Gustavo de Hoyos Walther
01/02/2022 - 12:05 am
Democracia y coaliciones
«Sin duda la elección presidencial del 2024 será de la mayor importancia. Las fuerzas opositoras tienen el desafío histórico de conformar una gran coalición que pueda vencer al régimen populista que está llevando al país al abismo».
La polarización política es una de las características recurrentes en las sociedades contemporáneas. En buena medida esto tiene que ver con la manipulación populista ante fenómenos como la desigualdad y la injusticia, que perciben y padecen segmentos importantes de la población.
Otra de las características de nuestro momento político es la pérdida de legitimidad que han sufrido los partidos como la unidad política de representación ciudadana por excelencia. Las formaciones partidarias han visto deteriorar su capacidad de aglutinar las aspiraciones de segmentos relevantes de la sociedad, reduciendo su influencia a militancias minoritarias.
La búsqueda de ofertas políticas de mayor aceptación, así como la disolución de extremos ideológicos en favor de una visión pragmática de la política ha llevado a que los partidos políticos tradicionales hayan sido desplazados por coaliciones.
Por un lado esto no es algo que deba lamentarse del todo. Un mundo con menor preminencia de las ideologías, es menos propenso a las guerras intestinas y a la violencia descarnada. Los genocidios que presenció el siglo XX detonados por el radicalismo ideológico, jamás deben repetirse. Sin embargo, tampoco parece conveniente construir un mundo dominado por el pragmatismo, donde sólo cuenten los intereses y los ideales se hayan extinguido. Las nuevas coaliciones políticas que se están formando, deben evitar estos extremos indeseables.
El fenómeno de las coaliciones en América Latina no es nuevo. Quizás el pionero de esto fue el Frente Amplio en Uruguay, que en 1971 se constituyó como una coalición de diversos partidos de izquierda y que fue la inspiración de la coalición del mismo nombre que recientemente llevó al poder a Gabriel Boric en Chile.
En este último caso, la coalición encabezada por Boric no se opuso a un populismo de izquierda o de derecha, sino más bien se enfrentó a lo que sus adeptos consideran fue el orden conservador de la concertación del siglo XXI chileno.
A diferencia de lo que sucede en regímenes presidencialistas, como lo son la mayoría en América Latina, las coaliciones son una forma muy frecuente de hacer política en los regímenes parlamentarios, que tradicionalmente promueven el co-gobierno de uno o varios partidos que se coaligan para formar mayorías que permitan gobernar con legitimidad. La gobernabilidad es, sin duda, una de las virtudes de las coaliciones. Partidos que gobiernan con el apoyo de una minoría de la población, casi siempre sufren problemas de legitimidad y por ende, de gobernabilidad.
Lo regímenes parlamentarios suelen evitar este problema. Por ejemplo, en Japón desde 1999, existe una coalición que ha sido hegemónica en lo que va del siglo XXI. La coalición está compuesta por el Partido Liberal Democrático y el Komeito. Esta coalición es considerada conservadora en el espectro político japonés, donde la cooperación del Komeito – un partido de inspiración budista – le ha servido al PLD para tener mayor legitimidad entre los sectores religiosos de la población japonesa.
Estas coaliciones normalmente obedecen a simpatías políticas entre los partidos que las componen. Sin embargo, hay excepciones a esa regla como en el caso de la coalición del Partido Social Demócrata de Alemania (SPD) y la Unión Democrática Cristiana (CDU) de Angela Merkel, que entre 2005 y 2009 y nuevamente entre 2013 y 2021 co-gobernaron junto con la Unión Social Cristiana de Baviera (CSU). Esta coalición fue atípica dado que el SPD y el CDU normalmente han tenido agendas encontradas. Sin embargo, esta coalición alemana respondió a una nueva realidad europea. El acercamiento entre la socialdemocracia y la democracia cristiana o liberal ha ocurrido en Europa, en parte como respuesta al ascenso de los movimientos populistas de derecha radical que comenzaron a aparecer y tomar fuerza a finales del siglo XX.
Algo similar ocurrió del otro lado del Atlántico. Aunque en Estados Unidos no se puede hablar de la existencia de una coalición, debido a su robusto sistema bipartidista, lo cierto es que el gobierno de Joseph Biden no se puede entender si no se piensa como una especie de coalición del ala moderada del Partido Demócrata y el ala progresista que encabeza Bernard Sanders. Probablemente el mayor catalizador de la misma fue el arribo al poder del populismo de derecha liderado por Donald Trump.
Aunque parezca curioso la realidad europea y norteamericana se parece mucho a la mexicana. En los tres casos ha habido acercamientos entre la socialdemocracia y grupos liberales que tradicionalmente no simpatizan demasiado en posiciones incluso fundacionales, pero que se tienen que acercar ante el desafío creciente del populismo.
En México, la coalición electoral Va por México que se gestó durante 2020 y compitió en varias elecciones en 2021 se conformó fundamentalmente para enfrentar al oficialismo obradorista.
Esta coalición de tres partidos que durante la historia política reciente se habían visto como adversarios fue posible porque se logró construir un consenso desde la sociedad civil de que la unidad era necesaria para contrarrestar el asedio a las libertades, la democracia y el estado de derecho perpetrado por el gobierno encabezado por López Obrador. Este sentir fue recogido con sagacidad por sus dirigencias.
La coalición fue exitosa y permitió un amplio crecimiento de la representación opositora en la Cámara de Diputados, que fue el objetivo explícito que se planteó. Pero el éxito de la coalición no se detiene ahí. En un hecho que se suele pasar por alto el acumulado de votos de las fuerzas opositoras superó por más de dos millones de sufragios a los obtenidos con las formaciones políticas alineadas al oficialismo.
El desafío mayor para la coalición consiste en aumentar aún más su popularidad entre la ciudadanía. En este sentido, es posible ser optimista. Recordemos cómo el Frente Cívico Nacional, con Cuauhtémoc Cárdenas a la cabeza, desafió al poder en 1987, y cómo la Alianza por el Cambio, encabezada por Vicente Fox, logró la primer alternancia en la Presidencia de la República de nuestra historia contemporánea.
Otros retos de la coalición consisten en impulsar eficazmente la agenda programática que nutrió su origen, preservar su solidez política ante coyunturas políticas cambiantes, y convocar a más fuerzas políticas, de cara a las citas electorales relevantes que se avizoran en el horizonte.
Sin duda la elección presidencial del 2024 será de la mayor importancia. Las fuerzas opositoras tienen el desafío histórico de conformar una gran coalición que pueda vencer al régimen populista que está llevando al país al abismo.
Para avanzar en ese propósito hay dos tareas inaplazables que tienen que empezar a realizarse: definir la ruta para elegir a un candidato unificado en 2022 y sentar las bases para el primer gobierno federal de coalición.
El tiempo mexicano marca la hora de una gran coalición que conquiste el poder para que México ingrese en el camino de la prosperidad, la justicia y la libertad.
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