En el Ejido Boca de Chajul, Chiapas, un enfermero y sus cerca de 400 habitantes han tenido que enfrentar solos las crisis desatadas por los virus del zika, dengue y chikungunya. Ahora aguardan la llegada de la próxima epidemia con un botiquín muy básico: sus raquetas, su hierba de tres puntas, sus ajos, sus paracetamoles y sus uñas.
Por Rogelio Velázquez
Ciudad de México, 30 de septiembre (SinEmbargo/VICENews).- La historia del Ejido Boca de Chajul y sus habitantes, parece imposible de contarse sin hablar de tres epidemias que en diferentes momentos han doblado de dolor al pueblo entero. La última se dio a mediados de julio de este año, cuando uno tras otro, decenas y decenas de pacientes no dieron tregua a Armando Torres a lo largo de 30 días seguidos.
No importaba si era de día, de noche o de madrugada. No importaba si el recorrido, a través de esta zona selvática, era largo o cercano. Lo que importaba era llegar al pequeño consultorio de Armando en busca de una cura. Mujeres, jóvenes, ancianos y niños acudían a él: el único enfermero de la zona, encargado de atender a los 400 habitantes de Chajul, y de otros pueblos aledaños.
Todos llegaban con un cuadro médico y síntomas similares: una fiebre que alcanzaba los 40 grados centígrados, dolor severo en las muñecas, rodillas y talones, náuseas que producen vómito, jaqueca y erupciones en la piel que en forma ronchas, causan una comezón tan intensa que lleva hasta a la desesperación a los que las padecen.
Armando, un hombre que ronda los 50 años de voz calmada y suave, bigote tupido, ojos rasgados, y piel morena clara, no lo dudó, sabía que se trataba de Zika, una enfermedad que después de ocupar los titulares de la prensa internacional a principios de este año por atacar ferozmente a los brasileños, había llegado a México.
Para ese entonces, cientos de casos de Zika habían sido reconocidos ya por la Secretaría de Salud en Chiapas, uno de los estados más pobres al sur de México, donde se encuentra Chajul, y se había comprobado que la enfermedad produce microcefalia —un padecimiento en el que el cráneo es más pequeño de lo normal y puede causar atrofia metal— en los bebés recién nacidos cuyas madres estén infectadas.
Para comprobar que el brote que mantenía a los habitantes doblegados era efectivamente Zika, se requería una extracción de sangre y llevarla a analizar a los laboratorios «más cercanos». Pero Armando se enfrentó a otro serio problema, resulta que el último tubo de laboratorio que tenía, lo ocupó cuando intentó desentrañar allá en el 2015, cuál era la epidemia que azotaba a Chajul: ¿Dengue o Chikungunya?
En ese entonces, Armando tomó el tubo de 10 mililitros que tenía para extraer la sangre de un paciente y llevarla a analizar. Lo colocó cuidadosamente en un termo y lo cubrió de algodón para que el cristal no acabara roto en el trayecto.
Subió a una camioneta de transporte público que pagó con su propio dinero —sin ninguna ayuda económica del gobierno estatal—, se sentó, acomodó sus cosas personales y entre sus piernas colocó el termo para evitar que los constantes topes y baches que tiene el camino lo rompieran. Su obsesión era lógica: dentro del pequeño contenedor se encontraban no sólo las muestras que revelarían un brote epidemiológico en la zona, sino una posible acción gubernamental para erradicarla.
Al llegar a Palenque, entregó el tubo a las autoridades sanitarias estatales, las cuales deberían llevarlo a Tuxtla Gutiérrez, la capital del estado, ya que es el único lugar donde se tienen los instrumentos necesarios para detectar el virus. En total, la muestra viajó cerca de 10 horas para ser analizada.
Armando regresó a Chajul con la esperanza de los resultados obligaran al gobierno a actuar contra la enfermedad, pero después de un mes le notificaron el resultado y fue peor de lo que esperaba: la sangre se contaminó. Las autoridades no tuvieron el cuidado necesario durante el traslado y la muestra se echó a perder.
«Ahora la clínica ya no tiene los tubos para depositar la sangre. Da lo mismo, [porque] si se tuvieran la gente ya no dejaría que le tomara muestras porque creen que las autoridades van a estropearlas nuevamente. Consideran que es una pérdida de tiempo», dice Armando, el enfermero.
