El escritor y periodista argentino Jorge Fernández Díaz habla con SinEmbargo sobre su libro La Traición (Planeta, 2021), una trama sobre “los vínculos secretos entre el falso progresismo, el populismo venal y la Iglesia” y que pone al descubierto las inercias dentro de lo más oscuro de la política.
Ciudad de México, 1 de agosto (SinEmbargo).– El Papa Francisco es asiduo a reunirse en Santa Marta, en el Vaticano, con “todo tipo de impresentables siempre bajo el paraguas de que a los pecadores se les recibe también”. Pero, ¿qué pasaría si uno de estos personajes se tomara muy en serio las ideas de una nueva resistencia peronista y de una revolución contra una dictadura imaginaria?
Sobre esto trata la más reciente novela de Jorge Fernández Díaz, La Traición (Planeta, 2021), una historia sobre espionaje político “que pone en evidencia los vínculos secretos entre el falso progresismo, el populismo venal y la Iglesia”.
“(Jorge Bergoglio) no soñaba con ser Papa, sino con ser Perón, porque militó con Perón en algún momento y porque le encanta hoy mismo, por las tardes, en lugar de relajarse y jugar ajedrez o relajarse los problemas del mundo, le encanta meterse en las operaciones políticas de América Latina en general, y de la Argentina, en particular, como había hecho de alguna manera Juan Pablo II con el viejo mundo de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, y especialmente con Polonia, de manera que es un operador político importante”, comenta en entrevista con SinEmbargo el escritor y periodista argentino.
Para contar esta historia, Fernández Díaz recupera a uno de sus personajes predilectos, protagonista de El Puñal (Planeta, 2014) y La Herida (Planeta, 2017), no más ni menos que Remil, un espía que funciona a manera de “un héroe infame”, el cual se sumerge en las aguas más oscuras de una clase política corrupta a la cual hay que salvar.
“Lo que sucede en la Argentina sucede por lo menos en toda América Latina, aunque ocurre en otros sitios también. De lo que estamos hablando es de algo que constituye todo un género literario, nuevo, me parece a mí, que es el espionaje político. En muchos de nuestros países, los servicios de inteligencia no se usan tanto para vigilar potencias extranjeras o cosas por el estilo, sino centralmente para pinchar los teléfonos a los periodistas, a los empresarios, a los dirigentes de la oposición”, señala en ese punto el autor.
Fernández Díaz se muestra convencido en la charla de la importancia de hacer novelas de espionaje, de cómo “la nueva novela negra latinoamericana debería expresar lo que significa el Estado” para “hacerse cargo de una parte oscura de la política” manejada precisamente desde esas altas esferas.
“Yo creo que es el gran género sociológico del presente porque ya no se trata simplemente de quién hizo qué, o de quién mató a quién, como ocurría en las viejas novelas de enigma de la escuela inglesa, sino que hoy trata mucho de la descripción de la jungla de asfalto, de cómo es esa sociedad, entonces nosotros podemos asomarnos a esa sociedad gracias a muchos escritores policiales que la describen sociológicamente a detalle”, refiere.
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—Jorge, en La Traición juegas con los entretelones más oscuros de la política, en este caso de la política argentina. ¿El poder política requiere para funcionar de este tipo de prácticas, de este tipo de operadores como Remil, el personaje central, que es un espía?
—Sí, yo creo que lo que sucede en la Argentina sucede por lo menos en toda América Latina, aunque ocurre en otros sitios también. De lo que estamos hablando es de algo que constituye todo un género literario, nuevo, me parece a mí, que es el espionaje político.
En muchos de nuestros países, los servicios de inteligencia no se usan tanto para vigilar potencias extranjeras o cosas por el estilo, sino centralmente para pinchar los teléfonos a los periodistas, a los empresarios, a los dirigentes de la oposición, etcétera. Es decir, que se utilizan para el lado oscuro de la política para la manipulación.
En Argentina eso viene ocurriendo desde hace muchas décadas, pienso que en México y otros países latinoamericanos también. En este momento, veo que ha estado sucediendo un acontecimiento que tiene bastante que ver con eso. Creo que es algo que tiene que ver con las cloacas, con las alcantarillas de la política.
Yo me propuse inicialmente hacer novelas de espionaje. ¿Pero qué significaba hacer espionaje en América Latina? ¿Significará lo mismo que significa para John le Carré o la guerra fría, o cosas por el estilo? No, yo creo que es hacerse cargo de que hay una parte oscura de la política manejada desde el Estado, de que hay estados corrompidos, y es por eso que yo invento un personaje que se llama Remil que trabaja para esas agencias oscuras de inteligencia, y que es un detective, un espía, es un criminal de Estado básicamente.
