Tomás Calvillo Unna
«Cada palabra lleva/ una dosis de conciencia/ aunque lo ignoremos,/ está en su naturaleza fonética;/ así también el grito/ es un instinto de oxígeno/ que irrumpe y desaparece».
Los fantasmas han poblado el reino de la virtualidad; sus desplantes y temores remplazan nuestra ausencia.
El receptáculo del tiempo es el cuerpo, la mente tiene aún la posibilidad de filtrarlo.
Ese lugar inamovible que nos despoja de toda intencionalidad; la paz de la derrota de sí mismos.
Un mensaje genético de la resistencia; un libro escrito en las entrañas del universo, el ADN que confirma la escritura de la especie.
El descubrimiento ya no está en los océanos ni en la tierra, ni en la estratosfera.
La elasticidad del espacio permite viajar en este tiempo.
Vivimos el repliegue del espacio, que baja su cortina y desconecta los circuitos.
Algo muy dentro de la propia noche que guardamos, se resquebrajó.
El sueño extraviado de la infancia, el oscuro cuarto del castigo.
El infinitivo que nos asiste y cuestiona, el vano intento por dominar los ciclos.
El país de la espera, en la espera, para la espera; la banca de la costumbre del parque público, sí, el limbo.
Rendija: en la sociedad hipertecnológica nombrada globalización, continua la disputa por la percepción sometida a la lógica de la propaganda; es el reino de los adjetivos, insertados en su versión electrónica. Una permanente agitación se disemina. El miedo, la incertidumbre, y la confusión son también las armas de todo poder.
¿Cuánto de la infancia resta y nos habita?
En términos cristianos no está mal traer a colación aquella frase idiomática de “tirar la primera piedra”.
Rendija: el desafío mayor en estos tiempos es la violencia que se ha agudizado en los últimos años, y si fracasa su contención y reducción, la irrupción de un profundo desacuerdo político puede detonar una confrontación en el ámbito civil de pronósticos reservados.