno de Peña Nieto y, sin duda, eso jugará contra el candidato que sea del PRI”, advierte.

CALDERON, LA SOMBRA DE LA VIOLENCIA

Definido su sexenio por su declaración de combate “frontal” al narcotráfico, el penúltimo año de Felipe Calderón, 2011, fue también el más violento en la últimas décadas en México: 22 mil 852 asesinatos dolosos.

En ese contexto, el panista trató de ejercer control sobre el Comité Ejecutivo Nacional (CEN) panista que, desde la salida de Manuel Espino, en 2007, había quedado a cargo de un ex integrante de su gabinete e identificado como parte de su equipo, el  ex secretario de la Función Pública, Germán Martínez.

Éste, sin embargo, dejó su cargo luego de que, en 2009, el PAN perdiera casi cinco puntos porcentuales de los votos que tenía en 2006, por lo que fue relevado en el cargo por César Nava Vázquez, también cercano a Calderón y su primer secretario particular.

En una carta difundida en 2012, el hoy Gobernador por Chihuahua, Javier Corral Jurado, le reclamó querer sólo “incondicionales” y haber asumido actitud de “jefe máximo” del panismo.

“He dicho que, por el bien del partido, éste deberá defender tus logros y aprovechar tus talentos en los años por venir. Tú debes permitirle al partido que retome su rumbo. Que diseñe su estrategia de lucha de acuerdo a su interés propio. Porque el partido es de todos. Actuar de otra manera es jugar al Jefe Máximo y no se lo merece el Partido. Déjalo volar como un día te recomendó Carlos Castillo Peraza”, le dijo el entonces Senador chihuahuense.

En febrero de 2012, a través de una elección interna, la diputada federal con licencia, Josefina Vázquez Mota, fue electa candidata presidencial del PAN y la primera mujer en esta posición en este instituto político. Su candidatura se impuso así a la que era considerada la favorita del Presidente, encabezada por su ex secretario de Hacienda, Ernesto Cordero.

A partir de entonces, y pese a la imagen de unidad que se dio durante la campaña, en la que Vázquez Mota aseguró que si Calderón no fuera Presidente “haría campaña por ella”, la tensión entre ambos fue cada vez evidente.

“Sin solidez estratégica en su campaña, con una gran improvisación de acciones mal ejecutadas y cambios abruptos en la agenda, rápido cayó en el desorden. Esas y otras evidentes deficiencias fueron aspectos que desde el primer momento mermaron sus ya de entrada escasas posibilidades”, escribió el ex panista Manuel Espino en su libro «El Poder del Águila», de acuerdo con un extracto publicado en Proceso.

“Con ese pretexto Calderón secuestró al comité de campaña imponiendo a sus incondicionales. Aquí se dio un punto de inflexión: en lo que más pareció un sabotaje que un intento de ayudar genuinamente, el presidente ‘reforzó’ a la candidata con un equipo de reconocidos perdedores, personajes carentes de experiencia exitosa en campañas y que repetidamente han mostrado su incapacidad de operar electoralmente”, agregó el texto.

FOX Y LA POLARIZACION NACIONAL

Primer Presidente emanado de un partido de oposición en México, Vicente Fox Quesada enfrentaba, para el quinto año de su Gobierno, las críticas por haberse quedado corto en casi todos los ofrecimientos con los que había ganado esa elección histórica en 2000, sobre todo en materia de ajuste de cuentas con la corrupción y los abusos de poder del régimen priísta.

“Los grandes corruptos del pasado y del presente no pagaron pena alguna. Luis Echeverría siguió libre, Nazar Haro regresó a su casa, Oscar Espinosa Villarreal fue absuelto; Arturo Montiel vive tranquilo con todas sus residencias. Nadie pagó por los delitos relacionados con el Pemexgate. Nadie está en la cárcel por la red delincuencial de Amigos de Fox. Diego Fernández de Cevallos puede ayudar al cártel de Juárez y no pasa nada. Ulises Ruiz puede matar y no pasa nada. Víctor Flores es el líder sindical consentido del sexenio. Ninguno de los peces gordos del Fobaproa tuvo que enfrentar a la justicia. Fox es el que declararía empresario modelo a Kamel Nacif”, escribió en diciembre de 2006 el entonces perredista Martí Batres Guadarrama.

