Tomás Calvillo Unna
23/02/2022 - 12:05 am
El sosiego del corazón
«Las sirenas de la tragedia/ no se han acallado desde anoche./ No se dan cuenta/ que en cualquier momento/ desconectan la luz./ Las tinieblas están dentro, no fuera».
El salón de clases está deshabitado,
la misma escuela se abandonó hace tiempo.
¿Por qué la pelea de ser los mejores?,
¿de qué?, ¿para qué?.
No ven las ventanas ya rotas,
las puertas desvencijadas,
y la larguísima fila de la orfandad
que da varias vueltas a la manzana.
Porqué siguen aferrados a ser reconocidos.
Las sirenas de la tragedia
no se han acallado desde anoche.
No se dan cuenta
que en cualquier momento
desconectan la luz.
Las tinieblas están dentro, no fuera.
Nacemos y crecemos entre narraciones,
lo inverosímil y lo posible se entremezclan,
aferrados a creencias
o simplemente navegando en las inercias,
cumplimos con las obligaciones,
y apenas nos quedan algunos resquicios,
para educar nuestra mirada
y lograr por un corto lapso saber que somos.
El instinto de sobrevivencia
es el bautismo del más allá.
Esa obsesión por dominar el destino
es un entierro vivo.
Ciertamente en la piel se propaga
la desesperación contenida
y las muecas se apropian del rostro;
la mirada se hunde
en el hueco de los insondables.
El dolor del cuerpo
nos permite estar vivos;
sus gozos presagian otros cielos
menos inclementes.
El paraíso no es una oferta
es el derecho innato de nacer
a la intemperie
con el tiempo abrigando los sueños
que se van desvaneciendo.
La rendición de uno mismo,
consigo mismo,
es la llave de la Paz interior:
en ese silencio
carente de apegos
sin pesos que llevar
se respira mejor;
la ligereza entrañable se recupera
y la vida sin ataduras, se expande.
Vitalidad pura, el hecho de saberse
sin nada entre las manos.
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