Originalmente concebido como un cuento de terror, el filme terminó convirtiéndose en un thriller de atracos, presidido por una acción fantástica que llegaba complementada por pequeñas pinceladas de noir ligeramente futurista.
Madrid, 12 de julio (ElDiario.es).- Después de haber firmado películas como Amnesia, Batman Begins o E gran tuco, el guionista y director británico Christopher Nolan se había consolidado como un cineasta de primer orden para la cinefilia y para la misma industria audiovisual. El éxito atronador de El caballero de la noche terminó de posibilitar la materialización de un ambicioso proyecto que costaba alrededor de 160 millones de dólares sin contar con una saga cinematográfica detrás ni con ningún tipo de patrimonio mítico preexistente. Sus ejes eran un director-estrella como Nolan y un actor-estrella como Leonardo Di Caprio.
Estrenada en el Reino Unido el 8 de julio de 2010, El Origen partía de un guión que estuvo en desarrollo prácticamente una década. Originalmente concebido como un cuento de terror, el filme terminó convirtiéndose en un thriller de atracos, presidido por una acción fantástica que llegaba complementada por pequeñas pinceladas de noir ligeramente futurista. El golpe tenía lugar en el mundo onírico: los protagonistas eran ladrones que se introducen en los sueños de altos ejecutivos para robarles secretos industriales. En un arte de manipulación todavía más sutil, también intentar plantar en la mente de estos las ideas que sus adversarios desean.
El protagonista del filme, Dominick Cobb, es un ladrón de sueños perseguido por la justicia. Tras fracasar con uno de sus robos oníricos, recibe un nuevo encargo: manipular la mente del heredero de un gran conglomerado empresarial para que trocee el imperio construido por su padre. Para conseguirlo, reúne a un equipo de colaboradores con el que afrontar la aventura. A cambio, podría volver a su país de origen y reunirse con sus hijos.
ESPECTÁCULO CON HUELLAS DE MATRIX
El Origen remitía al imaginario ciberpunk, especialmente a su concepto de la mente como un dispositivo que se podía hackear mediante la tecnología. Películas como Johnny Mnemonic o Días extraños habían explorado esta imaginería a mediados y finales de la década de los noventa. En esa misma época, Matrix aportó un cuestionamiento sobre la autenticidad de la realidad que percibimos, mediante un enfoque que resultaba especialmente oportuno durante el despliegue de internet.
Como la obra de las hermanas Wachowski, El Origen ofreció un despliegue de acción y efectos especiales mecánicos y digitales. Los insistentes tiroteos y enfrentamientos violentos quedaban justificados argumentalmente: el subconsciente de los soñadores detecta que hay intrusos en el sueño, y activa una especie de sistema inmunológico que quiere eliminar del sueño a cualquier amenaza exterior. La idea también remitía a Matrix y a ese agente Smith que perseguía a quien estuviese consciente en el calculadamente imperfecto paraíso artificial donde comienza la narración.
El Origen podía leerse como una metáfora de la creación cinematográfica, con Cobb y su equipo ejerciendo de directores, actores y escenógrafos que proveen una fantasía con la que engañar a su público. La abundancia de escenas de acción podía verse como un peaje del cine blockbuster. Y aunque el resultado global resultase satisfactorio, también puede lamentarse que la monumentalidad, ese todo es posible basado en la espectacularidad de la superproducción multimillonaria en recursos físicos y virtuales se impusiese a la libertad real, irracional, confusa y contradictoria, de un sueño enrarecido. Aunque las arquitecturas imposibles y los juegos con el espacio ofreciesen algunos goces estéticos.
En su confección, el mismo Nolan asumió algún tributo a lo que queda del viejo star system en el Hollywood de las franquicias. La inclusión en el proyecto de Leonardo Di Caprio implicó algunos cambios destinados a dimensionar las emociones de su héroe trágico, afectado por la pérdida traumática de su mujer y por haber tenido que alejarse forzosamente de sus hijos. El artificio narrativo incluía así algunas pinceladas sobre el duelo y la culpa, una mirada a un amor romántico excesivamente absorbente… y una advertencia posible sobre los excesos en el cuestionamiento de la realidad y el deseo de expandirla.
¿Y SI MIS DECISIONES NO SON MÍAS?
Uno de los momentos con potencial sugerente del filme tiene lugar cuando una supuesta sombra del subconsciente de Cobb le pregunta si está seguro de no estar soñando aquello que cree que es su vida. Al fin y al cabo, su existencia se asemeja a un delirio paranoico: es un hombre en fuga, perseguido y a la vez codiciado por poderosas empresas multinacionales que se reparten el dominio de un mundo donde ni la mente ni los sueños propios son lugares seguros. La suya no deja de ser una odisea propia de los héroes y antihéroes del escritor William Gibson (Neuromante), perdidos en futuros que, aunque se idearon durante las presidencias de Ronald Reagan o Margaret Thatcher, parecen asemejarse cada vez más a nuestro presente. Aunque las distopías sucias de los años ochenta hayan sido desplazadas por pesadillescos mundos por venir de pulcro diseño Ikea.
La acción y las heridas emocionales y familiares del protagonista centran el grueso de la atención dramática. Aún así, la propuesta contiene el germen de una parábola posible, añadida a la posible lectura metalingüística sobre la creación cinematográfica. La ficción nos habla de hombres que se sienten libres y soberanos en sueños que están cuidadosamente manipulados y diseñados. Que otras personas planten las semillas de una idea en la mente de un individuo para manipular su conducta puede impulsarnos a pensar en los límites reales de las elecciones personales, en los discursos que nos influyen, en los marcos materiales y conceptuales que condicionan incluso nuestros sueños y anhelos.
Otra ficción ciberpunk de tercera o cuarta generación, el Robocop de José Padilha, trabajó posteriormente ramificaciones de esa idea. Su protagonista era empujado a una «apariencia de libre albedrío»: él solo creía estar tomando unas decisiones que realmente estaban tomando partes programadas de su cerebro biotecnológico. Nolan no explora este camino temático de cuestionamiento del mito de la libre elección, sino que se limita a sembrar algunas preguntas sobre aquello que estamos viendo a lo largo del camino narrativo y, especialmente, en su comentadísimo desenlace.
En este aspecto, El Origen es un entretenimiento característicamente nolaniano: algunos conflictos dramáticos arquetípicos adornan un universo de ficción más replegado en sí mismo que dialogante con el mundo real. De nuevo, el británico ofreció un espectáculo meticulosamente diseñado y ordenado como una hoja de cálculo, claro incluso cuando hay diversos niveles narrativos y los soñadores sueñan sueños dentro de sueños. Su juego puede parecer más complejo de lo que realmente es, pero lanza algunos hilos interesantes a lo largo de un viaje arrollador de final sugerentemente ambiguo.