Aunque la FAO defiende la autosuficiencia de alimentos básicos, su representante en México dejó muy claro que el comercio internacional es clave para todas las economías y recordó, además, que el problema de América Latina y el Caribe no es que no se produzca lo suficiente sino que ese alimento no se distribuye bien.
Por María Verza
Ciudad de México, 14 de junio (AP).- El maíz empieza a asomar en las laderas al sur de la capital mexicana, pero no se sabe si esos brotes tendrán agua suficiente para crecer o si los agricultores podrán comprar los cada vez más costosos fertilizantes.
Lo que sí está claro es que el Gobierno de Andrés Manuel López Obrador quiere que se siembren más alimentos en México para avanzar en el autoabastecimiento de productos clave y así contribuir a controlar los precios -sobre todo de la comida- que llevan 18 meses seguidos al alza.
La idea presidencial que invita a “¡Todos a Sembrar!” no es nueva. Desde que llegó al poder, López Obrador apostó por que México dependa menos de las importaciones y lanzó uno de sus programas estrella, “Sembrando Vida”, para producir más incentivando a los agricultores con ayudas directas y asesoramiento técnico.
Pero los estragos de la pandemia, los constantes efectos del cambio climático y la convulsión de los mercados por la guerra en Ucrania, han convertido esta idea en una prioridad. Urge evitar que crezca la inseguridad alimentaria en un país con el 44 por ciento de su población bajo la pobreza, que produce 27.5 millones de toneladas de su alimento más básico, el maíz, pero consume más de 40 y donde los precios de los alimentos superan en varios puntos la inflación anual de más de siete por ciento.
Algunos agricultores están esperanzados ante la actual promesa de incrementar los apoyos económicos o las ayudas para fertilizantes -uno de los productos que más se ha resentido por la guerra en Europa-. Pero otros desconfían de los planes oficiales. Todos esperan que la cosecha de este año dé para el consumo familiar, y con suerte, para poder vender algo en su comunidad.
Mientras el G-7 busca soluciones globales y Estados Unidos con varios bancos de desarrollo preparan un plan multimillonario para paliar la inseguridad alimentaria -que en algunos países de África ya es hambruna- , la agencia de la ONU para la Agricultura y la Alimentación (FAO) ve con buenos ojos los esfuerzos de México para avanzar en el autoabastecimiento pero no cree que los efectos serán inmediatos.
“No vemos precios de los alimentos bajando, por lo menos en este año”, dijo Lina Pohl, su representante en México.
El Gobierno, sin embargo, es optimista. Confía en sus medidas antinflacionarias -acuerdos con el sector privado, suspensión de ciertos aranceles, fabricar más fertilizantes- y aspira a que los integrantes de “Sembrando Vida” aumenten su producción de maíz y frijol en torno al 65 por ciento.
Los hermanos Arturo, Benjamín y Víctor Corella, tres maestros que desde su jubilación cuidan las tierras familiares en Milpa Alta, una de las zonas rurales del sur de la Ciudad de México, confían en “Sembrando Vida” porque, tras participar del programa, cosechan una tonelada y media de maíz, 500 kilos más que hace un año.
“La razón más importante de la siembra es que [toda la familia] tengamos autosuficiencia de maíz, ya no comprar la tortilla sino tratar nosotros de hacerla”, explicó Benjamín. Pero ahora “nos apoyamos en los técnicos, que nos digan si la forma en la que sembramos es la más adecuada”.
“Sembrando vida” fue presentado como un programa que plantaría un millón de hectáreas con árboles frutales o maderables y desde su inicio en 2019 también incluyó la opción de que el cultivo prioritario fuera la milpa -maíz, frijol y otras plantas como calabaza-, aunque a esta segunda vertiente se le dio menos publicidad.
Con una inversión de casi cuatro mil millones de dólares, el programa tiene un padrón de 450 mil sembradores. Cada uno participa con 2.5 hectáreas y recibe 225 dólares mensuales. Pero generalmente ese dinero y los beneficios de trabajar esas tierras repercuten en más personas porque para llegar a esa superficie tiene que unirse toda una familia -como en el caso de los Corella- o varios miembros de una comunidad.
