Tomás Calvillo Unna
11/03/2020 - 12:05 am
Fragmentos del Epistolario de Angelina
Mamá guardaba silencio, le gustaba ver el horizonte, eso lo aprendí de ella. No olvido lo que me dijo un poco antes de morir “haz lo que tu corazón te diga, no lo que otros quieran, tal vez así sabrás qué hay detrás del horizonte”.
Para la compañía de teatro El Rinoceronte Enamorado.
XX
San Andrés del Mirador, 3 de mayo de 1863.
Querida Ana:
¿Por qué no podemos hablar de nuestros deseos, de esta agua que va emergiendo y recorre todo el cuerpo y humedece la piel y se vuelve fuego y hace que los brazos y las piernas y la cintura y la cabeza giren y dancen como llamas crecidas por la fuerza del viento? ¿Por qué no puedo decirle a nadie de este estremecimiento que siento cuando desnuda me sumerjo en el agua? ¿Por qué una se debe sentir culpable?
Ana, sólo a ti puedo decirte estas cosas; tú me abriste tu corazón cuando me contaste tu dolor y gozo con José María.
Creo que en ocasiones confundimos el pudor con el temor, no quiero que me siga pasando eso a mí.
Te extraña,
Angelina
XX
¿Se quisieron papá y mamá? No lo sé. ¿Por qué se casaron? ¿Se gustaban? Él era apuesto y ella hermosa, así los recuerdo y así quedaron dibujados en ese extraño cuadro del comedor. ¿Cómo se veían ellos? ¿Desnudos y solos en su alcoba se encontraron, se reconocieron, se amaron, o comenzaron a distanciarse, a llevar ese dolor de la soledad, del temor por no encontrar al otro en la oscuridad, en el tacto, en el aroma de la intimidad? ¿Supieron pronunciar sus nombres en sus cuerpos o sólo se dejaron una huella dolorosa? No lo sé. Papá tenía la política, el ejército, la patria de la que tanto hablaba. Mamá guardaba silencio, le gustaba ver el horizonte, eso lo aprendí de ella. No olvido lo que me dijo un poco antes de morir “haz lo que tu corazón te diga, no lo que otros quieran, tal vez así sabrás qué hay detrás del horizonte”. Esa fue la primera lección que aprendí.
XXVI
Hoy he visto una larga fila de mujeres hambrientas caminar por las calles de la ciudad. Llegaron de las rancherías cercanas. Llevan a sus hijos moribundos entre sus brazos. Las autoridades de la ciudad trataron de alejarlas de las calles principales. Las acordonaron y después las empujaron rumbo al Santuario. Al poco tiempo volvieron y eran más, cada vez más. Solas en el silencio comenzaron a dar vueltas alrededor del Palacio de Gobierno. En un carretón llevaban un montículo formado por los cuerpecitos de los niños muertos. No pedían alimentos, ni dinero, ni medicinas. Sólo se presentaron a plena luz del día para que viéramos. Caminaban lentamente, iban sus rostros cubiertos con rebosos azules y grises. Ni un hombre las acompañaba. Aparecieron un día después de que Miramón dejó la ciudad. Una de ellas, tendría 17 años, se acercó a mí, me tomó de la mano derecha y me dejó una moneda de oro. No dijo ninguna palabra y se fue. Sus ojos cafés aún permanecen cuando cierro los míos.
XXXV
Y si los franceses se quedan y el emperador Maximiliano triunfa y el Presidente Juárez es derrotado, ¿cambiará mucho México? No simpatizo con la idea de que tengamos que traer a un príncipe de Europa para que nos gobierne y que sólo con la presencia de tropas extranjeras podemos estar en paz.
Aún creo que somos capaces de gobernarnos a nosotros mismos, por eso no puedo apoyar a Miramón o a Mejía, a quien aprecio por su valor y por la forma que trató a la familia durante los años difíciles de la guerra.
Cuando conocí personalmente al presidente Juárez, confirmé mis sentimientos respecto al país. Lo insultaban porque busca el apoyo de los norteamericanos. Pero creo que no es así, lo interpretan mal; es cierto que admira a los Estados Unidos, a sus leyes e ideas, pero sabe bien que con ellos vamos a tener que convivir siempre y que debemos encontrar la forma de hacerlo siendo fuertes y amigables. No sé qué va a pasar ahora que allá también están en guerra. Sé que don Benito está cerca de la frontera, ya son muy pocos los que lo acompañan, hay rumores de que se ha rendido; no los creo. Él me dijo antes de partir, cuando le pregunte cuáles eran sus planes: “Voy a buscar un lugar para esperar. Hay ocasiones que es lo mejor, esperar. Creo, señorita, que esto lo comprenden muy bien las mujeres, ustedes si saben el valor de ello.”
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