Creo que la nueva novela negra latinoamericana debería expresar lo que significa el Estado, que no es lo mismo el Estado y las policías latinoamericanas que las europeas.
—Remil es un personaje infame. Su trabajo como espía lo vuelve así. Es quien mete las manos al lado para que los demás no se manchen. Y sin embargo, hay momentos en los que sientes cierta empatía hacia él. ¿Fue tu intención volver a Remil alguien infame y entrañable al mismo tiempo?
—Sí, siempre creí que esa empatía con el lector era necesaria para poder seguir su punto de vista. Remil forma parte de mi generación. Tiene un poco menos que yo, pero bueno estuvo en la guerra de Malvinas —yo no estuve en la guerra, pero estuve a punto de ir de voluntario— , aquella guerra insólita, demencial que tuvimos, y de alguna manera yo le cargo a Remil cuestiones que son personales, de emocionalidad.
Por ejemplo, en El Puñal, la primera novela, descargo la obsesión amorosa. Que quién no se ha sentido obsesionado amorosamente por alguien que es elusivo o resbaloso, un hombre, una mujer. En la segunda novela, La Herida, su padre lo da por perdido, en este caso su padre es Calgaris, es el coronel, el jefe de la “Casita”, de la agencia de inteligencia, que siempre ha fungido como padre, y que lo da por perdido. A mi también, mi padre era un camarero asturiano que creía que la Literatura y el Periodismo era una bohemia y que yo quería ser vago, y me dio por perdido muchos años, fue bastante doloroso para mí.
Yo le trasladé esa emocionalidad también a Remil. Y en este último caso, le transmití algo que también viví en la cocina de mi casa, que es cuando papá y mamá se odian, y aquí hay dos jefes de él que tratan de dividir su lealtad, y finalmente Remil es un héroe infame, pero es un héroe, un héroe negativo.
He trabajado bastante este personaje, con el cual yo me tomaría una copa todas las semanas y conversaría con él seguramente, siendo que yo jamás me he dejado intoxicar periodísticamente por los servicios de inteligencia. Me he mantenido a saludable distancia de ellos. Sí he tenido relación con esos otros espías que son los de la llamada inteligencia criminal, que son los que hacen espionaje criminal en el mundo de los delincuentes, de los narcos, etcétera. Que esos son otra clase de espías, digamos, los cuales por mi profesión los he frecuentado, por supuesto, y he hablado con ellos.
Estas novelas son, de alguna manera, el reverso de 40 años de trinchera periodística, donde yo he visto demasiado, he visto qué pasa cuando a la política le sacas la máscara bien pensante, los discursos. Qué pasa detrás, cómo queda desnuda. A veces queda desnuda como en un juego de toma y daca, cruel juego de toma y daca, en sociedades profundamente corruptas.
—La trama de tu novela tiene a un personaje, quien no aparece en escena, pero cuya influencia es precisamente el centro de tu historia. Hablo de Jorge Bergoglio. ¿Cuál es el rol del Papa en La traición?
—Primero quiero hablarte del Papa en general. Bergoglio es muy conocido en Argentina, obviamente, es argentino, pero no sólo por eso, sino porque ha operado políticamente muchísimo en Argentina. Su vocación es más política que pastoral. Yo siempre digo un poco en broma que él no soñaba con ser Papa, sino con ser Perón, porque militó con Perón en algún momento y porque le encanta hoy mismo, por las tardes, en lugar de relajarse y jugar ajedrez o relajarse los problemas del mundo, le encanta meterse en las operaciones políticas de América Latina en general, y de la Argentina, en particular, como había hecho de alguna manera Juan Pablo II con el viejo mundo de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, y especialmente con Polonia, de manera que es un operador político importante.
Está muy de moda, desde México hasta la Argentina, pasando por otros sitios que seguramente no son latinoamericanos el uso de la ficción en la política. Es decir, recurrir a pasados heroicos para crear enemigos presentes; crear falsas tradiciones en las que inscribir los movimientos del presente para darles un glamour y darles una épica, y un discurso, de alguna manera. Y muchas veces esa ficción se vuelve realidad. En mi país, por ejemplo, los Kirchner no tenían ideología, no tenían ninguna ideología reconocida. Cuando se hacen cargo de la Argentina, para tener un discurso, para inscribirse en una tradición, inventan que hay que recuperar los viejos ideales del peronismo revolucionario de la década de los 70, sin armas, pero esos eran sus ideales, sus ideales eran profundamente antidemocráticos, pero son recuperados.
