Jorge Zepeda Patterson
07/07/2019 - 12:05 am
El difícil arte de rectificar, a tiempo
Quizá haya una mano negra que encendió la mecha, como dijo AMLO, pero la falta de tacto y planeación ofrecieron suficiente combustible para el incendio.
El conflicto del Gobierno con la Policía Federal ejemplifica perfectamente las virtudes y defectos de Andrés Manuel López Obrador. Una buena idea, pero instrumentada de manera apresurada por el excesivo optimismo. Poner fin a un cuerpo policiaco inoperante (hágase un favor y lea el texto “El cártel policiaco que prohijó García Luna” de Ricardo Ravelo en SinEmbargo) era un primer paso imprescindible, pero lo que pudo haber sido un acierto termina convertido en un escándalo y, por consiguiente, pasa una factura política al Presidente. Nadie puede negar que se trata de una corporación plagada de corrupción, pero tampoco que existen elementos que han perdido la vida en cumplimiento del deber. Hay derechos laborales adquiridos que tenían que ser respetados o negociados, experiencias acumuladas para tomar en cuenta e incluso unidades aisladas que hacían un trabajo adecuado.
Quizá haya una mano negra que encendió la mecha, como dijo AMLO, pero la falta de tacto y planeación ofrecieron suficiente combustible para el incendio. También es cierto que los medios y columnistas críticos ahora inflan el conflicto y hablan de la PF como un cuerpo heroico y abnegado, cuando hace un año ellos mismos la tachaban de nido de corrupción. Pero, por lo mismo, ¿qué necesidad de ofrecer un flanco fácil a los críticos?
Algo similar sucedió con el combate al huachicol o el recorte del oneroso gasto público. Ambos son dos aciertos extraordinarios del Gobierno de la 4T, pero ambos resultaron terriblemente manchados por los negros del arroz que pudieron ser evitados.
La reducción entre 80 y 90 por ciento en el robo de combustible es un logro que no ha sido valorado cabalmente, una muestra de la voluntad política y la capacidad del Estado para retomar el control de la vida pública frente al crimen organizado. Algo que ya creíamos perdido. Y sin embargo muchas personas asumen la experiencia como una muestra de la torpeza del Gobierno por la escasez de gasolinas provocada. Visto en retrospectiva el daño fue muy menor frente al enorme beneficio que supone evitar que comunidades enteras siguieran dedicadas al saqueo de un bien público, por no hablar de los miles de millones de pesos anuales de ahorro para el erario. Pero es cierto que el cierre de ductos no fue acompañado de la planeación necesaria para neutralizar los daños colaterales.
El recorte en el gasto deja la misma moraleja. Es histórico lo que el Gobierno está haciendo para revertir el abuso al que nos condenó la clase política, que hacía de la cosa pública una cosa nostra. Guaruras, asesores, gastos suntuarios en viajes, helicópteros, negocios paralelos y un largo etcétera. Si AMLO consigue instalar una cultura de austeridad a lo largo del sexenio, la 4T en efecto habrá ganado su nombre a pulso. El problema surge cuando el cierre del grifo deja a víctimas sin medicinas y camas, ocasiona despidos masivos entre los más humildes y necesarios miembros de la burocracia o provoca la suspensión de programas absolutamente imprescindibles. Otra vez, los negros del arroz terminan monopolizando la conversación pública e impiden valorar la trascendencia de lo que está en proceso de conseguirse. Tanto en el caso del huachicol como en el de la malversación del gasto público, era importante cerrar el grifo para obturar fugas y corregir procedimientos, pero no antes de considerar las implicaciones para los sectores más afectados .
En un artículo de este sábado Jorge Volpi señala que López Obrador ha operado sobre la lógica del ensayo y error, pero con una notable capacidad para hacer un inmediato control de daños. Ahora mismo recorre los hospitales públicos del país, consciente de que cometió un exceso donde no debía. Lo mismo sucedió con el desabasto de medicinas, los fertilizantes, las becas de Conacyt o las incongruencias en la contratación de indeseables por parte de colaboradores. Corrección o ajustes inmediatos. El problema es que en muchas ocasiones el daño ya está hecho para efecto de las percepciones públicas. Sobre todo cuando la primera reacción del Presidente es atribuir las quejas a la desinformación («yo tengo otros datos») o la mala leche de sus enemigos (que la hay, pero no solo).
Es loable esta rapidez en la contención de daños, pero sería aun más deseable y se ahorraría muchos dolores de cabeza, como el de la PF en este momento, si las importantes acciones que realiza su Gobierno fuesen precedidas de una mejor previsión de los impactos colaterales.
En el fondo estos descuidos no surgen de la torpeza o la incapacidad, sino de la presunción de que todos los mexicanos están dispuestos a hacer los sacrificios que sean necesarios con tal de acabar con la corrupción y el despilfarro. A estas alturas AMLO tendrían que saber que no es así y que los sacrificios que imponga en aras de los grandes objetivos, serán combustibles para el escándalo, provocarán resistencias y bloqueos, desestabilización y desdoro de los logros de la administración. El Presidente está desarrollando una admirable capacidad para apagar fuegos, sería aún mejor que convirtiera en arte la tarea de prevenirlos.
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