En el último corte epidemiológico, con fecha del 9 de septiembre de 2016, la Secretaría de Salud reportó que de los 2.782 casos de Zika que hay en México, 549 son de Chiapas. Sin embargo, podría tratarse de una cifra negra; es decir, de datos que no reflejen la verdadera magnitud del problema. Chiapas a su vez es la tercera entidad con más casos en el país, después de Veracruz [716] y Guerrero [671].
Armando afirma que en su comunidad el gobierno nunca hizo ninguna prueba, no levantó algún censo sanitario, y tampoco realizó un registro de los posibles contagios por la epidemia, por lo que debe haber infinidad de casos no reportados en los informes gubernamentales oficiales del país entero.
En 1996 Armando llegó a Chajul proveniente de Veracruz. Desde entonces es la única autoridad médica de la zona. En diciembre de 2015 la doctora con la que trabajaba se fue del pueblo y Armando tuvo que asumir, una vez más, la responsabilidad del cuidado de la salud de cientos de personas.
El enfermero está acostumbrado a trabajar solo. Hombres y mujeres jóvenes, aspirantes a médicos han desfilado por este remoto lugar; pero después de un tiempo se van. Todos se han ido. Todos menos Armando, quien lleva 20 años mitigando, como puede, los dolores de Chajul.
HOGAR DULCE HOGAR
Por la ventana de la avioneta en la que viajamos se pueden apreciar un puñado de casas grises que contrastan con el verde de la jungla. Desde las alturas, las calles pavimentadas del pequeño pueblo se cuentan con los dedos de una sola mano. Resalta un río, que atraviesa la selva, cuyo color marrón es producto de la lluvia que ha incrementado su nivel, o eso es lo que dicen los que navegan sus aguas diariamente.
Ya en tierra, sobre la modesta pista de aterrizaje que a pesar de tener años de construida parece improvisada, el clima tropical del medio día provoca un sudor digno de una maratón.
A lo lejos se escucha el cantar de algunas aves, y de cerca se percibe el ladrido de un grupo de perros, todos desnutridos. Los rayos del sol se estrellan furiosos contra las veredas de Chajul. El pueblo se encuentra a menos de 20 minutos caminando de Guatemala, y para poder llegar a él se debe abordar una unidad de transporte público desde Comitán. El trayecto dura aproximadamente cinco horas, debido a las curvas y a lo accidentado camino.
Chajul se asentó desde los años 70 en las orillas de la Selva Lacandona, una de las más grandes del país y hogar de jaguares, pumas, guacamayas, cocodrilos, monos y cientos de especies que convergen en un espacio de un millón de hectáreas.
«No podía moverme, para nada, mis huesos no me dejaban».
En época de lluvias, el río Lacantun, que bordea la selva, incrementa su nivel y los riachuelos que se desprenden de él forman charcos, los cuales, combinados con un clima de 30 grados centígrados en promedio, crean el hogar perfecto para los virulentos «zancudos», como les llaman comúnmente los pobladores a los mosquitos. Ellos se sienten cómodos en climas cálidos y húmedos. Es su hábitat perfecto y la selva se los brinda.
Pero no sólo en los riachuelos se estanca el agua que permite la proliferación de los insectos; en la maleza y en los baches de las calles, también se forman ciénagas donde confluyen los diminutos portadores de epidemias. Por eso, los pobladores organizaron acciones coordinadas de limpieza: desterraban la maleza de los lugares cercanos a sus casas y limpiaban los charcos, pero cada vez que llovía se formaban nuevos.
Por otro lado, no se ve ningún contenedor de agua descubierto, todos parecen estar tapados para evitar que aniden las larvas del zancudo, y a los que no tienen tapa se les improvisa una hecha con una bolsa de plástico sujeta con lazos y reforzada con alambres. Por la noches, antes de dormir, buena parte de las familias del pueblo se protegen con «pabellones», una especie de malla sostenida del techo que cae y se estira para cubrir las cuatro esquinas de su cama.
El zumbido de un mosco puede arruinarnos la siesta o una noche entera. Resulta casi imposible poder dormir con ese lacerante ruido, que advierte la aparición de ronchas y de una comezón que nos podría fastidiar durante horas o días.
A veces cerrar puertas y ventanas no es suficiente, y una vez que el insecto entra al dormitorio nada nos dará más tranquilidad que aplastarlo con nuestra propia mano.
Pero la especie del mosquito aedes aegypti es diferente. Su discreción es su fortaleza. Es un mosquito que no hace ruido, «pica» discretamente.