Y ahí comenzaron a cortejar en los medios públicos, en las escuelas, con adoctrinamiento, en las universidades a exaltar a esos viejos revolucionarios, que algunos de ellos ya habían pedido perdón y otros no pidieron perdón nunca por los crímenes políticos, en un acto de irresponsabilidad institucional profunda. Es como si en España se enseñara en los colegios la épica de la ETA o de las brigadas rojas, digamos.
Y siempre un thriller político, y de eso tratan estas novelas, son thrillers políticos latinoamericanos, parten de una pregunta que se responde con conocimiento e información y documentación y con imaginación. La pregunta en este caso la tuve en París, estuve viviendo uno meses ahí, y de viaje en el Aeropuerto de Orly cuando viajaba a Sevilla, porque fui a dar una charla, pedido por un gran amigo que es Arturo Pérez-Reverte, amigo de toda la vida y especie de hermano mayor de la Literatura.
Y yo pensé: el Papa recibe por supuesto en Santa Marta, en el Vaticano, a todo tipo de impresentables siempre bajo el paraguas de a los pecadores se les recibe también. ¿Qué pasaría si uno de estos impresentables realmente se toma la ficción como realidad y piensa que hay un proceso pre revolucionario, que hay que dar un golpe de efecto, y que tiene un guiño de la Iglesia para hacerlo? Porque la Iglesia opera con todos estos personajes y yo pensé, inmediatamente, seguramente el Vaticano recurriría a un servicio de inteligencia paralelo para tratar de que la sangre no llegue al río.
—Se pensaría que un lector que no esté familiarizado con la política argentina difícilmente podría sumergirse en todos estos aspectos de los que hablas. Lo cierto es que muchos componentes se sienten iguales con lo que pasa acá en México. ¿Crees que esa manera de hacer política es compartida en la región?
—Yo creo que estuvo bastante de moda en estos primeros 20 años del siglo XXI esta especie de neonacionalismo de izquierda, aunque hay otras expresiones de populismo de derecha también, por supuesto. Pero esta es una especie de neonacionalismo de izquierda que es un revival. Siempre se dice que la primera vez en la Historia se vive como tragedia, la segunda como farsa. Es un poco farsesco, uno rasca un poco y descubre que detrás de un discurso lo que hay en verdad es lo de siempre, que es una voracidad por el poder y quedarse para siempre con el poder.
Es muy peligroso porque es una ideología que permite soñar con una hegemonía. La idea de quedarse para siempre, bueno, ustedes han vivido el PRI, ¿no? Que ha sido el rey de la hegemonía, nosotros hemos vivido el peronismo que también ha querido quedarse con todo y para siempre. El gran peligro de las democracias de este momento es ese para mí. Creo de alguna manera es un virus que ataca a América Latina, o que atacaba antes de la pandemia. Vamos a ver después de la pandemia qué es lo que pasa verdaderamente en América Latina, porque están sucediendo muchos acontecimientos y no me atrevería a hacer algún pronóstico acerca de ello.
—La Traición es una novela de espionaje político. Precisamente acá en México esta práctica incurrida en gobiernos pasados ha generado un cisma político. ¿Por qué hay esta obsesión del poder político con el espionaje?
—Porque es un arma fabulosa de dominación, de manipulación, de conocimiento, de anticipación. Yo no conozco ni quiero meterme en la política mexicana, pero simplemente soy muy escéptico cuando aparecen gobiernos que dicen: ‘nosotros no manejamos los servicios de inteligencia’. Calgaris lo dice en esta novela: el día que quieran cerrar por decreto todas las agencias estatales de inteligencia, la inteligencia continuará por otros medios. Será paga, será privatizada. Es como la droga, el problema es la demanda, después está la producción, pero el problema es la demanda y la demanda existe y es una gran tentación de dominio y de preservación del poder desde tiempos inmemoriales y me parece que va a continuar.
Pero me parece que es un género literario interesante que yo creo que tenemos que plantearnos. Yo creo mucho en los géneros populares, he escrito sobre teoría, pertenezco a la Academia de Lengua de la Argentina. En la Argentina el policial ha sido muy importante porque Borges lo metió en el canon, igual que los franceses para los cuales el policial no es un género menor sino un género mayor. Sigue habiendo muchos críticos que lo colocan fuera del canon a la novela negra o la novela policial, en general, por considerarla un género menor. Yo creo que es el gran género sociológico del presente porque ya no se trata simplemente de quién hizo qué, o de quién mató a quién, como ocurría en las viejas novelas de enigma de la escuela inglesa, sino que hoy trata mucho de la descripción de la jungla de asfalto, de cómo es esa sociedad, entonces nosotros podemos asomarnos a esa sociedad gracias a muchos escritores policiales que la describen sociológicamente a detalle.
