Susan Crowley
Las familias mexicanas de clase media de los años setenta nos parecíamos. Éramos numerosas, casi no nos ajustaba el gasto mensual. Eso sí, contábamos con personal de servicio, nanas, jardineros y hasta choferes, aunque el presupuesto no alcanzara.
El día que López Obrador tomó posesión, para mi suerte, estuve a unos cuantos pasos del escenario.
Una de las películas más recordadas de los ochenta es sin duda Scarface, del director Brian de Palma.
Lo femenino ha sido siempre una fuerza misteriosa, oculta, su condición es ser inexplicable. Habita en las entrañas de la tierra, ahí permanece agazapada esperando el momento de volver a surgir; es cíclica, irracional y dionisiaca. No respeta las normas impuestas por la sociedad porque las antecede. En su universo no existen leyes. Ante lo inconmensurable, la sociedad creó una fuerza reguladora: lo masculino. Apolíneo, ordenador, mesurado, su condición es esclarecer y degradar a las potencias originarias. Por un afán de control y dominio, el mundo contemporáneo eligió ser equilibrado, coherente; la cosmovisión masculina ha triunfado como ordenadora y custodio de la moral. Juzga, castiga e incluso ha abolido cualquier intento de liberar a sus antagónicos. Su objetivo: confinar las fuerzas femeninas a un rincón en el que poco a poco se amontonan como si fueran simples clichés.
El pasado 15 de noviembre se registró otro récord dentro de la casa de subastas Christie´s, el artista vivo de mayor precio del mundo: 90 millones de dólares. Su nombre, David Hockney. La obra, Portriat on an Artist.
Uno piensa que al arte le toca hablar de la belleza ideal, de lo sublime exclusivamente. No es así. Los criterios estéticos remiten en última instancia a temas que a todos nos atañen, incluso aparentemente banales: ¿ha llegado el momento de pintarse las canas o levantarse los párpados?
Hilma af Klint nació en Suecia en 1862 dentro de una sociedad protestante y patriarcal en la que el papel de la mujer era casarse, tener hijos y cumplir con las exigencias que imponían su sexo y condición social.
¿Quién adquirió Niña con Globo?, ¿es parte de una broma elaborada por el mismo Banksy?, ¿participa la casa de subastas?, ¿quién y cómo se las ingenió para meter una compresora de papel en un marco?, ¿hay instalaciones ocultas?, ¿qué sigue de esto? El coleccionista, hasta ahora anónimo, adquirió una obra no sólo mutilada, sino escandalosamente mutilada. ¿Ya no es suficiente adquirir pinturas convencionales que decoren amablemente los salones de una casa? Habíamos llegado demasiado lejos al aceptar precios millonarios por animales en formol, ¿también pasó de moda? Si el cliente quiere más, hay que darle lo que pida.
Un viejo colchón recargado en la pared manchado con restos de líquidos de dudosa procedencia; sobre él, dos melones y una cubeta, al lado un pepino en forma vertical sostenido por dos naranjas.
Cualquier intento de definir la obra de Bruce Nauman (Indiana, 1941), sin tomarse el tiempo suficiente para conocerla y analizarla, seguramente dará como resultado la frustración al no poder asir un solo concepto lógico, incluso, la evidente imposibilidad de agruparla o delimitarla racionalmente. La práctica indeterminada del artista es una constante danza entre los más diversos medios en los que ha desarrollado obras majestuosas a la vez que incomprensibles: objetos encontrados que incluyen fragmentos del cuerpo humano reutilizados, esculturas con formas anómalas y hasta espeluznantes, fotografías de situaciones incoherentes, neones con frases irritantes, dibujos que parecieran hechos por un niño, impresiones en papel con frases vulgares, videos que rebasan el entendimiento o acciones performáticas que exponen al artista a situaciones límite. En fin, ideas, juegos de lenguaje e inteligencia, semántica, estados de alerta constante que ponen todo nuestro sistema de pensamiento en shock para producir un estado propicio al conocimiento.
