Óscar de la Borbolla
Es obvio, por ejemplo, que nuestro vecino tiene un tipo de realidad distinta de la que tiene Don Quijote de la Mancha, y que, salvo cuando padecemos algún trastorno mental, distinguimos perfectamente al amigo con quien hemos pasado la tarde platicando, de ese mismo amigo encontrado en nuestros sueños. Igualmente, cuando leo una novela o me sumerjo como espectador en una película, sé que ese mundo al que me "meto" es diferente del mundo de la librería donde adquirí el libro o el de la taquilla donde compré el boleto para entrar en la sala, aunque durante la lectura o la función esté tan perfectamente embebido por las palabras o las imágenes que siento que estoy ahí.
Sucede siempre, aunque se vuelve más tangible cuando lo que ocurre nos resulta inexplicable: "No puede ser", decimos y, acto seguido, comenzamos a articular esto y lo otro. Esas especulaciones pueden irse en innumerables direcciones, pero en México, regularmente, adoptan la vertiente de la malicia, aquí "pensar mal" se ha vuelto (y tal vez no sin razón) la única respuesta para todo lo que no podemos explicarnos: la corrupción.
Hoy, sin embargo quisiera hablar de un Antes no tan metafísico, más concreto, más comestible, el antes de la escritura: la simple prehistoria. En este derrotero, también muchos se han aventurado con felices resultados. Una muestra de ello es un pequeño libro de Peter Sloterdijk: En el mismo barco, que no por breve es menos interesante. ¿Cómo fue o, mejor, cómo pudo ser el origen de las sociedades humanas? es el asunto que se especula ahí con una lógica estupenda.
Ese crucero representa la antípoda de cualquier otro punto de reunión en México y, pensándolo bien, en el mundo, pues en cualquier otro sitio una red jerarquiza a los integrantes. Ocurre en las casas, en la familia: ahí, todos ocupan diferentes peldaños en la escalera de la convivencia: no es lo mismo el hermano mayor que el menor; el tío importante que el bueno para nada; cuentan la edad, el sexo y el dinero...
Aunque existe el prejuicio de que un hermano es aquel con quien siempre puede contarse, la verdad es que con quien uno generalmente cuenta es con un amigo que, no siendo nada de uno, es como un hermano. Lamento lo paradójico de esta afirmación; pero es que así es la vida: un amigo es como un hermano de a deveras y sin el lazo sanguíneo que, honestamente y con gran frecuencia, no significa nada.
¿A qué huele esa fruta que mi anosmia especifica me impide comprender? El dinero me gusta, no lo niego, pero en esas cantidades... la verdad, se escapa de mis entendederas: esas sumas que suelen robar se me antojan absolutamente inmanejables y, luego, no concibo, el gusto que pueda producir estar rodeado de lambiscones que sólo esperan una mejor oportunidad para dar la espalda a quien un momento antes veneraban: porque sí hay algo que caracteriza a quienes conforman el séquito del poderoso es su condición de traidores potenciales o, al menos, eso enseña la historia.
Ojalá que cambiáramos de año como las víboras cambian de piel y, más aún, que el Año Nuevo representara una especie de reencarnación en otra vida; sacudirnos de veras el pasado y con el santo decir sí sí del que habla Nietzsche inauguráramos un radical comienzo, porque habría que librarse de las inercias, de los […]
De lo inesperado es de lo único de donde hoy puedo extraer la esperanza: de las sorpresas con las que el futuro nos desconcierta, no de lo que cabe esperar sino de su opuesto: lo inesperado, del azar que rompe los rieles de los desenlaces eslabonados causa-efecto.
En el extremo contrario se encuentra la celebérrima frase de Luis XV: "Después de mí el diluvio", en la que se hace manifiesto el nulo compromiso no sólo con los otros, su pueblo, sino hasta con su hijo, Luis XVI, cuya cabeza, en efecto, rodó en un diluvio de sangre.
Una paradoja matemática que me tiene muy confundido, pues, en este caso, ocurre a la inversa: lo que me muestran los sentidos no corresponde con lo que me dice la razón. La paradoja del círculo inscrito dentro de otro círculo que por evidencia tiene que ser más pequeño para quedar inscrito y, sin embargo, cuando dan un giro completo parecen medir lo mismo.
Incluso, extremando este planteamiento, ni siquiera existen propiamente los días; son designaciones que nos han parecido apropiadas para armar unidades que contengan horas diurnas y horas nocturnas en el continuo indiferenciado del tiempo.
No sé dónde leí que nuestro arribo al mundo es como llegar a una conversación que lleva mucho tiempo celebrándose: al principio no entendemos nada y solo después de un cierto esfuerzo logramos hacernos una idea y participar con nuestras opiniones durante un rato, ya que, finalmente, la muerte nos obliga a abandonar el diálogo […]
Cuando miro mi vida y pienso en el destino, esa fatalidad que guía los pasos de Edipo, siento que nada estaba deparado para mí, que a mí no me esperaba un molde que encauzara mis actos para llegar a donde estoy: me experimento libre y afortunado. Pero cuando vuelvo a mirar mi vida detenidamente descubro […]
A todos, por más hospitalarios que seamos, nos ha ocurrido alguna vez que en una reunión familiar concebida para los íntimos se nos cuele un intruso: llega acompañando a uno de los nuestros y no queda más remedio que admitirlo; pero sentimos que la esperada reunión fue adulterada. Ser un intruso es un accidente que […]
Varias docenas de los ensayos de esta columna, los que consideré los mejores, han cobrado vida orgánica en un libro que hoy los integra y organiza: El arte de dudar. En consecuencia, siento también gratitud hacia mi editor, Andrés Ramírez, y hacia el equipo de Penguin Random House que dieron cauce a la publicación de esta obra bajo el sello Grijalbo.
Esta creencia tiene sus bemoles, pues, como alguna vez propuse en mi Filosofía para inconformes, la verdadera libertad no consiste en conformarse con el repertorio dado, sino en generar uno mismo su propia posibilidad: en crear.