Sandra Lorenzano
«La pregunta clave, aquella que orienta las propuestas del Taller en Ecatepec, es cómo convertir este silencio, este miedo, o incluso esta furia, en espacios de esperanza».
Me propusieron que eligiera entre varias obras que Miró había creado a partir de las palabras de sus amigos poetas: Lise Hirtz, Paul Éluard, Tristan Tzara, Jacques Dupin, Joan Brossa, Jacques Prévert.
Tamara Kamenszain fue ensayista, profesora, periodista cultural, pero sobre todo poeta.
¿Cuál es el idioma de nuestros sueños? ¿Cuál es el idioma en el que amamos, en el que arrullamos, en el que querremos –algún día– despedirnos de la vida?
Amaranta Gómez Regalado se bautizó a sí misma con el nombre de la mujer enamorada que retratara García Márquez en Cien años de soledad. El libro se lo había regalado su padre cuando llegó de uno de sus tantos viajes a la ciudad. Ella era apenas una adolescente, pero ya tenía la certeza de quién quería ser.
Y no se fue, ni se irá nunca, porque es su propia reencarnación. Como dijera Pedro Almodóvar, “el único amor de Chavela en esta tierra, su esposo en este mundo -Eres mi único amor en la tierra- “Chavela Vargas no va a reencarnar, porque ya es la reencarnación de Chavela Vargas”.
Pienso también en los hijos dolorosa o salvajemente cantados por Javier Sicilia, Esther Seligson o Chantal Maillard.
Hay quienes añoran el mar, el bosque, una isla, a mí me falta el horizonte. Cada vez más seguido.
Aunque yo me quedé en casa, sí hubo centenares de chavas dolidas y furiosas que salieron a las calles. Tampoco ellas quieren volver a ser marginadas o acalladas.
Kraus elige como compañeros de viaje a unos seres “desechables”, según la lógica de los poderes dominantes: los artistas, los pensadores, los creadores. “…de algo debe servir contraponer ideas humanas y bellas” (p. 14) a un neoliberalismo brutal que ha priorizado la tecnología no como camino para entender y orientarse en el mundo, sino como un vehículo de destrucción.
Cuando éramos chicos corríamos tras los copos de espuma amarilla que el mar dejaba sobre la arena del invierno. La felicidad del frío evanescente no desaparecía ni cuando ya no nos quedaba más que un poco de agua entre los dedos.
Toma la pala y la cubeta
Y sal a buscar los huesos amados
Remueve la tierra
hasta encontrar el brillo sumergido de los ojos
¿Nadie ha pensado que los mayores también pueden morir de tristeza?
Solemos pensar que la poesía nos “salva”, aunque sepamos, en nuestro fuero más íntimo, que no hay salvación posible; sólo hay, a veces, un quiebre en la helada superficie del miedo que permite que intuyamos apenas las turbulencias profundas de las suicidas.
Lamento decirles que no logré ser chusca ni usar adivinanzas tradicionales.
Disculpe, es que soy de mapas pequeñitos y de manchas en los dedos.