Óscar de la Borbolla
"Hoy regreso a este asunto porque he comprendido que no sólo el amor feliz no tiene historia, sino que no la tienen ni la alegría ni la tristeza ni la felicidad ni el odio ni nada que se mantenga invariable, sin altibajos, sin alternancias".
Hoy no solo se consume lo mismo en todas partes y se aspira a lo mismo, sino el estado de ánimo también es un fenómeno global, la actual pandemia ha terminado por empatarnos: la humanidad está triste, desganada. Y por eso hablar de mi tristeza es hablar de la tristeza de todos.
Y no resulta difícil prever la soledad y el desempleo que aguardan en el futuro a quienes hoy viven sin echar raíces en nada, ensayando y aventurándose en lo que sea.
En el caso de la obsolescencia programada es clarísimo, pues no es sensato producir de manera ilimitada en un mundo limitado, y los efectos los estamos observando: un desgaste excesivo del planeta que pone en peligro incluso nuestra subsistencia como especie.
Aunque en el mundo todo cuanto existe se acaba, se gasta o se descompone no resulta del todo impertinente preguntarnos ¿por qué?
De entre las muchas cosas que me intrigan, hay una relacionada con la creación que aún hoy, luego de haber escrito tantos libros de literatura, no consigo explicármela bien a bien: ¿cómo ocurre el proceso que conduce a la novedad?
La idea del alma, de que tenemos un alma, que propiamente somos nuestra alma, aparece en los primeros textos que fundan nuestra cultura.
Había una vez un ente que creía ser la medida de todas las cosas, el centro del universo y el favorito del Creador. Y aunque haya asuntos que no dependen de la impresión que se tenga de ellos, como por ejemplo que el acero es más duro que la madera, hay otros, en cambio, que son exactamente la idea que nos hacemos de ellos.
Hay un concepto que —desde que pienso— me ha resultado fascinante: el concepto "todo".
Solo podemos decir que la vida es propiamente nuestra vida, cuando en la infancia, en la adolescencia, en la juventud o en la vejez decidimos en función de ese proyecto que hemos elegido por nosotros mismos.
Al adaptar las analogías de Bacon se me ha ocurrido, por ejemplo, clasificar un buen número de actividades diciendo que algunas son como de mineros y otras como de pescadores.
Conforme voy escribiendo este renglón de palabras, se arma un pretil para apoyarme y mirar a lo lejos: delante está la niebla de la página en blanco, y en ella, apenas se insinúa una idea que —lo presiento— irá formándose paulatinamente según me la sugieran los significados que tienen las palabras. He escrito "pretil", y […]
Siempre nos ubicamos en algún punto de unas coordenadas que nos sitúan entre dos extremos muy sencillos: lo mucho y lo poco.
Siendo tanto lo perdido me asalta la duda de si habré elegido bien. Si aquello con lo que he llenado mi vida fue —como creí en su momento— lo mejor.
Cuando pensamos en la paz nos imaginamos unas estampas como estas y fuera del contexto histórico real, pues en el mundo de veras el cervatillo es atacado por un lagarto que lo arrastra al fondo del lago y entre nosotros, incluso ocurrió antes de que apareciera la especie homo sapiens, ya había un mono alfa que imponía violentamente su hegemonía sobre los demás.
En un mundo donde hacer o no hacer da el mismo resultado, uno se convence de que el hacer no tiene ningún sentido, de que los actos propios siempre yerran y, en consecuencia, uno, al igual que los perros del experimento, renuncia a salirse por la puerta aunque esté abierta.