En San Simón hay seis casas, pero sólo cinco están habitadas por 20 personas. Caro Quintero habría sido el más reciente, el habitante número 23, sumando a sus dos pistoleros. Antes que él están las mujeres. Hombres y niños son escasos.
Por Luis Fernando Nájera
Ríodoce realizó una crónica de los últimos momentos en libertad del capo y entró a la zona –y a la casa– donde quemaba su basura y vivía antes de la captura realizada por la Marina.
Culiacán, 26 de julio (Río Doce).- Rafael Caro Quintero, el enemigo público número uno de Estados Unidos y el llamado «Narco de narcos» en México, ocupaba la casa número seis del poblado San Simón, última comunidad de Sinaloa que colinda con los Táscates, del municipio de Morelos, Chihuahua.
Cuando escuchó los ruidos de cuatro helicópteros, como pudo, el capo salió de su casa y buscó ocultarse en una huerta de aguacate, con dos de sus guardias personales que siempre lo acompañaban.
Para esconderse entre los árboles, recorrió casi 100 metros por el arroyo San Simón. No lo consiguió, los marinos lo atraparon. Luego lo echaron a andar sobre el camino andado, de retorno a su casa.
A sus dos guardias los desarmaron. Les quitaron las pistolas, los rifles, un radio y los chalecos. A ellos, los marinos los soltaron en el lugar.
“Y por allí andan”, dice uno de los muchos guardias que patrullan la sierra, en busca de enemigos, para proteger la plaza que regentea el Señor de la Sierra, el 01 o Don Lemo Núñez, y quienes habían interceptado a este reportero entre Yecorato y Bacayopa. En esa región, la ausencia de policías municipales, estatales, Guardia Nacional y marinos es notoria. En 24 horas, ningún destacamento fue observado patrullando.
Pero a los otros sí. Son muchos ojos que todo lo ven, muchos labios que comunican lo que observan. Muchos jóvenes.
En San Simón hay seis casas, pero sólo cinco están habitadas por 20 personas. Caro Quintero habría sido el más reciente, el habitante número 23, sumando a sus dos pistoleros. Antes que él están las mujeres. Hombres y niños son escasos.
Todas las viviendas son de tabique. Las hay de ladrillo, jal y adobe. Sus techos son de dos aguas, de lámina. Tres tienen aire acondicionado y televisión satelital. Ninguna cuenta con teléfono y todas se surten de agua de norias. A veces cloran el agua, y en ocasiones no. Están electrificadas. Sólo una tiene energía solar.
Todas tienen árboles frutales.
Están protegidas con un cerco de alambre de púas, cuya mejor vida ya pasó.
La que ocupaba Caro Quintero está al final de la hilera de casas. El número seis se ve pintado en la mufa. Y el poste que le surte de energía eléctrica es el 90 mil 315.
Está circundada por un cerco de alambre de púas, en el que ya no caben más agujeros. Hay una puerta de tarima, atada con manguera para riego por goteo. Es un lugar sombreado por árboles. Hay un tule, limón, mango, naranja, toronjas y más vegetación propia de la montaña.
La casa huele a nueva. Es de color entre beige y café con leche. Está recién pintada y tiene vitropiso. Es de tres piezas. La habitación más grande y principal es la recámara, en donde está una cama King size, dos almohadones, un taburete, dos buros y una cajonera con espejo de media luna. Está refrigerada. Es más pequeña que una habitación de un hotel de paso y poco más grande que la de una casa del Infonavit. A un lado, está una recámara más pequeña. Dos camas individuales dan a la puerta. Hay una cajonera vacía.
A un lado y frente a la alcoba principal está la cocina. Es como del tamaño de las casas de interés social. Hay una tarja, una mesa, seis sillas de amapa, cuatro equipales en fila, una alacena y paquetes de agua embotellada.
A espaldas está un pequeño cuarto de lavado con un asador.
La casa no tiene lujos, excepto los minisplit. No tiene televisión, ni teléfonos, boiler o regadera eléctrica. No se ve baño ni retrete. No tiene agua potable, pero sí una noria con bomba eléctrica. No tiene cochera. Y carece de alumbrado público.
