Alejandro Páez Varela
29/08/2022 - 12:08 am
El lápiz y el sacapuntas
Los líderes fascistas se venden como demócratas, acceden al poder usando los andamios de una democracia y luego abandonan ese camino.
Quizás Enrique Alfaro sea un ejemplo extraordinario de individuos que se equivocan de profesión. Debo decir que su caso no es único y que, por desgracia, son muchos los que erran de oficio y caen en la administración pública, porque la vía de acceso a los cargos se ha concentrado en los partidos y porque hay pocas zonas del Estado mexicano protegidas con la carrera profesional. Alfaro es básicamente un amante del poder sin deseos de servir o, más bien, alguien que ve en el poder una manera de servirse y atender sus deseos personales. Y cuando ese es tu deseo y crees que lo vales, entonces tienes un problema: los otros. Lo mereces por encima de los otros. Los otros te estorban, te molestan. Te enojan. Juraste defenderlos y servirlos, pero ahora esos otros son un estorbo que se atraviesa a tus deseos personales. Y su deseo, claramente expresado en episodios recientes, es dar órdenes y ejercer un poder que no se discute, no se debate: se acata y ya. O se pagan las consecuencias.
El caso Alfaro es además un recordatorio de que el fascismo sigue siendo una amenaza constante en las democracias modernas. Cuando se dice “fascismo” muchos refieren inmediatamente a Hitler; sí, pero no. Están los Bolsonaro, los Trump o los Aznar, y recientemente se ha sumado Daniel Ortega a esta lista. Pues todos esos que menciono llegaron al poder con votos y en elecciones supuestamente libres. En el caso del México contemporáneo está el caso del acceso del PAN al poder, y explico esto: la gente votó por Vicente Fox, pero luego vinieron las tentaciones fascistas y la estructura impuso a Felipe Calderón. En todos los casos anteriores se ha depuesto la opción democrática y se ha optado por los golpes (casi siempre de Estado). Trump no pudo pero intentó un fraude electoral; Aznar se debilitó en las horas previas de la elección y no hubo tiempo para fortalecer al delfín desde el Gobierno, como quería; y de Bolsonaro ya veremos, que apenas viene su prueba de fuego.
Me regreso a Alfaro y repito el dato: los líderes fascistas se venden como demócratas, acceden al poder usando los andamios de una democracia y luego abandonan ese camino. Ese individuo que amenaza a académicos, estudiantes o vecinos ya no es un demócrata y ya renunció a aceptarse como tal. Fox y Calderón los hicieron así, pero en dos tiempos. Una simulación más refinada (aunque no hay crimen perfecto): el primero llegó con votos, el segundo se impuso con un golpe. Ambos quedan como defraudadores y claro, cumplen con el cuadro del fascista. Lo mismo Alfaro, aunque por fortuna no creo que escale a nivel federal porque fue menos inteligente y se desenmascaró antes de tiempo.
¿Alguien a estas alturas necesita explicación de quién es Alfaro? Él mismo se ha explicado. Un par de amigos abogaban por él cuando fue candidato a Gobernador de Jalisco; amigos nacidos allá, bien intencionados y honestos. Me dijeron entonces que el pobrecito era víctima de campañas negras. Ahora para defenderlo necesitarían comprometer todo en lo que creen. Por eso ya no lo defienden. La escalada de episodios de ira en Alfaro los llevó a otro polo: a tenerle vergüenza. Y sí, es de pena ajena. Mi pregunta es cómo puede seguir engañado a tantos; se ha venido desgastando, sí, pero todavía hay muchos que le creen. El dinero, digo yo. Se posiciona con dinero y prensa. Pero como dice el sacapuntas: el lápiz sólo tiene un destino. Y allí va “Mariano Otero” (según Enrique Krauze), haciendo su trabajo todos los días; sacándose punta hasta que su carrera sea un puñado de viruta. Y la verdad sea dicha: qué alivio.
Si alguien me pregunta qué pienso de Alfaro le diré lo que digo en público: que es un fascista pequeño, demasiado mediocre para seguir creciendo. Pero nadie lo dé por acabado porque representa grupos de interés que harán mucho por mantenerlo de pie. Muchos dicen que representa intereses de los más malos; yo leo del tema y no me atrevo a emitir un juicio al respecto (no soy Juez). Sólo no me da buena espina. Por años se le ha vinculado con la escoria de la sociedad y pues no, Alfaro no me da buena espina. “Dar mala espina” no es un crimen. Y tampoco es un crimen ser un patán, abusivo y déspota. Pero como dice el sacapuntas: el lápiz sólo tiene un destino. Confío en el destino y confío más en el mismo Alfaro y su labor diaria, constante, por sacarse punta y reducirse al borrador.
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Una manera de entender cómo la política y la administración pública lleva a los individuos a destinos inesperados está en lo que acabamos de ver con la COVID. Usted lo recordará. Un hombre educado, sano y de edad mediana, que toda su vida comió saludable, muere de manera inesperada después de negar al virus; fue al sepelio de su hermana apenas con un trapo en la boca; menos de 10 días después, otro ataúd lo contenía a él. Casos muy tristes. O la mujer de 80 años que no sabe ni cómo se contagió y que tampoco sabe cómo o por qué sanó. O ese otro que, apenas tuvo la oportunidad, violó todas las reglas y llevó el virus generosamente a casa de los abuelos, de los papás y de los hermanos.
