Óscar de la Borbolla
Una herida siempre habla del presente y lo hace a gritos y hacia afuera; la cicatriz, en cambio, es la huella callada que apenas si murmura y comunica como un texto que se lee en silencio.
La actitud pragmática goza de enorme popularidad y no sólo porque es cómodo obtener un beneficio sin explicarse el porqué, sino debido a que la vida, con sus urgencias, no nos da tiempo para andar descifrando el fondo de las cosas.
El mundo no es un lugar amable por más que tenga algunos sitios que no perecieron con el exterminio del Paraíso.
Gracias a Schopenhauer sé que cuando uno es presa de un deseo y a él entrega su vida, simultáneamente elige los obstáculos con los que habrá de tropezar. Esto significa que el no-deseo o la indiferencia desarman al mundo y que somos nosotros mismos, por desear, quienes entregamos a los demás las riendas con las que nos esclavizan. Es un planteamiento que recuerda el budismo y que también repite Cioran: "Si pudiera abstenerme de desear, inmediatamente estaría a salvo de un destino."
¿Qué hago aquí?, ¿de dónde llegué?, ¿de qué se trata? Son las preguntas típicas de quienes han perdido la línea de continuidad que les explica su presencia en algún sitio.
Desde que me acuerdo fui raro. Era un niño retraído que se pasaba las mañanas del segundo año de primaria escondido en el canal del acueducto prehispánico que todavía está, aunque remozado, en la Avenida Chapultepec.
Existen un sinfín de obviedades que todos pensamos son ciertas, pero que no hay manera de demostrar; forman, quizá, parte del sentido común o, dada nuestra estructura, nos parecen tan necesarias que es imposible negarlas sin sentirnos locos.
Siempre sabemos tan poco de lo que nos rodea, siempre es tan breve la fracción que podemos vislumbrar, siempre son tan esquemáticos nuestros razonamientos que, insisto, más nos valdría por lo menos decidir lo que la vida nos fuerza a decidir sin esos desplantes fundamentalistas de quienes convencidos de que su verdad es La Verdad se cierran a otros planteamientos.
Existen quizá tantos silencios como palabras: hay un silencio cuya acepción evidente es "cobardía", otro "complicidad", otro más "fastidio"; uno equivale a "sí", otro a "no": hay innumerables silencios. De hecho, usándolos en el momento oportuno tal vez uno podría decir cualquier cosa en silencio.
Por aquí y por allá veo, también hoy, a los estudiantes de filosofía esforzándose por descifrar lo que han dicho los filósofos, y a mis colegas y a mí mismo afanándonos por allanar esos textos para didácticamente hacerlos más asequibles y... y... hasta ahí. ¿Hasta ahí? Sí, hasta ahí.
Cuando se piensa en el dogmatismo, generalmente vienen a la mente la cerrazón de los fundamentalismos religiosos y la triste abjuración a la que fue obligado Galileo Galilei
Mi ignorancia es atroz: se me escapan regiones enteras de la historia de México, de la historia de Francia, de la historia de China... Y no sé prácticamente nada de los héroes de Australia, ni de los escritores de Nueva Zelanda, y no imagino cómo se concentra la luz en un rayo láser, tampoco conozco ni reconozco cuales son los personajes de los cómics de los últimos veinte años y sobre todo no entiendo por qué hago lo que hago, pienso lo que pienso, elijo lo que elijo y siento lo que siento.
En la cosmovisión de nuestra época (un código local por supuesto) los buenos pretextos son aquellos que los demás comparten de antemano. Sin embargo, nuestros buenos pretextos resultarían absurdos en otra cosmovisión. No puedo imaginar qué pensarían de mí, si en la época de la Grecia clásica cuando predominaba el valor del honor por encima incluso que el de la vida, yo hubiese respondido ante una cuestión de deshonor: "Es que tenía mucho trabajo." O si en el rincón más paupérrimo de nuestra patria saliera con mi batea de babas diciendo: "Es que no tenía dinero."
Nuestro cuerpo es el retrato de Dorian Gray y no podemos ocultarlo, en él está presente hasta el último minuto de lo que hemos vivido: más que la cicatriz imborrable de un accidente, está en nosotros la indeleble huella de los hábitos.
Se es profesional, aun no habiendo ganado nada, porque más allá del éxito, del prestigio y hasta de haberlo hecho o no de maravilla, lo que el profesional se gana es su propia vida y esto ocurre en todos los ámbitos: el médico es un profesional no por el prestigio o el dinero, sino porque se asume como médico, e igual pasa con el billarista, con el pensador o con cualquiera que hace de lo que hace el centro de su vida.
Dos de las actividades más complicadas y que todos realizamos a diario (bueno, tal vez estoy exagerando) son pensar e imaginar. Hoy quisiera proponer un juego en el que ambas funciones participan: esclavizar al genio de la lámpara. Es bien sabido que este genio concede tres deseos y que una vez que los cumple queda liberado y no vuelve nunca más. El asunto, entonces, es cómo hacer para que el genio indefinidamente nos conceda cuanto deseo se nos antoje.