Aguililla es la cereza del enorme pastel que ya tiene el Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG). No sólo por ser la tierra natal de Nemesio Oseguera, fundador y líder de esta agrupación criminal, sino también por su posición territorial. Hay amplios terrenos montañosos que son usados para siembra de estupefacientes.
-Con información de Sugeyry Gándara.
Aguililla, Michoacán, 13 de septiembre (SinEmbargo).- Era la mañana del 4 de mayo de 2021. Los que transitaban por la plaza principal de Aguililla, Michoacán, se toparon con una enorme manta: “ya se acabó el sometimiento en que vivían […] no teman por reclamar lo que les corresponde […] no vine porque puedo, vine porque voy a quedarme”. El mensaje, firmado por Nemesio Oseguera Cervantes, más conocido como “El Mencho”, aseguraba que la lucha no era contra el pueblo ni contra el Gobierno, sino contra lo que él denominó “las sabandijas”.
La lona, puesta por hombres que llevaban la leyenda “Élite” en sus espaldas, era el anuncio “oficial” de que el Cártel Jalisco Nueva Generación se había apoderado de la cabecera municipal de la tierra natal de Oseguera, fundador y líder de esta agrupación criminal. Semanas antes, a finales de marzo y principios de abril, comandos habían irrumpido en Aguililla para expulsar y asesinar a supuestos integrantes de los Cárteles Unidos. “¡Nos la pelaron, pinches putos!”, celebraron. Videos muestran el terror que vivieron los pobladores, pues la llegada de los «jaliscos», como les dicen a los de “El Mencho”, fue a punta de balazos.
Cuando en las principales ciudades mexicanas la preocupación se centraba en la probable tercera ola de contagios de la COVID-19, en Aguililla inició una cacería. Todo abril y todo mayo. Fue una matanza. Las casas de personas a las que vinculaban con Cárteles Unidos fueron incendiadas. Levantaron a personas y las desaparecieron. Había “ojos” por todo el municipio. Siempre alguien viendo quién es quién y qué hace. Jóvenes fueron secuestrados sólo por traer en el celular algún mensaje que no le parecía al Cártel Jalisco. Los llevaban a un interrogatorio y ya no volvían. Los hombres de Nemesio actuaron con total impunidad.
COMER HELADO
Es la tarde del 20 de agosto de 2021. Un vehículo blindado bañado de color azul desciende por la calle Juárez, frente al zócalo de Aguililla. Se estaciona en la esquina de Manuel Maldonado, desde donde se alcanza a ver la Presidencia municipal y la Parroquia de Nuestra Señora de Guadalupe. Cuatro hombres descienden, tres con los rostros descubiertos, uno encapuchado y equipado con un rifle de asalto. Algo le dice uno a otro y le provoca una carcajada. El motor se queda prendido mientras tres de ellos, identificados como miembros del Cártel Jalisco, entran a la paletería “La Michoacana”. Sólo se queda afuera el hombre armado. Vigila. Camina como león enjaulado. Izquierda, derecha. Las personas que van pasando nomás hacen como que no ven. Izquierda, derecha. 10 minutos después, los sujetos abandonan el establecimiento. Se les ve felices. Llevan helados y aguas en vasos de unicel. Se suben al blindado, se enfilan por Maldonado y se pierden al dar vuelta por Allende, justo frente a una cenaduría.
Todo ocurre a unos 30 metros de donde Silvano Aureoles, Gobernador saliente de Michoacán, empujó a un manifestante en abril pasado. Ese día el mandatario caminó gallardo, levantó los brazos y agredió a una persona que sólo le pedía recorrer el municipio por tierra y no por aire, pues así podría notar que son lugares en los que los narcos pueden andar armados y con un helado en la mano sin que las autoridades actúen. En lugar de eso, Silvano llamó “halconeros” a los que le pidieron que en Aguililla haya paz. Los “halcones”, en el argot del crimen, son aquellas personas que le sirven de vigilantes y dan alertas sobre los movimientos de las autoridades o de los grupos enemigos.
Y mientras unos empujan y otros disfrutan de un helado, la población civil de Aguililla ha quedado desprotegida. El golpe más certero al municipio lo ha provocado el cierre de caminos a causa de la guerra entre el CJNG y los Cárteles Unidos, este último formado por células de lo que quedó de la Familia Michoacana, los Caballeros Templarios, los Troyanos, el Cártel de Tepalcatepec y Los Viagras, de acuerdo con una investigación de Insight Crime. Dichos bloqueos, realizados con agujeros en la ruta o con autos incendiados, se llevan a cabo con el objetivo de que los adversarios no avancen. Y sí… logran parar a los enemigos, pero también a la economía. Los que venden comida ya no van. Los que reparten el gas tampoco. Si se debe hacer alguna reparación de la luz, por ejemplo, hay que esperar. “Y mientras, Aguililla se muere”, dice el dueño de un restaurante-bar en el que ya casi no hay clientes.