Caro Quintero quemaba su basura, pues aún hay restos de ella carbonizada.
Así era la casa que habitaba el capo en sus últimos días de libertad.
EL CAMINO
Para llegar a San Simón, Choix, Sinaloa, hay que subir a la Sierra Madre Occidental. Ubicar el poblado no es fácil, y mucho menos la casa número seis, la de Caro Quintero.
Desde que tomamos la carretera a Chinobampo, El Fuerte, y luego la desviación justo al norte de la carretera Los Mochis-Choix, los ojos de los “halcones” ya nos habían detectado. Nuestro paso es observado en tránsito hacia arriba por Bateve, Cajón de los Lugo, Baricosi, Tetaroba, Tetarobita, Reparito, San Lázaro, La Rondalla, El Frijol, Yecorato y Bacayopa. Si eres fuereño no conocido, en algún punto de entre estos dos últimos poblados serás interceptado.
Son jóvenes. Unos adustos, otros joviales. Llevan rifles terciados al hombro, pistolas fajadas a la cintura, cargadores extras, radios y celulares.
El que nos intercepta no trae pinta de grosero. Llega sonriendo. Se conoce que es de las rancherías por su acento y su vocabulario.
No pregunta quienes somos, ni pide credencial de elector, como afirma el mito urbano.
—¿A dónde van?
—A San simón, si se puede llegar.
Observando las mochilas que caen sobre la panza, interroga.
—¿Quiénes son?
—Reporteros de Ríodoce. Vamos a ver la casa de Caro Quintero.
—¿A la casa del “Señor”?
—Sí.
—Déjeme ver.
Se retira unos pasos, los suficientes para perderse en la penumbra de esa noche que está más oscura que la boca de un lobo. La música de corridos tumbados hace tenso el ambiente, y él regresa poco después, sonriente.
—Pásenle, pueden irse tranquilos, nada les va a pasar. Ya saben que van.
—Gracias. Una cosa más, ¿sabes en dónde se puede cenar? Ya todas las casas están cerradas.
—Péreme… Van a preparar. ‘Orita los llevo.
Han pasado unos minutos, y regresa pidiendo: “Vengan”.
Lo seguimos.
Sirven carnitas, frijoles, salsa bandera y tortillas recién hechas.
—¿Comen eso?, porque es lo único.
—Claro.
Se queda en la mesa. Nunca se quita el rifle, pregunta sobre el nuevo mito, el de Rafael Caro Quintero, y no entiende el porqué lo quieren los gringos.
Lo defiende.
“Ya pagó. Para qué les puede servir. Ya está muy grande. No hacía nada”.
La plática continúa, y la cena termina.
—¿Seguimos o nos quedamos a dormir en la camioneta?, pregunta el guía y conductor.
Como quieran, nada les va a pasar. Los vamos a cuidar. Pueden seguir o quedarse y temprano le siguen.
—Seguimos.
-¡Nada les va a pasar!, insiste.
Y sí, como dijo, ocurrió. Nada pasó.
Afuera del templo de María Auxiliadora, la noche pasó entre cantar de grillos, sapos, gallos y el rebuznar de los pollinos que andaban por ahí. El zumbido de moscos en las orejas fue el martirio.
Clareando, no hay ningún alma en Bacayopa. Hasta que alguien aparece y señala con el índice de la mano derecha el camino a San Simón. “Bajando el puente, derecho. Hay se ve”.
Ese derecho es un decir, porque hay que bajar cerros, pasar por laderas, cruzar el mismo arroyo varias veces, abrir una puerta entre un huerto, cerrarlo y comenzar a trepar la montaña. Llegar hasta donde el camino termina y el arroyo oculta la vereda que va hacia la casa número seis.
Para llegar a ese lugar, es necesario aplicar la cuatro por cuatro y resignarse a terminar “desmollejado” y la cabeza como badajo de campana. Allí no se ve a cinco metros de distancia. El monte lo es todo. Las laderas de los cerros, el escondite perfecto para la emboscada.
