Tomás Calvillo Unna
27/07/2022 - 12:05 am
A orillas de la caja desvencijada de la noche
«El pasajero no despertó de su pesadilla/ en la caja desvencijada de la noche;/ las astillas de la velocidad en su sangrante cuerpo,/ son ya el crudo lienzo del dolor sin reparo/ que a millones aqueja».
I
Nadie dijo
que fuera una promesa;
sí una tradición,
apenas escrita
en un antiguo libro
de cantos y oraciones.
Apuntes de una experiencia,
que no se deja atrapar;
aún ella misma en su escritura,
se incinera con los pensamientos
los deseos, los temores.
El sacrificio
es el poder del tiempo,
para recordar
el aliento de la eternidad,
y retornar a su ritmo
el sentido de las cosas.
II
La palabra es el cordero
del sacrificio;
es la ofrenda
de la madrugada.
Se asoma por la ventana
y también vuela;
es nube, y más allá
montañas cielo mar;
y más acá,
taza mesa sillas,
de la escalera a la puerta
y en la calle se dispersa
y duele, se duele
de una de tantas noticias:
el video del salto al vacío …
III
…esa carretera
en el horizonte parece interminable,
una recta que se pierde en la distancia.
Trazada en esa inmensidad, asemeja un camino sin fin,
la monotonía diseña su ruta.
De noche la línea blanca y amarilla del asfalto,
salpicada por las luces de metálicas luciérnagas,
y del ruido intermitente de los pesados motores,
pareciera extraviada sin sus estaciones de partida y arribo.
El pasajero supo que no iba a llegar a su destino;
tomó el cilindro rojo del extinguidor y rompió la ventana.
Miró a la pareja de viajeros que despertaron al oír el estruendo de los vidrios.
Les gritó que también saltaran, antes de arrojarse a la oscuridad.
El chofer del autobús no se detuvo, no podía hacerlo. Nunca supo bien a bien que sucedió.
El autobús continúa su camino; aunque ya nadie está seguro
cuando llegará y a dónde.
El pasajero no despertó de su pesadilla
en la caja desvencijada de la noche;
las astillas de la velocidad en su sangrante cuerpo,
son ya el crudo lienzo del dolor sin reparo
que a millones aqueja.
IV
En el atrio de la madrugada
dar la mano
puede ser un acto milagroso,
que en ocasiones disipa las tinieblas.
V
Soledades compartidas
en la disciplina de observar,
sin juzgar,
sin ignorar.
Estar presente
en uno.
Sostener
sin apegos,
en la vasta
misericordia
de los afectos.
No rendirse,
como lo enseña
la mujer de la tierra
con su gentil
y sabia presencia.
VI
En el antiquísimo
e inamovible espejo
de la conciencia,
donde el mundo se mira
en la superficie ondulante
de la plata,
ahí están las huellas,
cada instante, cada parpadeo;
en el gótico amanecer
de una razón que se resiste
a ceder.
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