“El pueblo ha padecido de muchos abusos. Hay muchos grupos delictivos y se están peleando la zona. Un grupo delictivo que estaba aquí, no sabemos si es en venganza o cuál es el coraje con el pueblo, pero ha decidido bloquear las vías, la única vía que conecta a Aguililla con el municipio más cercano que es Apatzingán. No hay servicios, no hay productos. Nos cortan la luz”, señala un hombre que se identifica como representante regional de Aguililla.
“En diciembre de 2020 cumplimos dos años con bloqueos en la carretera. Y desde antes se sufrían atropellos, extorsiones, secuestros, violaciones. Le quitaban a la gente sus posesiones, sus tierras, simplemente porque las necesitaban. Cuando no se tenía dinero para las cuotas, pues te tenías que ir. Ya está cansada la gente de no poder hacer nada. No puede uno crecer en lo económico. Teníamos a esos pinches sanguijuelas aquí, a esos zánganos, manteniéndolos. Cuotas en la gasolina, cuotas en la tortilla, cuotas en la carne. Hasta cuando alguien vendía un predio le tenía que dar una mochada a esos cabrones. Ellos ya no están aquí. Obviamente no están porque otro grupo llegó, otro grupo los desplazó. La zona, como quien dice, es de otro grupo. Pero el pueblo no tiene la culpa. ¿Por qué nosotros tenemos que pagar por sus problemas?”, añade.
ESPERAR A LA MUERTE
Aguililla, ubicado a unos 290 kilómetros de Morelia, la capital de Michoacán, no tiene un hospital equipado para enfrentar una pandemia como la de la COVID-19. Los pobladores han optado, por años, por ir a Apatzingán, a 84 kilómetros de distancia, para tratar sus padecimientos o enfermedades. Los bloqueos, sin embargo, los han dejado sin oportunidades. A veces lo más recomendable, dicen sus habitantes, es esperar a que llegue la luz del día para tratar de ir a un nosocomio, aunque se estén muriendo. ¿Transitar por la vía Apatzingán-Aguililla de noche? Suicida. Pero la salida del sol tampoco es una garantía. Están a merced de la decisión del que cuida cada retén. Si algún integrante de los Cárteles Unidos considera a alguien sospechoso, no avanza.
“Necesitamos que arreglen el problema de la carretera. No sólo es tránsito libre, es seguridad al transitar. Con cinco minutos que nos paran, nos investigan, para eso son los filtros. Corremos el riesgo de perder la vida. Mucha gente no se puede ir del pueblo. Son el 90 por ciento. Queremos que eso cambie. Qué fácil sería irnos del pueblo y ya. Qué fácil sería dejar que esto siga siendo un nido de ladrones. Eso es Aguililla: es un nido de ladrones. Faltan accesos carreteros, falta de servicios, no hay hospitales de calidad, a pesar de que estamos en la cabecera municipal. Tenemos un hospital rural. Toda la gente que se enferma de COVID, se muere aquí porque no hay respiradores, no hay medicinas, no hay turno de 24 horas”, expone el representante de Aguililla.
“Esperamos empatía por parte de la gente de México, de los demás municipios, de los demás estados. Ojalá nos apoyen y hagan presión al Gobierno para que ya nos ayuden. Ya estamos hartos. Tenemos días sin gas. El capitán de Apatzingán ya tiene varios días diciendo que ya están en eso, que están contactando a las empresas. Pero las empresas no quieren venir por el riesgo que ponen sus trabajadores. Que les den seguridad a las empresas y a los proveedores para que los productos lleguen aquí y los hagan accesibles. Llegan demasiado caros, ya que le dieron vuelta por Colima. Está todo carísimo”, dice junto a la vía 18 de Marzo, nombre que toma la Apatzingán-Aguililla al adentrarse en el municipio.
A principios de julio de 2021, habitantes de Aguililla utilizaron excavadoras para destruir el helipuerto que utilizaban los militares del cuartel local. Lo hicieron, dicen, para evitar que los elementos castrenses, quienes llevan meses encerrados, pudieran abastecerse de recursos y obligarlos a salir. El reclamo principal de los pobladores que han colocado un plantón en la entrada del cuartel, es que los soldados deben salir a desbloquear la vía Apatzingán-Aguililla para que la economía vuelva a ser lo que fue. También para evitar las muertes de personas que no alcanzan a llegar a los hospitales.