El virus del poder actúa igual. Se comporta de manera extraña y a cada cual le pega distinto. Así como el dolor muscular es un común denominador en los enfermos de COVID, así hay un comportamiento predecible entre ciertos políticos, del partido que sean. En ambos casos es una condición del virus. Yo recuerdo a un Enrique Alfaro tan amable cuando era candidato, visitando cordial las redacciones de los medios y abrazando a los vecinos como uno entre ellos. Besos a la viejita, cariñitos a los niños. Pero apenas se hizo Gobernador, púmbale a los medios y tómala con los vecinos. Cambio total: del tipo que yo recordaba, a este otro convertido en una fiera que manotea y lanza gruñidos. E insisto que no es el único y que esos modos son modos de muchos: en campaña, un bombón; apenas logran lo que quieren, un trago de clavos. En campaña, barriendo una colonia; y ya en el poder, barriendo con trascabo a los vecinos. Puedo mencionar a varios, de pena ajena. Insisto en que no son todos y que hay, por supuesto, notorios casos de excepción.
Usted o yo podremos no ser una perita en dulce. Pero ni usted ni yo, que aceptamos servir como ciudadanos, buscamos el poder en las urnas o el hueso de los puestos públicos con el argumento de que queremos “servir”. Los políticos tienen responsabilidades y están obligados a servir. Viven de los otros: ¿cómo es que se vuelven contra los otros? Pedir votos con una sonrisa y luego volverse una amenaza es como estudiar para taquero y luego escupir cada taco apenas se tiene un puesto. O hay mucha hipocresía o era plan con maña: estudiar, obtener el título de taquero y ahora sí, que todos los que esperaban tacos se traguen un escupitajo. Pues no.
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Enrique Alfaro se había convertido en una alternativa interesante para algunos que reclamaban el fracaso probado del PAN y del PRI en Jalisco. Y parecía un contrapeso prometedor frente al poder creciente de un tumor que hizo metástasis hace varios años en la sociedad jalisciense: Raúl Padilla López. El exrector de la Universidad de Guadalajara (UdeG) dispone de presupuestos multimillonarios y es básicamente dueño de la vida cultural y académica del estado y allende; controla medios a través de la publicidad oficial, tiene un partido propio, se ha colado en Morena y en otras fuerzas en el estado y tiene los favores de los intelectuales, a quienes concesiona poder en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL) y para quienes siempre hay un plato de sopa caliente y una zanahoria adelante.
Expresidente de la Federación de Estudiantes de Guadalajara, Padilla ha creado un manual (relativamente) nuevo de cómo obtener poder sin ser votado y cómo estar por encima de autoridades e instituciones. Ya lo ha denunciado incluso el Presidente López Obrador. Pero ese modelo se está repitiendo en distintas entidades del país, desgraciadamente, y lanzo una alerta aquí de un caso sobresaliente: Héctor Melesio Cuén Ojeda, líder y fundador del Partido Sinaloense, apoderado de cargos y presupuestos de la Universidad Autónoma de Sinaloa (UAS).
Cuén es el nuevo Padilla pero de Sinaloa. Y aunque usted no lo crea, su apoyo viene desde casi mero arriba: desde Adán Augusto López, quien construye una candidatura haciendo amarres locales sin respetar a los aliados locales. Cuén Ojeda es una pesadilla para los gobiernos de Morena en esa entidad, empezando el de Rubén Rocha Moya, Gobernador morenista. Rocha intenta contener el poder de Cuén y Adán Augusto va y lo abandera. Y claro, el exrector de la UAS va partiendo plaza (y echando al suelo los planes de la 4T) porque fue ungido por el Secretario de Gobernación. Ya habrá tiempo de hablar de Cuén y de Padilla, de Padilla y de Cuén, dos tumores que hicieron metástasis en los presupuestos de educación.
Me regreso a Enrique Alfaro: como decía, no es el único caso de individuos que equivocan de profesión pero sí uno muy sobresaliente. Creo en la sentencia del sacapuntas: el lápiz sólo tiene un destino, que es ir reduciéndose a viruta. Espero que así sea. Las encuestas dicen que ha caído dramáticamente en la aceptación pública aunque sea también favorito de la élite intelectual de México. ¿Cómo? Pues sí: la élite intelectual le apuesta a él y a Raúl Padilla; y hará lo que hizo siempre, hasta 2018: irse con el ganador.
También insisto en que el caso Alfaro nos debe recordar que el fascismo es una amenaza constante a las democracias modernas. La sociedad debe estar muy alerta. Los besos a la viejita y a los niños en tiempos electorales no son garantía de nada. Y no se tiene que ser Hitler o Mussolini para ser fascista: están los Bolsonaro, los Calderón, los Aznar o los Trump, también; individuos que hacen mucho daño a las sociedades de nuestro tiempo y que demuestran que la democracia se puede usar lo mismo para sacarle votos a la gente que para darle de chicotazos en la espalda. Como Alfaro.
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