Alejandro De la Garza
19/03/2022 - 12:03 am
El encuentro sexual de dos mundos
«En realidad, sobre la sexualidad prehispánica, las prácticas, usos y costumbres sexuales de los pueblos precolombinos sabemos poco y mal, porque estos datos han sido conocidos a través de narraciones, recuperaciones antropológicas y relatos orales filtrados ya por traducciones y adaptaciones (…)».
El sino del escorpión relee sobre el radical trastocamiento impuesto a la mentalidad indígena durante la Conquista y el coloniaje, por el proceso evangelizador de las órdenes mendicantes. Los milenaristas Franciscanos llegaron a la Nueva España en 1523, los discretos Dominicos en 1526 y los ambiciosos Agustinos en 1533. Para mediados de ese siglo cerca de 800 frailes de estas órdenes se encontraban en la Nueva España. Ya en 1572 llegaron también los modernizadores Jesuitas, quienes sumaban más de un centenar para 1580. Todos bautizaban y convertían a los indígenas en masa y de bulto, por cientos de miles hasta sumar millones.
Es sabido que la fe católica romana, al ser trasladada e impuesta a los grupos indígenas de América durante la Conquista y al obligarse su práctica durante la Colonia, constituyó un profundo y violento rompimiento en su estructura mental, creencias y comportamientos, en sus prácticas sexuales, la organización social y las relaciones familiares de solidaridad y jerarquía entre los pueblos autóctonos.
Además de erradicar el politeísmo y convertir a los indígenas a la fe monoteísta del cristianismo católico, otra de las preocupaciones fundamentales de los misioneros y frailes evangelizadores fue precisamente reordenar el concepto de sexualidad mediante la represión de las prácticas sexuales autóctonas, su replanteamiento y adecuación a la norma eclesiástica impuesta, y su rígido control mediante conceptos tan ajenos a los indígenas como la culpa, el pecado o la confesión.
El alacrán revisa cómo el cristianismo católico y medievalista implantado en América por la Iglesia española, dedicó parte importante de su doctrina precisamente a trasladar al Nuevo Mundo las estrictas reglas de comportamiento sexual promovidas en sus textos originarios, redefinidos además con mayor vigor y rigidez a partir del Concilio de Trento de 1563, reunido con el fin de reorganizar a la Iglesia y fortalecer sus tradiciones ortodoxas ante el alejamiento del pueblo europeo de las prácticas religiosas tradicionales y el consecuente relajamiento de las costumbres, así como en respuesta al surgimiento del protestantismo (“el quejoso” Lutero), y a diversas ideas humanistas y librepensadores radicales que cuestionaron los fundamentos de la jerarquía católica vaticana enriquecida y ambiciosa, corrupta y de enorme poder político.
La ávida imaginación de los primeros descubridores y conquistadores llegados al Nuevo Mundo, predispuesta a encontrar las realidades más inconcebibles en los nuevos territorios, supuso la existencia de tierras riquísimas habitadas por tribus de “buenos salvajes” y seres fantásticos de prácticas sexuales heterodoxas, paganas y “contra natura”. Se habló de islas de hermafroditas, de hombres antípodas que andaban de cabeza, pueblos de gigantes sodomitas y hombres de falos descomunales, con el rostro en el pecho o el ombligo, corcovados o de un sólo pie, de hombres-perros, además de islas de pegasos, gárgolas, unicornios y demás zoología fantástica aún alucinante.
En realidad, sobre la sexualidad prehispánica, las prácticas, usos y costumbres sexuales de los pueblos precolombinos sabemos poco y mal, porque estos datos han sido conocidos a través de narraciones, recuperaciones antropológicas y relatos orales filtrados ya por traducciones y adaptaciones no sólo al español, sino también a los estrechos marcos de la mentalidad occidental de entonces, cuando no de plano fueron censurados.
No obstante, hay acuerdo general de varios autores en torno a ciertos aspectos de las prácticas sexuales prehispánicas, como la homosexualidad, la extendida poligamia y conductas como el bestialismo y la sodomía. También existían la unión matrimonial —en la cual sólo la primera mujer era considerada esposa y sus hijos herederos legítimos—, el incesto, el muy ejercido concubinato y el adulterio, sólo posible si se realizaba con una mujer casada, pues los hombres, aún casados, podían tener relaciones sexuales con mujeres solteras.
El venenoso se imagina el literal “grito en el cielo” de frailes y misioneros ante estas prácticas y usos, más si pensamos en el fundamento de la sexualidad promovido por la Iglesia de la contrarreforma española, resumido en la carne como el demonio enemigo y al espíritu como el atormentado dios frente a las tentaciones.
Por ello la Iglesia castigaba por igual las prácticas, los sueños y los pensamientos considerados lujuriosos expuestos por los indígenas tras el sofisticado interrogatorio conocido como la confesión cristiana, procedimiento basado en la represión, el tormento mental, la clasificación de las faltas en transgresiones espirituales, veniales y mortales; la imposición de la idea misma del alma y sobre todo la de la culpa, además de la autoritaria obligación de exponer estos razonamientos ante la omnisciente y todopoderosa figura del sacerdote cristiano con la promesa de la absolución y el perdón del pecador. Esta herramienta represiva fue fundamental para trastocar y desmantelar la conciencia indígenas y forzar su consecuente reordenamiento, sujeción y sumisión a los nuevos preceptos redentoristas del occidente cristiano.
Todo el material revisado por el alacrán apunta a documentar el papel que la Iglesia y la religión católica jugaron en el terreno de las relaciones sexuales y conyugales, para lograr su adecuación a la norma católica impuesta y su integración a las relaciones sociales autorizadas en la Nueva España, lo que es decir para la obtención y mantenimiento de un statu quo favorable al sometimiento, dominio y explotación de los indígenas y las riquezas naturales de sus tierras.
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