Óscar de la Borbolla
Tengo los deseos, las dudas, los problemas, las facilidades, las convicciones... a causa de las circunstancias que rodearon mi vida y, en la mayoría de los casos ni siquiera ”yo soy yo y mi circunstancia" -como dice la frase emblemática de Ortega y Gasset- sino que el yo es prácticamente su circunstancia, un resultado de ésta.
La vida, eso que es todo lo que poseemos y que se va haciendo con lo que hacemos, no debería ser un mero medio, un mortal trabajo.
¿Qué es el tiempo? ¿Cómo explicarlo, explicármelo? Sé como Quevedo que "ya no es ayer" y que "mañana aún no ha llegado" y que el presente se está "yendo sin parar un punto"
El equilibrio de nuestro cuerpo es milagroso y no lo notamos; es un milagro la amistad: que de entre todos los seres humanos que son contemporáneos se dé ese encuentro en que uno y otro concuerdan, es un milagro que no nos maravilla porque lo que se tiene de manera continua deja de advertirse:
Vivimos en sueños colectivos, en visiones del mundo, en realidades y lo más que se discute es la eficacia de esos sueños, su utilidad pragmática, pero no su adecuación con lo real.
A estas horas, o como suele decirse: a estas alturas del partido en que contemplo con ánimo conciliador el desastre que en general es mi vida, la cantidad de errores y horrores que he cometido y también, por qué no, los aciertos que he tenido, pienso que de las pocas ideas prácticas que he suscrito hay una que me ha permitido alcanzar mis mejores victorias: mi relación con el dinero.
Todos pensamos, en mayor o menor medida, que nos conocemos; creemos saber lo que nos gusta o nos disgusta, las ideas o los ideales que tenemos, lo que sentimos por otra persona...
La niebla de la costumbre hace que uno no perciba las aristas, las puntas filosas, el olor pútrido que despide el cadáver que sigue agonizando. ¿De qué se trata? es una pregunta subversiva, que sacude, que se atraviesa, que puede descarrilar un tren de vida que ya no va a ninguna parte. Y ojalá que bastara con enunciarla; pero en el proceso uno se habituó a esa inercia y uno racionaliza y se dice: "no es tan malo; tiene sus ratos rescatables", "ya invertí mucho tiempo", "la vida no es perfecta", "debo"...
Hoy frente al armario donde tengo mis caretas, a igual distancia de unas y de otras (quiero decir que todas están igual de cerca o lejos, según las vea) quiero elegir, dejar de ser el resultado de la cantidad de dopamina que me troquela el ánimo y salir a respirar a la intemperie de las cosas sublimes y banales.
Hoy comprendo -tampoco es la gran cosa, lo confieso- que Descartes concibió esas reglas cuando el mundo y su propia existencia estaban puestas en duda, cuando no sabía a ciencia cierta si lo que todos tomamos como real era en efecto tan real como parece.
Somos unos seres condenados a la desgracia no tanto por la conciencia o el pensamiento (como lo cree una larga tradición que va desde Salomón en el Eclesiastés hasta Ruben Darío), sino por la elección, pues, efectivamente, quien elige pierde y no hay manera de no hacerlo: aquel que elige mantenerse equidistante frente a las alternativas opta porque sean los demás o las cosas los que decidan por él. "Permanecer en tensión" ante las opciones fue por lo que apostó Kierkeggard y Regina Olsen terminó casándose con otro.
Supongo que lo que me ha ocurrido a mí, le pasa a todos; aunque a veces lo dudo, pues por más que noto que lo viven todos, no lo encuentro documentado mediante infinitas versiones como es el caso del amor, esa otra experiencia verdaderamente popular.
A mí no me disgusta dar risa. Es más, me esmero en provocarla. No es que me haga el chistoso y tampoco busco ridiculizarme para que a toda costa el otro ría, pero siempre encuentro alguna ocurrencia con la que consigo que en mi interlocutor aflore si no una carcajada, sí por lo menos una sonrisa y eso me da placer.
Nunca he creído que la Razón refleje sin más la racionalidad de lo real; para mí: ser y pensar no son la misma cosa, aunque a veces concuerden. Y, por ello, en ocasiones me deleito asomándome a otras visiones: no tanto al pensamiento mágico o al religioso, pues frente a estos sí retrocedo hasta volverme un racionalista a ultranza.
Yo creo que sí y la clave se remonta a una idea de Pascal. Una idea a cuál más extraña en un filósofo religioso que además conocía muy bien a Santo Tomás. "Si quieres creer en Dios, arrodíllate y reza", dice Pascal o, en otras palabras: la fe puede autoproducirse.
Hay objetos como el David de Miguel Ángel que se hicieron a fuerza de marrazos; otros, como las playas de arena súper fina, que las forjó la empecinada necedad del mar. Entre las personas, hay también quienes se hacen a golpes, Cassius Clay es quizá el mejor ejemplo y los hay, además, que se hacen […]