Óscar de la Borbolla
Pero quieren prohibir hasta la posibilidad de reírnos hasta de nosotros mismos, pues no entienden que la risa no es un acto de crueldad, sino de liberación de la crueldad del mundo.
No sé por qué, no me pregunten, pero debemos continuar, resurgir, resistir hasta el día en que volvamos la vista hacia atrás y, en efecto, la desgracia, haya quedado atrás.
El año 2020 ha sido el arranque de una forma de vida que nos capacitó a la mala para perder los vínculos reales de la convivencia; y si ya de por sí veníamos siendo habitantes de las redes sociales y muchos hacían su vida en esos escenarios, hoy, tras esta experiencia, nos hemos mudado en bloque al mundo de la virtualidad, y la vida, la simple y llana vida, es un espacio abandonado.
Sin embargo -porque afortunadamente siempre hay un sin embargo- existe, pese a todo, de qué alegrarse, alegrarnos por lo que sigue en pie, por lo que prosigue, por lo que ha resistido, por los que siguen con nosotros y porque nosotros seguimos aquí: no es todo, pero es mucho.
Esta es la enorme falla de la educación: poner delante puertas en lugar de despertar deseos. ¿Y cómo se despierta el deseo? Gran pregunta.
Por eso el problema del límite es acuciante: ¿dónde está el límite entre lo admisible y lo inadmisible si todo criterio es igualmente válido o igualmente criticable?
Y uno comprende que es un yo armado por todos, y es entonces cuando volvemos a encontrar la puerta de acceso al otro, pues el otro está en nosotros. Este juego de reapropiación y extrañamiento es, como todo juego, un ir y venir que nunca acaba.
Hay horas que se arrastran desvaídas, aunque la verdad los desvaídos somos nosotros.
La ordenación del mundo por contrarios es muy sencilla y, sobre todo, tranquilizadora, pues nos hace creer que discernimos, distinguimos, que el mundo es claro e inteligible o, para decirlo de una vez, que sabemos a qué atenernos con él.
En todas estas grandes o pequeñas decisiones o imposiciones cada quien va dejando en claro el para qué de su vida: su sentido.
Hay, pues muchas creencias, muchísimas visiones de "esa ignorada región cuyos confines no vuelve a traspasar viajero alguno".
Todos los seres humanos lo sabemos y por ello tenemos la firme creencia de que las cosas no pasan solas.
El mundo es hipócrita, dos caras, lleno de incertidumbres y ambiguo.
Cuando se habla de instituciones, de leyes, de costumbres, de creencias hay algo firme en ellas que da fundamento a una sociedad.
No parece quedar más remedio que admitir el popurrí de las realidades y acostumbrarnos a convivir de la manera más pacífica en este manicomio donde cada quien vive convencido de su alucinación de clase social, de formación cultural, de género, edad y biografía personalísima.
Pasan unas horas o unos minutos y, de pronto, ya es hora de comer o se me hace tarde para acudir a una cita.