Martín Moreno-Durán
Sería, a todas luces, un delito. Un abuso de poder. Una ilegalidad.
El lunes pasado, las luces de alerta se encendieron desde el Banco de México hasta Wall Street: el presidente electo, Andrés Manuel López Obrador, había declarado en “bancarrota” a México. Sí, como en 1982. O en 1994.
Nueve de cada diez jóvenes que solicitan ingreso, son rechazados. De 65, 890 aspirantes, solamente 6,300 fueron aceptados.
A Peña Nieto se le quiebra la voz. La Gaviota lloriquea. Las hijas lagrimean. México llora ante un sexenio envuelto por escándalos de corrupción, conflictos de interés, cinismo, violencia, inseguridad, ineficacia gubernamental, ignorancia presidencial, frivolidades y escasos avances económicos.
Podrá ser senador de la República, entrar al Senado sonriente, orondo, como si nada debiera; purificado por el gobierno entrante, pero, aun así, no dejará de ser lo que siempre ha sido: un líder sindical pillo.
Lo que Andrés Manuel López Obrador le sorrajó – literal-, hace algunas horas, de frente y frente a su equipo más cercano, a Enrique Peña Nieto, no tiene desperdicio: es un momento hasta ahora inexistente en la relación de los poderes saliente y entrante en el Ejecutivo. Inédito, insistimos.
En el Estado de México, prácticamente todo el dinero para Salud que reciben, se lo roban-, me comenta un mexiquense que conoce, desde hace décadas, las tripas, costumbres y manejos de la clase política heredera de las mañas de Hank González.
No es que coma con sus hijas en un restaurante caro en París. No. Es de dónde salen los fondos para costear sus viajes onerosos: de los bolsillos de los mexicanos que sí trabajan.
Corrían los primeros meses de 2017. López Obrador ya iba adelante en las encuestas presidenciales, lugar que jamás perdería.
“Bajar sueldo a funcionarios propiciaría corrupción…”, fue la frase de la futura senadora por la coalición “Por México al Frente”, Xóchitl Gálvez, al referirse a la propuesta del presidente electo, Andrés Manuel López Obrador, quien planteará al poder legislativo una reforma para que ningún funcionario del gobierno federal o ministro de justicia o electoral, gane más que el Presidente, cuyo tope quedaría en 108 mil pesos mensuales (Peña Nieto tiene un sueldo de 270 mil al mes sin contar, por supuesto, los beneficios que durante su sexenio le aportaron sus contratistas de cabecera, como Grupo Higa).
Corría 1993. Carlos Salinas de Gortari gozaba de un poder inmenso. Firmado el TLC con Estados Unidos y Canadá, se presentaba al mundo como el presidente reformador de México. Su popularidad rozaba el 80%.
Por los políticos que sexenio tras sexenio siguen viviendo de tres cosas: fuero, dinero público y abusos, como Gamboa Patrón, Camacho Quiroz, Lozano Alarcón (priista siempre de entraña y mañas), y quienes de trabajo honesto saben lo que el columnista de física cuántica.
Horas después, Peña reconocía en cadena nacional el triunfo del presidente electo más votado de la historia: Andrés Manuel López Obrador. Poco antes, Meade ya había usurpado funciones y erigido en vocero electoral, anunció no sólo su derrota en las urnas sino que, de paso, le decía a todos que el ganador era AMLO, metiendo un puyazo a Ricardo Anaya que no tenía otra opción más que, igualmente, aceptar su fracaso.
Andrés Manuel López Obrador ha sido, sin duda, el líder político y social más relevante de los últimos 18 años, a partir de que ganó la jefatura de Gobierno capitalina. Como ninguno, fue capaz de enfrentar a un sistema político poderoso, que por todas las vías ha intentado aniquilarlo y que, sencillamente, no ha podido con él. Es, sin duda, un sobreviviente de la feroz lucha política en México.
Ricardo Anaya amenaza con meter a la cárcel a Enrique Peña Nieto. En Los Pinos, contemplan: que Anaya sea derrotado el uno de julio y después de la elección, le ajustarán cuentas.