Francisco Ortiz Pinchetti
Resultó que en efecto la pandemia nos vino como anillo al dedo: hoy tenemos más pobres y nuestros pobres son más pobres.
Agárrese: desde el arranque de la campaña formal hasta el 3 de junio se transmitirán por radio y televisión 41 millones 501 mil 376 spots de partidos políticos y autoridades electorales.
Diseñé también un programa de alimentación, que incluía la integración de una despensa completa para resistir la pandemia, con toda clase de alimentos no perecederos que me permitieran cumplir la travesía sin padecer hambre.
Tiene ya años que me hice amigo de los colibríes, esos pajaritos asombrosos.
Otra atrocidad es persistir, en el décimo mes de la emergencia sanitaria, en manejar con criterios políticos y objetivos claramente electorales una incontrolada pandemia, que registra actualmente su más alta incidencia tanto en personas infectadas como en el número oficial de fallecimientos que duplica el «escenario catastrófico” del doctor López-Gatell, lo que coloca a México en el cuarto lugar mundial, además de ser el país con más alto índice de letalidad. Un desastre.
Siendo realista, es claro que esas actitudes –y otras más radicales– pudieran repetirse ante una eventual derrota electoral de su partido en las elecciones intermedias de este 2021 y sobre todo en las de 2024.
Los veinte que se avecinan no parecen ser precisamente fabulosos. Para nada una época de tranquilidad, certidumbre y prosperidad.
Entre los adultos mayores de 60 años, en cambio, el índice es el menor de todos: sólo 19 de cada cien han enfermado del coronavirus, lo que podría sugerir que es el grupo que más se ha cuidado… o que más han cuidado sus hijos y nietos.
Es claro que el discurso presidencial de respeto a la libertad de expresión, aliento al derecho a la información y distribución equitativa, justa, transparente y no discrecional del gasto publicitario no tiene sustento en los hechos.
Esta vez, ni modo, no puede haber convivencia, ni apapachos, ni intercambio presencial de regalos. Tampoco romeritos, pavo al horno y bacalao. Ni ponche con piquete. Ni piñata para los niños. Ni parabienes con abrazo. Ni posada con los peregrinos, letanía y colaciones.
Pienso que su prosa coloquial y sabrosa, siempre salpicada de humor, nos va a volver a hacer falta ante esta desgracia sanitaria que en nuestro país ha costado hasta ahora más de 108 mil muertes oficialmente reconocidas. L
Y es que quizá no haya para mí un personaje capitalino más entrañable que el también llamado cilindrero, ese músico callejero que va con su pesado instrumento a cuestas y se instala en alguna esquina de la ciudad para interpretar melodías inolvidables.
Si el señor predica cotidianamente a sus discípulos que siempre hay “otros datos” para oponer aquellos que ponen en duda sus afirmaciones o simplemente le resultan incómodos, uno de los apóstoles, Hugo López-Gatell, el más avezado de todos, ha encontrado que todas las cifras que demuestran la ineficacia del actual Gobierno resulta que son intrascendentes.
ste padecimiento, que tiene repercusiones obvias en todos los aspectos de la vida humana, incluido el desarrollo intelectual, debiera recibir la mayor atención por parte de las autoridades e instituciones de salud.
La situación que vivimos por la pandemia de la COVID-19 es como una guerra que de pronto interrumpe la vida de una comunidad e impide a los niños regresar a la normalidad.
Permítanme sin embargo abstraerme de esa tragedia para recordar a mis muertos personales, entre los cuales por cierto afortunadamente no hay todavía ninguno víctima del coronavirus. Sin olvidar por supuesto a mis familiares, empezando por mis inolvidables padres Emily y José, quiero referirme esta vez a mis amigos muertos.