Originario de Africa, mide apenas siete milímetros, y no sólo puede transportar y contagiar el virus del Zika, la Chikungunya y el Dengue; en 1881 se descubrió que era el agente transmisor de la fiebre amarilla, la cual azotó la isla caribeña de Barbados en 1647 y a Cuba dos años después.
La fiebre amarilla, también conocida como vómito negro, contribuyó a la independencia de Haití en 1802, ya que la epidemia diezmó a buena parte de las tropas francesas. De cierta manera el aedes aegypti ayudó a abolir la esclavitud en ese país del Caribe. No todo ha sido terrible.
Se cree que el mosquito llegó a territorio americano en los barcos que transportaban esclavos africanos al nuevo continente. Ahora se aloja en lugares tropicales de todo el mundo: americanos, africanos y asiáticos han padecido sus picaduras. Por el contrario, en Canadá, en el norte de Europa y en Rusia no se habla de ellos.
Como si se tratara de diminutas vampiresas, las hembras son las únicas que se alimentan de la sangre humana, debido a que las proteínas de ésta les ayudan a conservar las cerca de 50 larvas que dejan a lo largo de su vida en lugares donde hay agua estancada: llantas viejas, botellas o recipientes de almacenamiento.
Pueden vivir entre uno y dos meses; es decir tienen unos 60 días para recorrer habitaciones y picar a familias enteras en una sola noche; y para un ejército de estas vampiresas es fácil poner en jaque a un pueblo entero como Chajul.
LA RAQUETA DE ROMEO
Romeo Cruz no es Rafa Nadal, pero no se separa de su raqueta. La sostiene firme con su mano derecha, pero le da un uso distinto al del tenista. La raqueta de Romeo es diferente: tiene un contorno verde de cerca de 50 centímetros y cuenta con una malla electrificada que funciona mediante dos baterías. Además tiene un recubrimiento que evita que quien la use, sienta un leve toque.
Cada que ve un «zancudo», Romeo aprieta el botón del mango que hace que se libere una descarga y el insecto muere electrocutado al instante. Repite esa operación una, dos, tres y las veces que hagan falta para proteger a su familia.
Es un hombre robusto de 34 años, y como casi todos en Chajul, se dedica a las labores del campo. Desde los 28 es padre de dos gemelas y vive con su esposa en una modesta casa de dos habitaciones en la que vende tomates, plátanos y cebollas en unas mesas que coloca en el exterior.
Sin soltar en ningún momento su raqueta, cuenta que a mediados del año pasado fue a visitar a su familia en Tapachula, una ciudad cerca de la costa del estado; y a las pocas horas de haber regresado a Chajul, comenzó a sentirse mal.
«Pasó un mes sin que pudiera trabajar porque yo era literalmente un hombre encorvado».
La fiebre invadió su cuerpo; pero eso no fue lo peor. Al tratar de incorporarse los huesos de sus tobillos, de sus muñecas, de sus rodillas, de sus brazos, le dolían tanto que levantarse de la cama resultaba toda una hazaña. Al instante, el dolor paralizaba las terminales nerviosas de su cuerpo. Los huesos de su espalada sufrieron una especie de colapso y prácticamente quedó inmovilizado por cerca de ocho días.
Con más voluntad que fuerza lograba pararse sólo para ir al baño; y como todos en este poblado, sólo tenía una opción para mitigar el dolor: paracetamol.
—¿Qué tomaste para aliviarte?
—Paracetamol
El paracetamol es un fármaco que se ha utilizado para combatir los efectos de la gripa y el resfriado y sus propiedades analgésicas pueden disminuir el dolor. Es la medicina más común no sólo de la localidad, sino una de las más usadas en el país; por ello los pobladores ya ni siquiera acudían a la clínica, sino que de golpe compraban hasta tres cajas —con valor de dos dólares cada una— en la única farmacia que existe en kilómetros alrededor.
Un día, cuando Romeo pudo levantarse sin sentir tanto dolor, decidió ir a trabajar. Pero el caluroso clima del campo, el desgaste de trabajar la tierra y la cerveza que bebió para calmar su sed, lo hicieron recaer. Está vez de una forma más cruel.
«No podía moverme, para nada, mis huesos no me dejaban, mis pies no podían caminar y para mis manos era difícil sostener la cosas. La cabeza me dolía y la fiebre no bajaba. Pasó un mes sin que pudiera trabajar porque yo era literalmente un hombre encorvado, no podía erguirme», explica Romeo.