“Lo único que pedimos es que el Gobierno se ponga a hacer su trabajo y si no, que se vaya. No hacen su trabajo. Dicen que no tienen la orden. Entonces que venga algún grupo de la Sedena o de la Guardia Nacional que sí haga su trabajo. Eso es lo que pedimos. Tenemos encerrados a los soldados locales. No confiamos en ellos. No queremos que de noche salgan y ocurran atropellos. La gente está cansada. No nos vamos a dejar. Tampoco queremos violencia. Si el Gobierno pudiera arreglar la situación sin muertes, estaría ideal. Seguimos aquí por la vía del diálogo, por la vía de las manifestaciones pacíficas”, dice el habitante de Aguililla.
“El 26 de junio empezó esto. En ese momento se intentó negociar con el Gobierno y lo único que se recibió fueron balazos, gomazos, gases, pedradas. No hubo diálogo hasta el 5 de julio, cuando vino la mesa del Gobierno federal. Pero ya vinieron y seguimos igual. Nos han apoyado demasiado con programas, pero sabemos que son programas que existían ya y no habían llegado al municipio por lo mismo de los bloqueos. No están dando nada extra. No han resuelto la base del problema. Aquí es un pueblo agricultor y ganadero en su base. Con ese bloqueo, la gente no puede sacar sus productos. Entonces ahora los productores ya no están sembrando en la región”, agrega.
«EL MENCHO» Y EL NACIMIENTO DEL CJNG
Dicen que nació en los años sesenta en Aguililla. Creció como la mayoría de los niños y jóvenes de allá, entre la pobreza y la violencia, cultivando aguacates con el sueño de un día poder cruzar la frontera entre México y Estados Unidos. Existen contadas imágenes de su rostro y probablemente ya ni se parece. Una de las más famosas se la tomaron cuando ya era un veinteañero. En ese entonces distribuía heroína y autoridades estadounidenses lo procesaron luego de detenerlo en Sacramento.
A principios de los noventas, Nemesio Oseguera Cervantes fue repatriado a México después de cumplir una breve condena en Estados Unidos. Su carrera criminal continuó entonces en el llamado Cártel Milenio. Su nombre, sin embargo, tomó notoriedad hasta el sexenio de Enrique Peña Nieto, cuando la Nueva Generación comenzó a ganar territorios y a colocarse como uno de los grupos criminales más sanguinarios de México.
Hoy Oseguera aparece en el cuarto sitio de los hombres más buscados por la Administración de Control de Drogas (DEA, por sus siglas en inglés), detrás de personajes como Rafael Caro Quintero, fundador del Cártel de Guadalajara, e Ismael Zambada García, jefe del Cártel de Sinaloa. Nemesio es el jefe de la nueva mafia. “Pocos conocen su rostro, ya no baja a los poblados, se mueve entre las montañas y de allá arriba mueve todo”, dice el corrido de los Plebes del Rancho. Los cerros que rodean la Aguililla-Apatzingán “los tiene reforzados como la muralla china”, añade la letra de los pupilos de Ariel Camacho.
El Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG), el grupo que dirige, se ha destacado por ser la organización delictiva con el mayor y más rápido crecimiento en México, según han reconocido autoridades mexicanas y hasta estadounidenses.
El Gobierno mexicano tiene identificado a este grupo criminal como el que mayor presencia tiene en el territorio nacional, con operaciones en 27 entidades federativas, según reportó en septiembre del año pasado Santiago Nieto, titular de la Unidad de Inteligencia Financiera (UIF). Por su parte, el Departamento de Justicia de Estados Unidos lo ha identificado como el “cártel mejor armado de México”, mientras que un informe de la Administración de Drogas y Narcóticos (DEA) revela que actualmente tiene presencia en 26 ciudades de ese país como Orlando, en Florida, Honolulú, en Hawái, además de San Juan, Puerto Rico.
Aguililla es la cereza del enorme pastel que ya tiene el CJNG. No sólo por ser la tierra natal de Nemesio, también por su posición territorial. Hay amplios terrenos montañosos que son usados para siembra de estupefacientes.
EL AGUA DEL RÍO
El pueblo de Aguililla es relativamente moderno, dice la página oficial del Ayuntamiento. Se formó luego de la conclusión de la Independencia de México, a raíz de la migración de familias que vivían en Zamora y Cotija. Esas personas se establecieron en ese momento en una hacienda de María Josefa del Peral. Su objetivo fue impulsar la agricultura y la ganadería. Para el año 1831 se consideró una tenencia del histórico Apatzingán. Hasta el 22 de junio del año 1877 recibió el título de municipio, destaca la autoridad.
Entre 2018 y 2021 el municipio fue gobernado por el priista Osvaldo Maldonado, quien a finales de agosto pasado utilizó sus redes sociales para despedirse del cargo y de la población. “Trabajé arduamente para cumplir mis compromisos con los aguilillenses”, dijo. Subió también una foto en la que sonreía. “Les entrego buenas cuentas”, aseguró. “Les digo hasta pronto”, concluyó. Luego, el silencio.