2006 fue un año de polarización política, sobre todo en la Ciudad de México, cuyo Paseo de la Reforma permaneció tomado durante más de dos meses por simpatizantes de la Coalición Por el Bien de Todos, encabezada por Andrés Manuel López Obrador, y después de la elección de la que, con una diferencia de menos de un punto porcentual, resultó electo Presidente el panista Felipe Calderón.

Vicente Fox Quesada había sido uno de los protagonistas del conflicto, luego de que, durante la campaña, reiterara su apoyo al candidato de su partido y, en diversos actos oficiales, en su estilo de hablar coloquial, advirtiera que no era “tiempo de cambiar de caballo”. Fue este tipo de proselitismo el que motivó que, en reclamo, López Obrador le dijera ‘¡cállate, chachalaca!’ a Fox.

Y eso que Calderón, considerado como más “doctrinario”, frente a los “neopanistas” del grupo presidencial, no contaba con el dirigente del Comité Ejecutiva Nacional del PAN, Manuel Espino Barrientos, ni había sido el candidato de Fox en la contienda interna panista por la candidatura, en la cual el mandatario había apoyado a su ex Secretario de Gobernación, Santiago Creel. En octubre de 2005, sin embargo, Calderón obtuvo más de la mitad de los votos y se impuso sobre Santiago Creel, que obtuvo sólo un tercio.

“(Calderón) fue ‘el hijo desobediente’, título de un corrido que decora los autobuses de campaña”, reportó el periódico español El País en junio de 2006.

ZEDILLO, FIN DEL CONTROL SOBRE EL PRI

El fin del Siglo XX mexicano estuvo marcado por la expectativa de la elección presidencial más competida de la historia. El Presidente Ernesto Zedillo Ponce de León, electo en 1994 luego del asesinato del candidato priísta Luis Donaldo Colosio, tenía para entonces una clara distancia del partido que lo había postulado pese a su perfil de “tecnócrata”; es decir, de funcionario gubernamental sin experiencia partidista.

De acuerdo con Hernández Rodríguez, el declive de la autoridad presidencial sobre el partido tricolor había iniciado desde finales de 1996, cuando el PRI celebró su XVII Asamblea y los Gobernadores, como el entonces mandatario de Tabasco, Roberto Madrazo, y el de Puebla, Manuel Bartlett, impusieron las condiciones para elegir el candidato de 1999 y, mediante estatutos que exigían haber ocupados cargos de elección popular, cerraron el paso a los “tecnócratas” como Zedillo.

Esa asamblea, agrega el autor, dirigió su esfuerzo a reforzar la influencia de los Gobernadores sobre el partido, ampliando las atribuciones del Consejo Político Nacional –formado por dirigentes, legisladores,  gobernadores y sectores, entre otros grupos– que, asumió el nombramiento de la Presidencia y secretaría del Comité Ejecutivo Nacional, cancelando así, agrega el historiador, el “control vertical” del Presidente sobre el partido.

“No había ninguna duda de que se había producido la mayor fractura entre las dos instituciones básicas del sistema político mexicano: la Presidencia de la República y el partido de Estado”, dice en su libro “Historia Mínima del PRI”.

“Por primera vez en toda la historia moderna del sistema, el PRI ya no reconocía la autoridad y el liderazgo del jefe del Ejecutivo, quien ya no controlaba ni a la élite ni a los grupos internos”, agrega.

En ese contexto de distanciamiento con el PRI, en 1999, Zedillo se decidió por su ex Secretario de Gobernación, Francisco Labastida Ochoa, el único de su gabinete en cumplir con los requisitos o “candados” impuestos por el partido.

En la primera elección interna para la elección de un candidato presidencial priísta, Labastida enfrentó como principal competidor al tabasqueño Madrazo, pionero en el uso de “spots” televisivos y que basó su campaña en su enfrentamiento con el Presidente y la frase “Dale un Madrazo al dedazo”.

Esa división en el partido, dice Hernández Rodríguez, sumada al descontento ciudadano y un pésimo candidato presidencial, coincidieron para que el PRI resultara derrotado en la elección presidencial de 2000.

en Sinembargo al Aire

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