A pesar de tener síntomas parecidos entre una y otra, la Chikungunya a diferencia del Zika, provoca una especie de dolor interno tan intenso en los huesos, músculos y articulaciones que obliga a permanecer a la personas casi inmóviles por horas.
Pero las autoridades sanitarias han informado que la epidemia del Chikungunya, cuyo nombre proviene de la lengua makondé, hablada en el sur de África, y cuyo significado es precisamente «hombre encorvado», ha disminuido. Mientras que en septiembre de 2015 se habían registrado 691 en casos en el estado y 12 mil 588 en el país, ahora se tienen siete y 436, respectivamente. Pero al igual que en todo México estas cifras están muy por debajo de la verdadera epidemia.
La enfermedad del «hombre encorvado» afectó a buena parte de los pobladores de Chajul el año pasado. Incluso la esposa y las hijas de Romeo la contrajeron. Todos estuvieron tirados durante semanas. La esposa no podía vender sus productos y las niñas no asistían a la escuela.
Ahora con el antecedente de haber sido un «hombre encorvado» por más de un mes, el consumo del alcohol de Romeo disminuyó. Entre risas comenta de manera irónica: «la cruda [resaca] me duró más de cuatro semanas». Ahora trata de alejar lo más posible de su familia a los insectos que, atraídos por el sudor, buscan insistentemente la piel de sus víctimas.
Romeo es vecino de Felipe Valencia, viven uno enfrente del otro. Felipe explica que para la gente es difícil precisar de qué se encuentra enferma, ya que no se hacen las pruebas correspondientes. «Aquí es más difícil saber quién no se contagió», dice Valencia.
Por ello, ante la falta de medicinas en la clínica y el alto costo del paracetamol varios pobladores han optado por tomar una medicina natural que aseguran es más efectiva: la hierba de tres puntas.
Se trata de una planta propia de la región que mide cerca de tres metros de altura; de ella nacen unas pequeñas flores de color amarillo y es considerada en algunas zonas tropicales de América como una planta medicinal y se utiliza para tratar la fiebre, la malaria, las inflamaciones, la gonorrea y los dolores de cabeza y estómago.
Su raíz es cortada y hervida para servirla en forma de té. Aquellos que confíen en sus propiedades curativas deben de soportar su amargo sabor por la mañana, la tarde y la noche. Beben unos dos litros al día del brebaje.
Pero otros van más allá, y toman un coctel hecho con hierba de tres puntas al que agregan ajo y paracetamol. En un mortero de piedra muelen la planta y el ajo, luego vierten la mezcla en un recipiente con agua y lo revuelven con paracetamol.
«Al final ya ni no sabemos qué fue lo que nos curó», explica Valencia.
LAS UÑAS DE RUBÉN
Fue después de la Segunda Guerra Mundial cuando varios gobiernos de Latinoamérica enfocaron sus esfuerzos en materia de salud en erradicar el aedes aegypti. Para 1963 se había declarado a México libre de ese insecto, de acuerdo con la Secretaría de Salud.
Pero cuatro años después el mosco de seis patas — dos delanteras y cuatro traseras —, color negro con manchas blancas cuya panza abultada resalta por la sangre que acumula en su interior, regresó.
Con el resurgimiento de la plaga, se contabilizaron 3.277 casos de dengue en 1979 en todo el estado. Más del 50 por ciento de los 6.187 registrados en todo el país. Chiapas, fue la entidad más golpeada por ese brote.
Justo en la década de los 70 fue cuando llegaron los primeros habitantes a las entonces tierras inhóspitas de Chajul y de Playón de la Gloria —un ejido vecino cuya población es de unas 200 personas—. Al ubicarse a poco menos de 10 kilómetros de la frontera con Guatemala estos pueblos tienen una historia tan similar como trágica.
«Cuando mi papá arribó a este lugar no había nada, cazaba animales para sobrevivir y su casa la construyó poco a poco con lo que le brindaba la naturaleza: madera, ramas, y palma de algunos árboles. La pobreza era extrema y el gobierno nos abandonó. Con el paso del tiempo hicimos crecer la comunidad y construimos una escuela y un modesto consultorio médico», explica a VICE News, Jerónimo Lombera, comisariado ejidal de Chajul.