Por eso, los marinos llegaron en helicóptero y a pie…
EL OPERATIVO
Rafael Caro Quintero, estaría en su casa en San Simón, Choix, con su guardia personal, cuando escuchó el flap, flap, flap de los rotores de los cuatro Black Hawk negros que sobrevolaban esas montañas.
Los cerros que están a la espalda de la casa que habitaba y la vegetación que ocultaba el frente le habrían impedido ver en dónde aterrizaban o qué pasaba con ellos.
Entonces, habría emprendido su fuga, internándose a pie sierra arriba, caminando por el arroyo de San Simón. Tres helicópteros aterrizaron y uno sobrevoló el área.
Mientras Caro Quintero se desplazaba lento, el comando de 15 navales y un perro rastreador bajaba en un predio de temporal entre San Simón y Bacayopa. A paso rápido, pero sin correr, cruzaron por el arroyo y una brecha, mientras los ocupantes de cuatro casas de la primera comunidad, los observaban impávidos.
Ellos sólo los observaron sin dejar de hacer su quehacer y cuidando a los muchos perros que tienen.
“Pasaron por allí [señalando el arroyo]. No entraron a la casa. Siguieron derecho. Y se perdieron por allá (detrás del monte). Ese camino va al fondo de San Simón, frente a una casa clara que está frente a la casa rosa. Allí vive solo un señor. No sabemos quién es, porque nunca hablaba con nadie. No se mete con nadie. Él hace sus cosas y ya”, dice “María”, una de las residentes que contó lo que ella vio esa mañana del 15 de julio.
“No hubo balazos, ni gritos. Ni ruidos. Los soldados se fueron un tiempo después, y ya no supimos más”, hasta que las noticias se conocieron.
Otro residente, ya entrado en años, repite la misma historia que su vecina.
“Era temprano, de mañana, escuchamos los aparatos [helicópteros] volando, mucho viento, luego se callaron y vimos a los soldados por el arroyo. Caminaban para allá, entraron a una casa clara, frente a la rosa, en donde vivía un hombre, ya grande. A él se lo llevaron”.
La versión oficial dice que el capo fue detenido entre unos matorrales, que en realidad resultó ser una huerta de aguacates. Posteriormente habrían llevado a Caro de regreso a su casa, y luego se lo llevaron en uno de los helicópteros.
Poco después de que los militares se retiraron, llegó pidiendo ayuda un rarámuri.
Quería que le ayudaran a reconstruir su casa, porque las aspas de un Black Hawk se la había casi tumbado. Además, uno de los soldados le causó destrozos porque entró buscando a quien sabe qué persona.
Después de ello, la tranquilidad regresó al lugar. Preguntamos por “Max”, la perra que supuestamente encontró a Caro escondido en un matorral, pero aquí nadie la vio.
No es la primera ocasión que San Simón es sacudido por los apellidos Caro Quintero. No es la única vez que ha visto la incursión de militares.
En el 2012 ocurrió la peor matanza en este lugar cuando un número indeterminado de pistoleros se enfrentaron en ataque y defensa de Bacayopa.
En ese entonces, según archivos periodísticos, el Clan Salazar que fundó Adán Salazar Zamorano en Sonora, a través de su hijo, Alfredo Salazar, buscó asesinar a Sajid Emilio Quintero Navidad, el Cadete, quien se había refugiado en Bacayopa con la protección de Adelmo Núñez Molina. El Cadete resultó ser sobrino de Caro Quintero.
El tiroteo duró casi 24 horas y no terminó hasta que el Ejército intervino, replegando a los Salazar sierra arriba.
Otros casos de guerra fue la confrontación entre Benito Portillo Gil versus Adelmo Núñez Molina, que terminó con la muerte del primero. Y un caso más reciente, la del grupo familiar de los Jacobo con este mismo. La confrontación aún ocurre, y la paz en el municipio de Choix está lejana.
La operación para detener a Caro Quintero fue limpia en la sierra. Cumplido el objetivo, las cuatro aeronaves y sus tripulantes regresaron con su preciada carga. Las cuatro en formación diamante, hasta que una de ellas, la que iba en la retaguardia, se desplomó antes de llegar al aeropuerto de Los Mochis. Catorce marinos fallecieron.