El libro Chávez Morado en blanco y negro. Los matices de la tinta, texto en el que Grisell Villasana nos acerca a la obra de este pintor, retrata una perspectiva alejada de los tópicos comunes, y mucho más cercana a la vida personal del pintor. Si bien en el último capítulo se revisan los bocetos que utilizó para crear sus murales.
Por Alejandro León
Ciudad de México, 27 de septiembre (SinEmbargo).- El muralismo mexicano fue la cúspide del arte nacional, pero también un cristal opaco que no permitió ver la versatilidad de los pintores de esta generación. Al pensar en Siqueiros, Tamayo, Orozco y Rivera, nos remitimos a sus trabajos y no sus otras obras que fueron igual de fascinantes. Lo mismo sucede con José Chávez Morado, a quien inmediatamente se le relaciona con los murales de la Ciudad Universitaria o de la Secretaría de Comunicaciones y Transportes, pero pocas veces se analizan sus facetas como pintor, dibujante, caricaturista, coleccionista, profesor, escenógrafo, escultor, diseñador, museógrafo y grabador.
El libro Chávez Morado en blanco y negro. Los matices de la tinta, texto en el que Grisell Villasana nos acerca a la obra de este pintor, retrata una perspectiva alejada de los tópicos comunes, y mucho más cercana a la vida personal del pintor. Si bien en el último capítulo se revisan los bocetos que utilizó para crear sus murales, porque es innegable la belleza e importancia de estas obras, en lugar de ponerlos como el eje central del libro, nos los muestra sólo como una parte del trabajo de este artista de Silao, Guanajuato.
En un inicio se nos cuenta la niñez del pintor en plena Revolución mexicana, así como su adolescencia como brasero en Estados Unidos, además de otras anécdotas. Pero estos aspectos funcionan sólo como contexto para explicarnos por qué la sensibilidad de este artista es tan profunda e incluso distinta a la de sus contemporáneos, quienes miraron al mexicano desde fuera, con un aire más académico; mientras que en el trabajo de Chávez Morado se siente una camaradería con el retratado, una atmosfera de reconocimiento y cotidianidad. Chávez Morado no retraba al pueblo, era parte del pueblo.
En lo personal, uno de los dibujos que más me gustan es aquel que apenas es un borrador, y que muestra un puesto de comida callejera con sus viandantes en medio de una calle solitaria. Una estampa que, después de tantos años, resulta aún muy cercana.
Villasana también analiza dos aspectos importantes en la vida de Chávez Morado: su militancia política y el influjo de Olga Costa en su vida. Se sabe que el artista fue parte del Partido Comunista Mexicano, aunque siempre tuvo una mirada crítica y autónoma hacia el movimiento obrero. Esta rebeldía lo llevo a romper con Siqueiros y alejarse del partido y de la ciudad. Y, aunque ya no era miembro activo del partido, siguió militando en la izquierda, haciendo carteles y caricaturas mordaces. Hizo de su arte un golpe político. Esa militancia fue compartida con Olga Costa, pintora e hija de un exiliado alemán. Ella no sólo fue pareja sentimental de Morado, sino también su complemento artístico, como queda retratado en Bicéfalo, obra que muestra la cabeza de los dos en un solo cuerpo. Dicha pieza es el reflejo de la influencia de esta pintora en el trabajo del guanajuatense.
Chávez Morado en blanco y negro tiene la osadía de salir del lugar común, de presentarnos una mirada más amplia y cercana sobre un artista que apostó por plasmar al mexicano de pie, sin tapujos y sin idealizaciones, y cuya obra, como nos dice Grisell Villasana: “revela el peso que tienen las culturas híbridas en una mirada más erótica que trágica, algunas veces humorística, pero siempre mexicana”.
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