Pese a la polémica que provoca el hecho de que López Obrador se escude en este programa como panacea para la reforestación de México con el fin de tapar los serios problemas medioambientales de otras de sus políticas, pocos han criticado su impacto social.
Genera trabajo y alimento para casi medio millón de beneficiarios en más de 23 mil localidades de 21 de los 32 estados del país y los sembradores tienen un asesoramiento y un monitoreo constante. Los Corella aseguran que así se evita lo que pasaba antes, que muchos recibían el dinero pero no trabajaban las tierras.
A juicio de la FAO, es un “programa fundamental” que aspira a que pequeños agricultores mejoren su calidad de vida produciendo de forma más ecológica. Pero Pohl remarcó que solo será realmente eficaz si es sostenible en el tiempo y si apoya , además, a la comercialización de los productos.
Según la secretaria de Bienestar, Ariadna Montiel, se incrementarán las ayudas en efectivo a los sembradores ya participantes en el programa que siembren más terreno, intercalen nuevos productos en lo plantado o comiencen a fabricar y a utilizar fertilizantes orgánicos.
Precisamente este último punto es el que quieren aprovechar los hermanos Corella, que ya comenzaron a participar en los cursos para aprender a preparar su propio fertilizante como vía para transitar hacia una agricultura orgánica, un camino que, según la FAO, será lento, complicado y costoso pero por el que América Latina debería comenzar a transitar.
La Secretaria de Bienestar explicó que los resultados del impulso a la siembra se verán cuando se coseche, en cuatro o cinco meses, pero reconoció que la caída en los precios solo se notará en las comunidades de los sembradores. “Si pensamos que estas familias, que son las más pobres, tienen garantizado esto (el autoabastecimiento de alimentos), nos quitamos una preocupación”, aseguró.
Si tienen excedentes los podrán vender en la comunidad o el Gobierno podrá comprarlos a un precio justo para abastecer las cadenas gubernamentales de distribución de alimentos básicos en las zonas más marginadas. Eso es a lo que se comprometió López Obrador hace unas semanas con más de medio millón de toneladas de maíz de Sinaloa.
Los países de economías más fuertes como Estados Unidos, Japón o Estados de Europa han apostado por el autoabastecimiento de ciertos productos a costa de subvenciones a sus agricultores, aunque comprarles a ellos les sale mucho más caro que importar.
Otros no pueden permitírselo. A finales de los años 90, con la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio para América del Norte, muchos mexicanos empezaron a comprar maíz estadounidense que era más barato y dejaron la siembra familiar.
Aunque la FAO defiende la autosuficiencia de alimentos básicos, su representante en México dejó muy claro que el comercio internacional es clave para todas las economías y recordó, además, que el problema de América Latina y el Caribe no es que no se produzca lo suficiente sino que ese alimento no se distribuye bien para satisfacer las necesidades de toda la población.
Por eso Pohl insistió en la importancia de mantener los apoyos directos a países altamente dependientes porque es una manera también de intentar reducir la presión migratoria.
México -una de las principales economías latinoamericanas- lo sabe. El gobierno exportó “Sembrando vida” a El Salvador y Honduras y ahora quiere ampliarlo a Guatemala y Cuba aunque los efectos del programa en Centroamérica no han sido evaluados todavía de forma independiente.
La administración de Joe Biden también es consciente de esta realidad y en la Cumbre de las Américas anunció que destinaría 331 millones de dólares para atender necesidades de seguridad alimentaria en el continente mientras el presidente argentino Alberto Fernández propuso organizar la producción de alimentos a nivel continental.
Al margen de las políticas oficiales, en México algunos han regresado al campo sin apoyo gubernamental y no sólo por ahorrarse algo de dinero en comida sino, sobre todo, por convicción.
“Sembrar es un acto de resistencia” frente a la creciente urbanización de la Ciudad de México, dijo Ana Martinez, una auxiliar de contabilidad y madre soltera que después de la pandemia decidió trabajar las tierras de su abuelo en Milpa Alta.
“Se trata de generar conciencia en la comunidad y que no se estén abandonando las milpas”, agregó la mujer que junto a compañeros de un colectivo de defensa de la tierra dedica parte de los fines de semana a limpiar hierba mala de la que será su primera cosecha. “Con la tierra podemos sobrevivir”.