Jorge Javier Romero Vadillo
10/02/2022 - 12:04 am
La congruencia necesaria
Los partidos existentes nacieron como redes de clientelas en el proceso de descomposición del monopolio del PRI: el PRD, de la ruptura de 1987 y la incorporación de grupos de la izquierda surgidos durante la década de 1970 formados por líderes de grupos demandantes de servicios estatales o de reconocimiento y protección legal.
En México no existe un acceso pleno a la organización política. El sistema de registro de partidos determina el tipo de organizaciones que pueden competir y limita la posibilidad de que organizaciones de ciudadanos agrupadas en torno a un programa y a una lista de candidatos participen libremente en las elecciones. Los obstáculos legales para obtener la patente de reconocimiento estatal como partido político han conformado el tipo de partidos que tenemos: clientelistas y caudillistas, modelos a escala reducida del viejo PRI, del cual se derivan varios, empezando por Morena.
En realidad, solo el PAN, estructurado antes de la consolidación del sistema electoral proteccionista, escapa de la lógica clientelar de los partidos mexicanos de hoy. Un “impecable partido de ciudadanos” –como lo llamó uno de los clásicos del Presidente López Obrador, el inteligente y contradictorio Arnaldo Córdova– nacido en oposición al cardenismo, que, empero, a partir de 1946 quedó encuadrado en el arreglo priista como la “leal oposición”, según el dicho de uno de sus dirigentes más interesantes, Adolfo Christlieb Ibarrola.
El resto de los partidos existentes nacieron como redes de clientelas en el proceso de descomposición del monopolio del PRI: el PRD, de la ruptura de 1987 y la incorporación de grupos de la izquierda surgidos durante la década de 1970 formados por líderes de grupos demandantes de servicios estatales o de reconocimiento y protección legal. Esa característica central, de marcado carácter cardenista, fue la que acabó por ahogar el debate de ideas y la reflexión estratégica y programática y la que le abrió paso al liderazgo de López Obraor. El PT, reflejo de las prácticas maoistas de enmascaramiento de los movimientos populares, gira en torno a pequeñas clientelas de pobreza extrema urbana y rural.
El falso Partido Verde es un negocio de reparto de parcelas de rentas e influencia entre emprendedores políticos de clase media, agrupados en torno a una marca, pero siempre en subasta, a la búsqueda del mejor postor. Ha sabido jugar su papel de bisagra de coaliciones sin reparos principistas y sin compromiso alguno con una auténtica agenda ambientalista. Para constituirse contó con el apoyo del entonces Jefe del Departamento del Distrito Federal, Manuel Camacho, mentor de Marcelo Ebrard, pero todavía aprovechó el sistema de registro llamado condicionado, resquicio que durante algún tiempo permitió evitar la trampa clientelista.
Movimiento Ciudadano es un caso particular: es un partido personal producto del talento como empresario político de Dante Delgado. Nació en el momento de la transición democrática, nutrido originalmente por las redes de clientelas veracruzanas del propio ex gobernador Delgado y las de otros políticos provenientes del PRI amigos suyos, sobre todo en estados del sur–sureste, que logró consolidarse gracias a su flexible política de alianzas y a su disposición a cobijar políticos locales de toda laya siempre y cuando dieran réditos electorales. Como buena empresa, ha cambiado de imagen y de marca: primero Convergencia Democrática, después solo Convergencia, antes de la actual denominación, siempre atentos a la imagen de mercado, a la búsqueda de un electorado no cautivo y variante, gracias a la combinación de jingles con la concesión del registro como franquicia local independiente.
Aunque la panoplia de sus candidatos ha sido muy variada a lo largo de sus casi 25 años de existencia, Dante Delgado ha tenido cierta propensión a identificarse como de izquierda moderada, casi socialdemócrata. Cuando perdimos el registro de Democracia Social, después de la emocionante campaña de Gilberto Rincón Gallardo, nos buscó para ofrecernos cobijo, incluso con Gilberto como presidente. No aceptamos la oferta por desconfianza y exceso de pruritos y en ello reconozco mi intransigencia. Sin embargo, ha mantenido sus alianzas nacionales a la izquierda, con excepción de su participación en el frente con el PAN en 2018, y ha insistido en abrirse a una definición socialdemócrata. Si bien ha sido pragmático en sus alianzas locales, con notable éxito en los últimos años, al grado de gobernar en dos estados, durante la elección pasada acertó al abrirse a expresiones y causas civiles y le ha dado espacio a voces relevantes de la izquierda democrática, como Patricia Mercado y a políticos con conocimientos técnicos e ideas, como Salomón Chertorivski.
En un arreglo donde no pueden surgir partidos articulados en torno a programas y causas civiles, los partidos con patente se convierten en los únicos vehículos para canalizar la participación electoral de nuevos liderazgos y Movimiento Ciudadano hasta ahora parecía ir por la ruta correcta de renovación: la construcción de una identidad nacional atractiva al electorado progresista que se ha desencantado por la demagogia y el errático gobierno de López Obrador, pero que no siente atracción alguna por el conservadurismo y el elitismo panista.
Sin embargo, la irrupción de la precandidatura de Roberto Palazuelos al Gobierno de Quintana Roo puede acabar por dinamitar la posibilidad de convertir al partido en una opción para la renovación política. Un personaje que parece el prototipo de lo que postularía el Partido Verde, asesino confeso, machín de discoteca, pésimo actor y empresario de dudosa ética. El solo hecho de considerar la posibilidad de esa candidatura ya ha restado puntos en la ardua tarea de construir un nuevo prestigio nacional para el partido.
Ojalá en la asamblea donde se discutirán las candidaturas se de un debate que lleve a definiciones claras respecto a los perfiles compatibles con el impulso de una auténtica agenda socialdemócrata, lo que implica criterios éticos claros. El abanico de alianzas puede ser muy amplio, pero tiene que excluir al racismo, al machismo, a la violencia y a cualquier actitud clasista o discriminatoria. Debe ser, también, obcecadamente legalista e intolerante con la corrupción. Solo cuando sus postulaciones sean coherentes con sus declaraciones programáticas, Movimiento Ciudadano podrá dar el gran salto como polo de la izquierda democrática, capaz de frenar la deriva populista.
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