Artes de México compartió un relato acerca de cómo nació la piñata, un elemento representativo de las fechas decembrinas en México.
Por Stefan Czernecki y Timothy Rhodes
Ciudad de México, 27 de diciembre (SinEmbargo).- Cada Nochebuena todos en San Miguel se ponían su mejor ropa para pedir posada, como hace mucho lo hicieron María y José. Este año, Juanito, un niño ciego que venía vestido de ángel, encabezaba la procesión. Detrás de él otros llevaban en hombros una base con las pequeñas figuritas de barro de los santos peregrinos: María sobre un burro y José caminando a su lado.
Cuando la procesión finalmente llegó a la plaza, la gente se reunió alrededor del nacimiento que habían puesto al lado del cacto. La figurita del Niño Dios fue colocada en su lecho. Luego todos felices cantaron y bailaron.
Antes de la medianoche, Juanito, el niño ciego vestido de ángel, comenzó a cantar. Las notas de su voz volaron felices por encima del viejo cacto y se hundieron en la tranquila oscuridad de la noche. Una estrella escuchaba toda aquella alegría. Estaba tan entusiasmada por la dulzura del canto que decidió acercarse para oír mejor.
Rápido bajó desde el cielo, cada vez más rápido, hacia la fiesta. Y cuando empezaba a sentir que ya estaba lo suficientemente cerca, la sorprendió un piquete. La estrella se había clavado en una de las espinas más filosas de la punta del cacto.
—¡Ayúdenme, ayúdenme! —gritaba la estrellita mientras trataba de liberarse.
—¡Ayúdenme! —gritaba de nuevo, pero nadie podía oírla porque la banda tocaba muy fuerte.
A media noche la campana de la iglesia anunció la misa de gallo y la estrellita vio cómo uno por uno los aldeanos entraron a la iglesia. Al final sólo quedaba una persona en la plaza: Juanito, el niño vestido de ángel. Traía unas alas de papel amarradas a su espalda y un palo de pastor con una paloma tallada en la punta. La estrellita respiró hondo y gritó de nuevo:
—¡Ayúdenme!
Juanito oyó el grito débil y se detuvo para escuchar con cuidado.
—¡Acá arriba! —le dijo la estrella.
—¡Acá arriba! —repitió hasta que Juanito se dio cuenta de que los gritos venían de la punta del cacto.
—¿Qué haces allá arriba? ¿Quién eres?
—le decía Juanito mientras trataba de
alcanzarla con su palo.
Lo movía y aventaba sin poder tocarla. La estrella estaba tan débil que su luz apenas se distinguía del cielo oscuro. Cuando estaba a punto de darse por vencido, Juanito golpeó el cacto de tal manera que la estrella quedó liberada
La estrella subió de golpe hacia el cielo dejando un rastro brillante de polvo de estrellas que iba cayendo suavemente hacia la tierra. Algo de ese polvo cayó encima de Juanito. Y mientras caía aquel brillo pálido, el niño se sintió calientito y feliz. Había recibido un regalo maravilloso: la vista.
Una noche, un poco antes de Navidad, Juan estaba recostado en su cama mirando a la estrellita en su ventana y tuvo una idea. Saltó de la cama y se fue a la cocina para buscar algo en la alacena. Detrás de una bolsa de harina de maíz encontró el monedero donde guardaba sus ahorros.
—Yo también puedo dar regalos maravillosos —dijo.
En un rincón de la cocina, Juan guardaba una olla vieja de barro para alguna ocasión especial. La sacudió y la puso sobre la mesa.
El viejo estaba muy emocionado. Cortó el papel y el cartón. Hizo unos conos largos que pegó en la olla. Luego cubrió cada cono con papel de colores y en las puntas puso los listones.
Cuando terminó, la olla se había convertido en una estrella de colores, tan bonita como la que brillaba en la noche. Llenó la estrella con todos los juguetes, y las frutas, y las nueces, y los dulces; luego la cerró con papel y pegamento. Mientras admiraba su obra se puso a pensar cómo llamarla. Se acordaba vagamente que el vendedor de cosas de barro le había contado historias maravillosas sobre sus ollas. No podía recordarlas exactamente, pero la palabra “piñata” le venía una y otra vez a la mente. Entonces decidió ponerle así a su regalo maravilloso.