Rubí Celia Ramírez Núñez
12/12/2021 - 12:02 am
Descolonizar la cultura, descolonizar la memoria
«La cultura es una enorme oportunidad para conciliar dos o más mundos».
El sistema cultural nuestro que surge en los albores del siglo XX del puño de una nueva generación de funcionarios públicos que no abandonaban los ideales aristócratas del quinto periodo porfirista, plasmaron la extensa influencia positivista francesa de Comte, Mill y Spencer, como parte de la representación del progreso y modernidad. El papel de Justo Sierra, hombre clave entre los científicos y de la jurisprudencia, fue de enorme influencia para la unificación de la educación nacional bajo la doctrina positivista una vez que tomó posesión del cargo como secretario de Instrucción y Bellas Artes en 1905. Aun así, en lo que respecta a avances tangibles sobre la “educación estética”, por primera vez se introduce el concepto a la ley hasta 1908.
Contrapunteando la inercia dogmática positivista, en el Ateneo de la Juventud una nueva corriente de pensamiento buscó insaciablemente la extinción del positivismo aventurándose por los caminos del pragmatismo alemán, que incluso acercaron al secretario de Instrucción y Bellas Artes a sus filas. El Ateneo además de ser un bastión ideológico para las nuevas generaciones, tuvo una enorme trascendencia para los firmes militantes en contra de la dictadura de Díaz en la víspera y durante la Revolución Mexicana, y que más tarde tomarían posesión de importantes cargos públicos al término del conflicto armado, como el caso de José Vasconcelos. (Álvarez Barret, 1981).
El vínculo y dependencia entre la educación pública y en bellas artes, quedó sellada por lo menos durante ocho décadas desde la creación Secretaría de Educación Pública en 1921, que al momento de su creación abandona el concepto de “instrucción” para asentar el de “educación”, como ya lo había sugerido Justo Sierra antes de la revolución. Durante la gestión vasconcelista (1921-1923) la educación y la cultura crecieron como nunca antes y la influencia del estado fue determinante, pese a que la presencia de la secretaría quedó limitada a los estados federados y al entonces Distrito Federal, la idea que permeaba para la institución era la del nuevo mexicano nacionalista de “herencia indígena e hispana”. (Matute, 1981). Vasconcelos, opositor reacio a la dictadura porfiriana, logró alejar el positivismo de esta novedosa estructura, pero no eliminarlo por completo, en pos de la modernidad de la educación y de las instituciones, los textos clásicos europeos predominaron en la enseñanza básica, media y superior.
La cultura es una enorme oportunidad para conciliar dos o más mundos, “para crear la categoría integradora entre civilizaciones”, la integración de estos elementos a través del muralismo dio como resultado uno de los momentos más lúcidos y brillantes para la cultura mexicana, resto del continente americano y el mundo entero. El muralismo de mil novecientos fue un punto de partida, “un redescubrimiento cultural” que reforzó la revolución política, un movimiento con carácter propio y fisionomía original que por supuesto, se nutrió de la modernidad europea pero así mismo superó la imitación del viejo continente y “la emulación norteamericana”. La apertura comercial al extranjero del porfirismo escindió ampliamente para que la estructura cultural política y socioeconómica se fincara bajo un revestimiento de modernidad, pero en realidad de dominación. (Sofía, 2013).
La filosofía de la descolonización (Vasconcelos, Henríquez Ureña, Sofía, Dussel, entre otros) desenmascara la estructura totalizadora, de dependencia y dominio político. La interpretación en el lenguaje tradicional de Hegel, Marx, Heiddeger, enfatizan una suerte de infravalor de intelectualidad latinoamericana. La cosmovisión europea parte de categorizaciones muy distintas que no atestiguan la “pluricronomaticidad de los entornos” del continente americano, el eurocentrismo se halla en otro tiempo y espacio, así parafrasea Pasquale Sofía (2013) a Miró Quesada: esta “dependencia mítica” se reproduce en la cultura y la filosofía. (p. 22).
El horizonte posible que descarta la imitación europea, que ya en 1978 Henríquez Ureña resolvía: “[…] Distingamos pues, entre imitación y herencia: quien nos reproduce el componer dramas de corte escandinavo, o el pintar cuadros cubistas, o el poner techos de Mansard a nuestros edificios, […] Tenemos derechos –herencia no es hurto– a movernos con libertad dentro de la tradición española y, cuando podamos, a superarla. […] (p. 24).
Superar dicha herencia se vuelve en una obligación, hay que observar los límites para escapar de ellos, la cultura, la plástica urbana a la que me he introducido con suma seriedad me parece, está buscando revitalizar las tradiciones para proveer de la autenticidad y originalidad, no desde las instituciones, sino como actores sociales y hacedores de la plástica, este conglomerado sumamente heterogéneo y heredero del sublime pensamiento muralista, le falta mucho camino por recorrer sin duda, pero es un camino que abrieron por sí mismos en la extrañeza de mundos contrapuestos, mestizos, multiculturales, desde lo local, desde la historia. El alcance que puede tener la educación histórica y artística como ya nos mostró Vasconcelos a cien años, trasciende al momento de superar los límites de lo formal y del centro, trasciende y transforma cuando alcanza estos horizontes genuinos.
- 1. Álvarez Barret, L. (1981). Justo Sierra y la obra educativa del porfiriato, 1901-1911, en Fernando Solana, Raúl Cardiel Reyes y Raúl Bolaños Martínez (Coords.), Historia de la educación pública en México (1876-1976), (pp. 83-115). Ciudad de México: FCE.
2. Matute, A. (1981). La política educativa de José Vasconcelos, en Fernando Solana, Raúl Cardiel Reyes y Raúl Bolaños Martínez (Coords.), Historia de la educación pública en México (1876-1976), (pp. 166-182). Ciudad de México: FCE.
3. Sofia, P. (2013). La descolonización cultural de América Latina. Antología de una polémica filosófica. Maracaibo: Universidad Católica Cecilio Acosta.
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