En la elección del 6 de junio de 2021, sólo el 35 por ciento de su lista nominal acudió a las urnas que se instalaron en la cabecera y en las tenencias. César Arturo Valencia, del Partido Verde Ecologista de México (PVEM), resultó ganador. Ni dos mil personas votaron por él, pero así ganó. Es un pueblo que está olvidado por gobiernos estatales y federales, dijo Valencia días después de su victoria en entrevista con Milenio TV. Ese día prefirió evadir el tema de la violencia, sólo destacó la marginación del lugar que gobernará.
En entrevista con SinEmbargo, uno de sus pobladores destaca que la región cuenta con lugares y recursos suficientes para salir adelante, eso sí: señaló que por el momento se encuentra desolada. “No hay oportunidades para que te atiendan. La gente que tiene enfermos se va a donde sí hay un hospital, a donde sí haya trabajo. Tratamos de que esto vuelva a ser como antes: hubo trabajo, venía la gente, venían turistas. El turismo era una fuente importante y ahorita no se pueden aprovechar los bosques, los ríos. Aquí hay cuevas, hay huellas de dinosaurio, hay cascadas, hay grutas que se pueden recorrer. Eso ha sido olvidado. Ahora la gente considera a Aguililla una zona de delincuentes, así como lo dice el maldito Gobernador, pero está muy equivocado. Aquí también hay gente buena y trabajadora”, dice.
“Queremos que nuestros hijos crezcan aquí, donde nosotros crecimos. La gente es hermosa, amable. Los que viene a Aguililla, aquí se quedan. Aguililla es hermoso”, añade.
A lo lejos, el agua cristalina de los ríos Aguililla y Chapula toma cause rumbo al río Nexpa para luego ir hasta la costa michoacana, mientras que las historias del pueblo, los videos y los relatos van desgastando las rocas. Ya se supo que la mamá de alguien se fue; que el esposo de alguien huyó; que al primo de tal lo asesinaron.
Los cerros del Gallo, Mesquite, Granada, Alberca y Tres Cerritos, Mesa Oscura en el Encino y los Valles de Tierra Caliente, los cuales forman la orografía de Aguililla, esconden mucho dolor. Gente que duerme a la intemperie porque ya no puede ir a su hogar; pequeños empresarios que tuvieron que cerrar sus negocios; familias que aún buscan que alguien les diga qué pasó exactamente con sus seres queridos. “No vamos a progresar nunca”, lamenta uno de sus habitantes. Y ese mal, el de la guerra entre los cárteles, se propaga.
AVANZA LA GANGRENA
La falta de irrigación sanguínea provoca la muerte de tejido corporal. A eso se le conoce como gangrena. Si no se trata rápidamente, se extiende. Las autoridades mexicanas no han tratado adecuadamente el problema en Aguililla. Y esa violencia, la provocada por los choques entre cárteles que quieren quedarse con nuevos territorios, ha comenzado a extenderse. Sí, como la gangrena. Ahora un municipio vecino, Coalcomán, presenta los mismos síntomas: caminos bloqueados, enfrentamientos, familias enteras que se van, la economía devastada.
Coalcomán, donde hasta hace algunos meses se presumían los atractivos turísticos para el que lo quisiera visitar, quedó desconectado de México. No hay forma de llegar. Los camiones Parhikuni suspendieron las corridas hacia allá. “Hasta nuevo aviso”, dice la encargada de vender boletos en Apatzingán. Sus carreteras han sido laceradas. Con maquinaria pesada les abren hoyos que los automóviles no pueden pasar.
Durante la colonia, el lugar fue poblado por los españoles, atraídos por los ricos yacimientos mineros que se encontraban en la región y por la falsa noticia de que sus ríos llevaban metales preciosos. A este lugar se le conoció en la época con el nombre de “motines del oro”, debido a que los indígenas se mantenían sublevados contra los españoles en sus montañas y por la riqueza del lugar. Casi al finalizar la época colonial, a instancias del tribunal de Minería, Don Andrés del Río, estableció en Coalcomán una fábrica de acero, reseña el Ayuntamiento.
A mediados de agosto, sus habitantes lanzaron un llamado a la Organización de las Naciones Unidas (ONU). Exigieron su intervención.
“Hemos decidido levantar la voz y pedirle a la ONU y a todos los organismos internacionales de Derechos Humanos que volteen a vernos y, en la medida de sus posibilidades, intercedan por nosotros para que el Gobierno de México haga algo por frenar el escenario de sangre en el que nos encontramos envueltos”, señalaron en un comunicado.
“Cada vez hay menos alimentos y menos posibilidades de salir vivos de esta situación. O nos matan los criminales, o en poco tiempo el hambre y hasta la COVID-19, porque las familias tienen que vivir hacinadas en refugios, bodegas o casas, así que no les sorprenda una masacre”, denunciaron.
Pero esa historia, la de Coalcomán, corresponde a otro camino de Michoacán.