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Fabrizio Mejía Madrid

03/02/2022 - 12:05 am

El golpe nuestro de cada viernes

La industria de las noticias falsas consiste en empatar a los datos con los prejuicios preexistentes.

Desde que empezó el Gobierno de la 4T, nos hemos acostumbrado a que el viernes sea el día en que se estrenan las noticias falsas. Después de la noticia falsa viene una campaña para expandirla que no tendrá contención alguna durante el sábado y domingo porque el desmentido y la aclaración vendrán hasta el lunes en la conferencia matutina del Presidente. Usted podría decir que esa táctica de la oposición le ha servido de muy poco, habida cuenta de que la aprobación del Presidente tiene niveles del 70 por ciento. Sin embargo, creo que lo que buscan las noticias falsas no es que alguien realmente las crea, sino generar un ambiente de incertidumbre donde ya todo pueda ser posible, es decir, que la política vuelva a caer en descrédito, que se dude de todo, que la suspicacia y la sospecha sean los únicos resultados posibles del debate público. Porque, si todo es falso, nada es falso.

Veamos el origen de esta desinformación. Inicia en enero de 2019 con el combate al robo de combustible, el huachicol. Una foto, tomada en Argentina durante la crisis bancaria del 2001, retrata un supermercado con los estantes vacíos y se usa para “documentar” el desabasto en México por la falta de gasolina. Se viraliza, no obstante que es completamente falsa: proviene de otro tiempo y otro país. Aquí haré una pausa para explicar que, según un estudio del MIT publicado en la revista Science el 9 de marzo de 2018, de 126 mil noticias compartidas por tres millones de usuarios de las redes sociales, las falsas se viralizaron seis veces más rápido que las comprobables. En Facebook, por ejemplo, 8.7 millones de usuarios estuvieron más dispuestos a compartir información no comprobable frente a tan sólo 7.3 millones que divulgaron noticias institucionales. No es que seamos más mentirosos que verdaderos, sino que tendemos a darle más crédito a lo que confirma nuestros prejuicios y la forma en que aprendimos a entender el mundo y, en especial, de entender la política.

La industria de las noticias falsas consiste en empatar a los datos con los prejuicios preexistentes. Es decir, que si uno ha crecido en un país donde, por ejemplo, los planes del Gobierno siempre resultan desastrosos, uno va a compartir la foto del desabasto en Argentina en 2001 como si fuera en el México del 2019. A mediados de ese mismo año, para seguir con los ejemplos, el actual coordinador de los senadores de Acción Nacional, Julen Rementería, alertó a la población sobre el gasto de 16 mil 789.10 pesos en longaniza del Palacio Nacional. Fue conocido como el “longanizagate”. No obstante que el número ya delataba su falsedad —la secuencia 7, 8, 9 y 10—, la gente que está habituada al dispendio de la burocracia en comidas, toallas, y vinos a expensas del dinero público, lo viralizó. Las fake news dependen para subsistir, como los virus, de que el huésped las acepte porque le confirman los prejuicios y sesgos preexistentes. Por algo se llama “viralizar”.

De esa misma forma funcionan todos los tipos de mentiras que ha difundido la oposición y que podrían dividirse en cuatro categorías: 1) Las que se sustentan en la desconfianza de lo hecho en México. Ahí se agrupan tooooodas las que tienen que ver con las obras mal realizadas; la refinería que se inunda cada viernes, la torre de control del aeropuerto Felipe Ángeles que se inclina, el tren que no es real sino una simulación de videojuego, los ventiladores para enfermos graves de COVID que no sirven, el billete de 200 que no cabe en la cartera. 2) Las que se sustentan en la irresponsabilidad de las autoridades, donde se agrupan el “ocultamiento” de muertes por COVID, la aprobación de vacunas con eficacia del cinco por ciento o rebajadas con agua (campaña desatada por la reportera de Univisión, Peniley Ramírez, en junio de 2021), que la estrategia contra el crimen organizado sean los “abrazos” y contra la pandemia un amuleto. 3) Las que se sustentan en la desconfianza hacia los pobres. Aquí se agrupan toooodas las noticias falsas sobre el uso de las becas estudiantiles para comprar caguamas, la tala de árboles para recibir el “Sembrando Vida”, y las tarjetas del Bienestar que tienen la leyenda: “No pensarás por ti mismo y obedecerás todo lo que diga AMLO” (un fotomontaje de la candidata del Partido Verde al Gobierno de Puebla, Paola Migoya). 4) Las que se sustentan en la tradición autoritaria del PRI. En este rubro se pueden agrupar desde la idea de que el plan secreto del Presidente es reelegirse y perpetuarse en el poder suprimiendo las elecciones hasta la acusación de “militarizar” al país por el uso de ingenieros militares en las obras de infraestructura; que los primeros vacunados iban a ser los militantes del Partido Morena, que la portada del libro de texto gratuito tendría la imagen de AMLO o que se iba a obligar a los niños a recitar poemas que alabaran al Presidente. También aquí caben tanto las ideas de que la Revocación del Mandato es tan sólo un ejercicio de popularidad o que reducirle el salario a los consejeros del INE y sus asesores es “atentar contra la democracia misma” como que el Presidente es “como” Díaz Ordaz, “como” Hitler o “como” Donald Trump.

