Epigmenio Ibarra
No pudieron impedir que Andrés Manuel López Obrador llegara a la presidencia. Pese a su esfuerzo por cerrarle, a cualquier costo, su camino a Palacio, se estrellaron contra el muro formado por 30 millones de votantes. Pero no se han dado por vencidos; al contrario, han comenzado a velar sus armas para la guerra que viene.
La vida me ha bendecido con dos victorias extraordinarias. No se me malentienda, no las reclamo como propias: son victorias conquistadas por otros. A mi solo me ha tocado registrarlas, vivirlas de cerca, hacerlas mías, disfrutarlas. He sido testigo de la lucha inclaudicable de mujeres y hombres que lo han sacrificado todo por cambiar la historia de sus pueblos. A ellas y ellos debo esta alegría profunda que hoy siento, la esperanza fundada de que las cosas, en esta mi patria herida, pueden ser de otra manera.
La avalancha social que lo condujo al poder no habrá de detenerse una vez pasada la euforia del triunfo. Al contrario, las expectativas generadas por el propio López Obrador -como de hecho ya está sucediendo- antes que menguar irán creciendo con el tiempo.
Tocará a Andrés Manuel López Obrador cortar el flujo obsceno, criminal, irracional de millones de pesos que van de las arcas públicas a los bolsillos de columnistas, lectores de noticias, presentadores de TV y dueños de empresas de medios.
No hay que llamarse a engaño. Antes de recibir la constancia de mayoría del TEPJF, López Obrador ha enfrentado ya la primera intentona golpista. Hemos vivido, casi 20 años después y en un México convulsionado por la violencia, una especie de reedición temprana del desafuero orquestada, irresponsablemente, desde la misma institución que organizó y validó los comicios más concurridos de la historia de México.
Con la guerra sucede que cuando está lejos no se siente y cuando se acerca y nos toca, o toca a los nuestros, es siempre demasiado tarde. Eso pasa hoy a muchos de los que en México consideraron “exagerado” decir que la espiral de violencia en era ya incontenible y que el país se nos descomponía entre las manos.
Se supone que la guerra sucia tiene como objetivo sembrar la confusión en las filas del enemigo y facilitar así su destrucción. La mentira, los infundios, los falsos rumores, la ridiculización del adversario deben generar una ola de desprestigio e infundir una mezcla precisa de miedo y odio en su contra para cerrarle el camino de la victoria.