—En ese sentido, tú al retratar esta jungla de asfalto entiendo que recurriste a la ayuda de expertos para darle forma a ciertos aspectos. ¿Me puedes platicar de cómo te preparaste para escribir La Traición?
—Yo iba a publicar un libro, que finalmente se publicó en la Argentina, enorme, de mil páginas, pero bueno en marzo del año pasado llega la pandemia y la cuarentena argentina fue larguísima, la más larga del mundo, así que, entre que yo estaba encerrado en casa y que mi editor me dijo, mejor escribamos otro Remil y no publiquemos este ensayo político enorme, bueno yo me encerré en mi casa.
Estos libros tienen varios componentes. Primero, para mí el periodismo es un insumo muy importante, el haber estado 40 años en la trinchera de periodismo y haber visto por detrás la política, ha sido un insumo fundamental. Ahí donde el periodismo te pide que te detengas, porque claro el periodismo tiene un contrato de lectura, solamente uno puede publicar lo que puede probar, por ejemplo, para dar un solo ejemplo, la vida privada hay que tener cuidado por los derechos de la vida privada. Bueno, siempre que ha habido una frontera eso para mí ha sido como un desafío porque con la ficción y con la novela yo he podido atravesar esa frontera y he contado lo que no podía contar con las armas del periodismo. Ese es uno de los elementos fundamentales.
Luego, nunca quise tener un gran contacto con los servicios de inteligencia porque me parece que te intoxican periodísticamente, pero sí he conocido a Remiles del mundo, de hecho, los Remiles de mi país son muy fanáticos de Remil, me piden que les firme sus libros en muchos casos. Y después tengo a algunos expertos en seguridad, en defensa, profesores que dan en la escuela de Inteligencia, abogados, y eso me ha ayudado. Médicos, que a la mitad del encierro le llamaba por teléfono a un médico que tengo, le decía: ‘doctor, necesito que ametrallen a una persona, pero que sobreviva, pero que quede de determinada manera’, ‘o necesito algo con los venenos’, no quiero spoilear, y él me ayudaba.
Me han ayudado mucho, pero sobre todo al final yo estaba muerto de miedo porque esta novela casi transcurre en tiempo presente. Al revés de otras novelas que transcurren en guetos, es decir si yo te digo, la narcopolítica, bueno yo te puedo engañar más fácilmente, no está todos los días en los medios de comunicación la entretela de la narcopolítica, pero aquí mientras transcurría la realidad yo estaba escribiendo esto. Es como si alguien ahorita en México quisiera escribir una novela de espionaje mientras ocurre este caso de Pegasus al mismo tiempo y en tiempo real. Seguramente para que fuera creído, esa novela, para que fuera verosímil, tendría que tener un verosímil muy similar al del lector de periódicos, o sea habría que rebajarla mucho la espectacularidad, tipo Netflix, tipo Hollywood, a la vez que está lleno de crímenes, de suspenso, de vueltas de tuerca, a la vez que se lo pueda tragar un lector de un periódico.
Bueno, ese trabajo para mí fue enloquecedor. Yo tenía un guión y lo iba todo el tiempo cambiando porque no me lo creía a mí mismo, hasta que lo hice lo más creíble posible y se lo di en blando a este profesor de la escuela de Inteligencia, él siempre lee mis textos, y él me llamó un día a las 4 de la mañana, y me dijo, ¡no pude dormir, es todo creíble, cualquier estudiante mío de Inteligencia se lo creería de punta a punta’. Y ahí respiré por primera vez, de manera que son trabajos intensos. Además yo hago mucho hincapié en que la novela sea muy fluida, nerviosa, que vos no puedas dejarla, que te sigas, que te sigas, y que tenga mucha intensidad.
Para este caso particular estuve estudiando ocho novelas de (George) Simenon, Simenon es considerado el Balzac del siglo XX ahora, en Francia y en toda Europa. Y yo recordaba de joven, cuando lo había leído, que eran libros pequeños, los de Maigret por ejemplo, son libros pequeños, pero que parecían, como cuando te sirven en un restaurant una comida muy pequeña y cuando la comes te sientes que comiste mucho. Y entonces, cómo lo hacía. Estuve estudiando, también en pandemia, ocho novelas, no para copiarle la voz ni el ambiente, porque eso no tiene nada que ver conmigo, pero sí para aprender cómo son las elipsis, como de un pincelazo un personaje queda vivo, es vivido, una serie de trucos. Yo creo que nuestros maestros siempre deben estar en nuestra biblioteca y que hay que recurrir a esa biblioteca, no para repetir a esos maestros, tal vez hasta para vulnerarlos, para seguir aprendiendo de ellos, de sus errores. Están ahí nuestros maestros, están ahí esperándonos siempre, por suerte.