La vasta cultura afroamericana es suma de muchas y muy variadas expresiones. Desde su inicio una suerte de ritual representado en cantos espirituales, voces que lloran la injusticia y remiten al trabajo de miles de esclavos, himnos de protesta.
La vida de un artista es más que una inclinación, una vocación. Es por demás difícil y parece estar llena de intentos fallidos y fracasos, de noches oscuras y frustración más que de triunfos y aplausos. Todos escuchamos sobre los éxitos de los artistas convertidos en rock stars y sus ventas millonarias, pero también hay libros enteros que se dedican a contarnos las vidas trágicas de quien un día recibió un llamado, fue dotado con un don y decidió dedicarse a esto del arte. Lo sé desde que tuve mis primeros acercamientos a este universo, primero como estudiante de la carrera y después como maestra, consultora y ahora como curadora del grupo de residentes de zona 6 en la galería de Luis Adelantado. Cada vez que tengo contacto con un artista o acudo a una exposición, no dejo de hacerme la misma pregunta, ¿cómo logra soportar la vida que ha de llevar y no abandonarla en el intento?
El primero de octubre, se cumplen cincuenta años de la muerte de Marcel Duchamp. Una fecha por demás significativa para nosotros, la víspera del día más triste de nuestra historia, la fecha en la que la juventud de nuestro país fue condenada a la más nefasta de las torturas y castigada con guardar un silencio demoledor. ¿Cuántos años han pasado para poder recuperarse del movimiento del 68?, ¿realmente podemos hablar de una recuperación? El espíritu de miles de jóvenes se apagó y fue tatuado con el dolor de madres llorando a sus hijos perdidos. En una noche, la de Tlatelolco, se desdibujó la fuerza de las nuevas generaciones irreverentes e insolentes que buscaban cambiar al mundo. Triunfaron las ideas recalcitrantes y demagógicas y lograron arrancar de las manos de los universitarios el porvenir y así, cualquier posibilidad de anhelo y deseo.
El arte contemporáneo nació en tiempos difíciles. La suma de movimientos artísticos que fueron surgiendo a lo largo de la historia reciente y las distintas irrupciones individuales que lo han visto madurar, han tenido que lidiar con factores ajenos a su esencia. Hijo de la posmodernidad y de los fenómenos globalizantes, ha sostenido una parte importante de su narrativa a partir de la crisis que nos afecta a todos. El arte de hoy se ha sumado a la lucha en defensa del planeta que vive uno de los más dolorosos conflictos de sobrevivencia en todos los sentidos, político, económico, social, ecológico. De todo ha pasado, lo único que no habíamos visto es una absurda discusión con pretensiones artísticas que culminara, por lo menos hasta ahora, en un pastelazo. Eso suena a una mala comedia de muy bajo presupuesto.
La primera vez que escuché esta música tendría unos cinco años de edad. Se trataba de una serie de dibujos animados, los cuentos clásicos infantiles que transmitían los domingo por la tarde. Al inicio se alcanzaban a oír los primeros acordes. Mientras aumentaba la intensidad dramática del sonido, aparecían los personajes de los cuentos (Cenicienta, la Bella Durmiente, Blancanieves) hasta llegar a un estallido provocado por el crecendo de la música. Era un tema trágico y lacerante sin duda. En cada parte de mi cuerpo sentía la vibración y la energía de las cuerdas y metales. Mi madre, a quien jamás dejaré de agradecerle compartirme su devoción por el conocimiento, puso en mis manos un pesado álbum con la ópera completa (seis acetatos de los de antes). En la portada, ya desgastada por el uso, se podía apreciar una imagen de John William Watherhouse, uno de los artistas de la hermandad prerrafaelita: Tristan und Isolde, los amantes medievales, se debatían entre la adoración y el odio, era una estampa fascinante.