Óscar de la Borbolla
Estoy ante el barandal que separa mi presente del tiempo en el que fui: tiendo la vista con la intención de describir sin maquillaje lo que encuentre: no es un pasado glorioso como el que por lo regular me finjo. Atisbo contornos difusos, rostros que se han borrado; emociones -más bien fantasmas de emociones-; fuerzas desmayadas que empuñaban banderas que hoy están raídas y mudos sus colores. Mi pasado es un desván de cosas rotas donde los recuerdos yacen sin poseer siquiera una clasificación cronológica. En nada se parece esta nebulosa a la historia coherente que cuento cuando me preguntan o me pregunto por mi vida. No busco redimirme ni justificarme ni siquiera entender, entenderme; sino recuperar lo que hay, lo que efectivamente me muestre la memoria antes del esfuerzo de autorreconstruccion que arma ligas causales, que ordena los antes y los después, que inyecta vida y da forma y pasión a lo que fue.
Falta un poco de sentido común, me digo, lo mismo ante ciertas conductas de personas que me son familiares, como ante acciones y reacciones que observo en la vida pública. Pero ¿a qué me refiero cuando invoco al sentido común?, ¿de qué hablamos todos cuando lo mencionamos?
Todos, alguna vez, respecto de alguien que a nuestro parecer se malogró, hemos pensado o dicho que su vida fue inútil. Inútil porque la desaprovechó, o no consiguió lo que se proponía, o porque no ayudó en nada a nadie o, sencillamente porque como se dice, vino al mundo de balde y se fue sin […]
Como la muerte es una costumbre inesperada no se puede decir que sea propia de la vejez, sin embargo sentimos que es más "normal" que arrase en esa época y cuando ocurre de manera temprana nos sorprende más. Morir es tan común y tan corriente que no debiera siquiera sorprendernos, pero ocurre así. Y es […]
Como vivir es un oficio que no termina de aprenderse, regularmente vamos dando tumbos a través de los días. El meter la pata o no saber qué hacer es algo que va alternándose con nuestros aciertos. Sabemos reglas generales, tenemos lo que se llama una idea, pero este conocimiento por fuerza general no nos previene ante la casuística que da forma a cada una de las posibilidades que se nos presentan.
Cuando uno está hastiado de recorrer caminos habituales y se asoma hacia otras puertas, personas o temáticas, lo nuevo (que no es nuevo para otros) se presenta revestido de promesas y con el ambiguo imán de la aventura, pues por un lado nos atrae y quisiéramos defenestrarnos hacia esa ruta de inmediato y, por el otro, nos nace un exagerado sentido de precaución que se expresa como dudas y temores: ¿podré?, ¿valdrá la pena?, ¿será como lo concibo en mi prefiguración?
Cada profesión u oficio tiene su peculiar modo de ver el mundo; más que ver, de leer o interpretar el mundo. Los mismos datos, hechos o relatos son tomados desde ángulos tan diferentes que pareciera que cada grupo tiene no solo una terminología propia, sino que habita en un sector diferente del ser. Y otro tanto ocurre con la clase social, la edad, la filiación política, la religión o no religión que se profesa, el nivel escolar y las lecturas con las que cada cual se ha formado y, particularmente, de la serie de experiencias que cada quien ha vivido. Podemos compartir el espacio común de un vagón del Metro, una circunstancia espacio-temporal idéntica y, sin embargo, cada quien va apreciando, pensando, valorando de modo diferente.
Esto no pretende ser filosofía ni psicología. Ahora no me interesa definir ni comprender la imaginación; todo mi afán se reduce a usarla, a dar con algunas recetas que permitan su explotación. En mis talleres de creación literaria me dedico desde hace añales a compartir lo que he aprendido por pasarme las horas frente a páginas en blanco o pantallas de computadora que necesito llenar, pues no es lo mismo escribir cuando a uno se le ocurre una idea que tener que escribir se tenga o no una idea, es decir, no es igual escribir de vez en cuando que tener como oficio escribir y hacerlo consuetudinariamente.
Quiero invitarlos a un extraño paseo (si en Física suelen hacerse experimentos mentales, ¿por qué aquí, en esta especie de esquina donde se conurban filosofía y literatura, no hacer un paseo del que podamos extraer algunas reflexiones?) El recorrido debe comenzar en algún punto (asumámoslo de manera literal); tomo una hoja de papel, un lápiz y una regla; apoyo el lápiz y pongo un punto. Acto seguido, trazo una línea usando de barandal la regla; pero como la regla es más grande que el papel, la línea alcanza la mesa. Sigo y se me acaba la regla pero no la punta del lápiz y por eso rayo toda la tapa de la mesa, bajo por una de sus patas, llego al suelo, asciendo por la pared, toco el techo (necesito estirarme: está muy alto), lo cruzo bordeando la lámpara, bajo por el muro, llego al dintel de la puerta, la abro para salir al pasillo y, como voy por la escalera, mi trazo es una diagonal. Antes de llegar a la planta baja se me acaba la punta del lápiz y me detengo.
A Carmina Nogue Uno se acostumbra a la vida, a que esté ahí todos los días cuando se abren los ojos. Se acostumbra a la vida como a la presencia del aire y de las calles y de los autos en las calles; pero no la nota porque la familiaridad hace que uno no se […]
¿Qué demonios significa eso? y ¿cómo esa manera de entender la libertad la vuelve invulnerable ante los determinismos actuales? son las preguntas que intentaré responder.
Nos hemos acostumbrado a que todo tiene una razón, a que todo viene de un proceso donde un antecedente produce un consecuente; para nosotros todo está eslabonado causa-efecto.
Si en cada una de las decisiones importantes que he tomado en mi vida me hubiera decidido por la alternativa que abandoné, ¿quién sería ahora? Frente a esta pregunta respondo -como me imagino lo hará cualquiera- con un "obviamente sería otro".
La prueba más patente de este miedo son los pretiles o muretes que se colocan en los balcones o en los miradores desde donde se contempla el paisaje. La mera presencia de esos parapetos hace que nos invada la confianza para asomarnos tranquilamente al precipicio. El abismo espacial lo hemos resuelto, bien o mal lo hemos domesticado y la mayoría puede pararse frente a él sin vértigo.
En nuestra sociedad está mal visto hablar del cansancio vital, de esa indolencia que parece conformidad pero que es más bien la respuesta inevitable a una serie de decepciones y fracasos. Sentirse derrotado y externarlo es de pésimo gusto y -en el mejor y en el peor de los casos- la consecuencia es convocar a […]
Y la pregunta me desconcierta porque siempre he pensado que la libertad no tiene precio, que yo daría todo cuanto tengo por ella. Porque no me gustaría ser esclavo ni traer una cadena al cuello ni ir por mi vida haciendo lo que un amo me ordenara. Es más: daría mi vida por ser libre. ¿Por qué entonces esta democracia me parece cara, carísima?