Así, las noticias falsas de los viernes son reproducidas por quienes ven a la política como un engaño, a los políticos como irresponsables, mal hechos y autoritarios, y al país como un lodazal del que no pueden salir porque Europa no acepta las vacunas chinas. Por supuesto que hay diferencias de sofisticación entre las fake news, de acuerdo a su objetivo. Una sería, como en el caso de los videos de Ricardo Anaya, la propaganda, es decir, la difusión de frases para dañar una causa… en su caso, una causa penal. Otra, como en los casos de la fábrica de chocolates de los hijos del Presidente, es la desinformación como el uso de un rumor o una suposición sin fundamento para desacreditar y atacar a una persona, sin importar los hechos. Una más es la conspiración, es decir, enunciar una teoría simple para explicar fenómenos disímiles y complejos. Cierta oposición usa para ello al Foro de Sao Paulo como la reunión de los Sabios de Sión que quieren precipitar a América Latina en el castro-chavismo-sovietizante-y-demoniaco. Quizás haya algunos que difunden las noticias falsas sólo como producto “anzuelo”, es decir, un encabezado sensacionalista para que más gente les dé clicks a sus páginas. Pero, no importa si es para desinformar, dañar, desacreditar o ganar dinero, la noticia falsa confía en que su destinatario lo comparta como un dato que le reconfirma sus esterotipos a través de cuyos ojos ve la política. Lo importante no es si es verdadero o falso sino si se hace viral o no. Por eso, no sirve para generar una opinión sino para exacerbarla.

Los golpes de los viernes han cambiado lo que se entiende por audiencias y periodistas. Ahora ya no podemos existir sólo como consumidores pasivos de noticias, sino que tenemos la responsabilidad de discernir si estamos viralizando mentiras. Necesitamos alfabetizarnos en lo digital. Una de sus lecciones es la de los tres minutos, es decir, la que pide esperar ese tiempo para reflexionar en sí lo que estás leyendo merece o no ser compartido. En esos tres minutos se debe uno preguntar quién lo dice, por qué lo dice, qué contexto dejó afuera, y qué objetivo busca: si es mal periodismo, vil provocación, estereotipo o prejuicio, lenguaje de odio; si es propaganda para lograr mayor influencia política o para beneficiarse económicamente. Tampoco puede permitirse que los periodistas se presten a todo tipo de argucias sólo para lograr un mayor número de clicks. La verdad sigue existiendo y hay que tratarla como un bien público, es decir, como un patrimonio que debe ser cuidado por todos, periodistas y audiencias.

Los que se benefician del golpe de los viernes han dicho que desmentir una noticia falsa es “polarizar”. Han sido tan ruines que se han atrevido a relacionar los desmentidos, aclaraciones, y evidencias de los miércoles en la mañanera con el asesinato de periodistas en los municipios de la República. Como sociedad habría que defender a la verdad y la información como un patrimonio, tal como hacemos con el petróleo y la soberanía nacionales. Convendría ponderar el valor de lo que escribió en el siglo XVI el creador del ensayo moderno, Michel de Montaigne: “Mentir es un vicio maldito. Somos humanos y nos sostenemos sólo por la palabra. Como al entendimiento mutuo sólo se llega por medio de las palabras, aquel que la violenta, traiciona a la sociedad misma. Es el instrumento por el que comunicamos deseos y pensamientos; el intérprete de nuestra alma. Si nos falla, nos deja sin sostén entre nosotros, sin conocimiento mutuo. Si nos engaña, nos rompe las relaciones y disuelve los lazos sociales”.

Fabrizio Mejía Madrid
Es escritor y periodista. Colabora en La Jornada y Aristégui Noticias. Ha publicado más de 20 libros entre los que se encuentran las novelas Disparos en la oscuridad, El rencor, Tequila DF, Un hombre de confianza, Esa luz que nos deslumbra, Vida digital, y Hombre al agua que recibió en 2004 el Premio Antonin Artaud.
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