‘AQUÍ ES MÁS DIFICIL SABER QUIÉN SE CONTAGIÓ’.
En aquel entonces, el expresidente Luis Echeverría invitó a la ciudadanía a ocupar esas zonas, y les entregó tierras ante el temor de que los guatemaltecos se pasaran del lado mexicano y expandieran su territorio. Ante la oferta gubernamental, gente de estados como Guerrero, Oaxaca y Veracruz comenzaron a llegar a estas zonas de extensa vegetación. Al no haber caminos para acceder, los primeros habitantes llegaron todos en avionetas tipo Cesna. Así se pobló Chajul y Playón.
Rubén Jiménez, tenía cinco años en 1978 cuando el brote alcanzó a Playón de la Gloria, una comunidad calificada en 2010 por la Secretaria de Desarrollo Social con un alto índice de marginación. Recuerda que su mamá los trataba con plantas medicinales, pero que a diferencia de ahora, el gobierno sí llegaba, al menos para fumigar la zona donde él vivía.
De manera literal y al mismo tiempo metafórica dice: «ahora nos tenemos que rascar con nuestras propias uñas», haciendo referencia a que el gobierno no dotó de medicinas al pueblo, ni fumigó los lugares en los que podrían anidar las larvas de los moscos. Mucho menos levantó un censo sanitario para poder implementar una estrategia para la erradicación de epidemias.
«Somos los habitantes de la comunidad los que hemos logrado vencer solos todas esas enfermedades desde que tengo memoria. Primero el Dengue, luego la Chikunguya, ahora el Zika; pero también tuvimos muchos problemas con el Paludismo. Ahora no sabemos qué vendrá. Pero cuando caes en cama por la enfermedad te da cierto consuelo saber que no eres el único, que toda la comunidad está igual», dice con una mueca de indignación.
En 1982, debido a un programa de la Agencia de la Organización de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), llegaron a esa zona de Chiapas cerca de 6 mil refugiados guatemaltecos que huían de la guerra civil en su país. Después de algunos años, los centroamericanos se esparcieron por varios estados de la República y otros regresaron a su país al terminar la guerra. Buena parte de ellos contrajo Dengue.
Cifras de la Organización Mundial de la Salud (OMS), publicadas hace un mes, advierten que la mitad de la población mundial corre el riesgo de contraer Dengue y cada año se producen cerca de 390 millones de infecciones que dejan cerca de 12.500 muertes anuales. La OMS también informó que hasta el momento no hay tratamiento específico para combatir la epidemia.
A finales de agosto de este año, las autoridades epidemiológicas habían reportado 654 casos confirmados de Dengue en Chiapas pero es difícil precisar el número real debido a que en lugares como Playón —como le dicen los habitantes a su pueblo— la gente enferma no sabe si padecía Zika, Chikunguya o Dengue.
Recientemente, la empresa especializada en vacunas Sanofi Aventis lanzó al mercado mexicano cerca de un millón de dosis de Dengvaxia, una vacuna para prevenir el Dengue, pero hasta el momento no hay un acuerdo con las autoridades sanitarias del país para ofrecerla en hospitales públicos, sólo se comercializa en el mercado privado a través de médicos y clínicas particulares.
El mes pasado, las autoridades de salud estatales participaron en la Segunda Jornada Nacional de Lucha contra Zika, Dengue y Chikungunya, «cuyo objetivo es intensificar las medidas preventivas de eliminación de criaderos, saneamiento básico, así como tener patios y azoteas limpios, a fin de combatir estas enfermedades», señaló un comunicado.
También anunciaron el 8 de septiembre el arranque del programa Ecosalud, para prevenir el contagio de esas tres epidemias, en el cual tres brigadas de 30 personas recorrerían las colonias de la capital del estado para evitar la presencia del mosquito.
Sin embargo, no se ha anunciado si visitarán y llevarán esas brigadas a zonas apartadas como Chajul y Playón, si aprobarán un presupuesto para ampliar la cobertura médica de esas comunidades, o bien, si habrá una mayor dotación de medicinas para que el «paracetamol» deje de ser una palabra sinónima de «consuelo».
En Chajul y Playón se quedan Armado, Romeo, Felipe, Rubén y sus familias. Ellos y 400 habitantes más, aguardan la llegada de la próxima epidemia con un botiquín muy básico: sus raquetas, su hierba de tres puntas, sus ajos, sus paracetamoles y sus uñas.