Enrique Peña Nieto es, al menos desde hace tres años, el aspirante a la Presidencia de la República en 2012 que lidera las preferencias de los mexicanos, de acuerdo con los resultados de las casas encuestadoras más prestigiadas del país.
Su imagen de hombre guapo, jovial –tiene 45 años– y triunfador se ha apuntalado con un despliegue mediático, especialmente a través de los canales abiertos de la televisora más grande de México e Iberoamérica, Televisa.
Además, su noviazgo y casamiento con la popular actriz de telenovelas Angélica Rivera –su segunda esposa–, quien es tanto o más conocida que él entre la población en general, lo han convertido en un político cercano a la farándula y protagonista favorito de las revistas del corazón en México.
Fue el gobernador del Estado de México del 16 de septiembre de 2005 al 15 de septiembre de 2011. Un día después de entregar la administración estatal, en una entrevista para el noticiero central de Televisa, conducido por el periodista Joaquín López Dóriga, confirmó el postergado “sí, sí quiero” y expuso detalles de por qué aspiraba a ser el candidato presidencial del Partido Revolucionario Institucional.
Esos detalles los amplió aún más, cuando el 23 de noviembre, en la Ciudad de México, presentó su libro México la gran esperanza, que sintetiza sus propuestas para construir un “Estado Eficaz”, basado en tres grandes metas nacionales: “1) que los derechos de todos los mexicanos no sean sólo ideales plasmados en la Constitución, sino que en verdad los disfrutemos en la vida cotidiana; es decir, que pasen del papel a la práctica; 2) que el país crezca conforme a su verdadero potencial económico, y 3) recuperar nuestro liderazgo como potencia emergente”.
Trepado en esta ola triunfalista y de alta exposición en medios, el 27 de noviembre pasado, el abogado por la Universidad Panamericana se inscribió como precandidato único del PRI a la Presidencia de la República, en un apoteósico acto, donde –al viejo estilo tricolor– recibió el apoyo contundente de los 31 comités estatales y del Distrito Federal del PRI, así como de todos los sectores y todas las organizaciones del partido.
Del plato a la boca…
Con la mesa puesta, con todo a favor, Enrique Peña Nieto viajó el 3 de diciembre pasado a Guadalajara, Jalisco, para dictar una “conferencia magistral” y presentar México la gran esperanza en el marco de la Feria Internacional del Libro, la más prestigiada del mundo de las letras en Hispanoamérica.
El evento fue un éxito. Las crónicas periodísticas plantearon que abarrotó el Auditorio Juan Rulfo de esa feria, que incluso fue insuficiente ante la amplia convocatoria que el político tuvo entre sus simpatizantes y seguidores; esto provocó que el comité organizador de la FIL dispusiera pantallas dentro y fuera de la Expo Guadalajara, para que más personas pudieran escucharlo.
Pero su gran tropezón, el más grande de su carrera y el que, de acuerdo con analistas, marcará el resto de ella, se produjo en la posterior conferencia de prensa que sostuvo con medios nacionales y extranjeros. Un día después, Salvador Camarena, colaborador de SinEmbargo.mx, reseñó ese encuentro para el diario español El País:
“¿Cuáles son los tres libros que han marcado la vida del candidato puntero de todas las encuestas en México, Enrique Peña Nieto? La respuesta tendrá que esperar a mejor ocasión, porque el aspirante priísta a la Presidencia no supo contestar de manera clara a esa pregunta que le hizo la prensa la mañana de este sábado en la Feria Internacional del Libro que se desarrolla en esta ciudad.
“‘Definitivamente la Biblia es uno de ellos’, contestó Peña Nieto (nacido en 1966). ‘No la leí toda’, agregó. Pero de ahí en adelante, el ex gobernador del Estado de México pasó fatigas para recordar títulos o autores. Atribuyó a Enrique Krauze la autoría de La silla del Águila, de Carlos Fuentes, y dijo que sí ha revisado ‘ese de caudillos’ de Krauze (Siglo de Caudillos, de Tusquets), para enseguida también mencionar que leyó uno que habla de las ‘mentiras’ de ese libro del historiador. Enseguida habló de una trilogía de Jeffrey Archer y uno de Enrique Serna sobre el dictador del siglo XIX Antonio López de Santa Anna.
“‘Mira, realmente no podría señalar un libro que haya marcado mi vida’, contestó. Actualmente, dijo, ha estado leyendo uno que se llama La inoportuna muerte del presidente, y le pidió a su staff que le recordara el nombre del autor, pues dijo que cuando se pone a leer se olvida de autores o títulos. En la primera fila, su asesor Luis Videgaray, un diputado de sólida formación, le hacía señas con los dedos sobre la boca, como quien simula una tijera, para que el precandidato cortara ya su respuesta sobre los libros”. Hasta aquí la cita a El País.
El escándalo fue total. Las redes sociales mantuvieron su nombre y hashtags relacionados con el tema durante tres días seguidos; se volvió incluso un “meme”. La mofa por la ignorancia del candidato tricolor fue implacable y marca también su primera derrota en el camino hacia Los Pinos.
Paradoja total
La enorme incoherencia es que Peña Nieto fue a Guadalajara a presentar su libro, México la gran esperanza, y no pudo citar al menos tres autores, incluso de los mismos y muy variados que él utilizó de referencia para construir su texto.
El tomo, editado por Grijalbo, contiene 10 páginas de bibliografía. Está compuesto, en su mayor parte, por decenas de citas relacionadas con estudios de centros de investigación mexicanos y extranjeros –desde la OCDE, el Banco Mundial, la ONU y el FMI, hasta la UNAM, el CIDE, el INEGI, el IMCO, entre muchos otros– y, además, refiere a resultados de congresos, seminarios y conferencias impartidas por otras tantas instituciones en diversas partes del mundo.
También cita a decenas de articulistas en diarios y revistas, algunos de ellos son Paul Krugman (Premio Nobel de Economía 2008), Carlos Fuentes (por cierto, el escritor mexicano vivo más conocido y reconocido en el mundo), Jaime Torres Bodet, Gilberto Rincón Gallardo, José Narro, Kofi Annan, Gabriel Zaid, Ana María Salazar, Jorge Castañeda, Héctor Aguilar Camín.
Otros autores de referencia en México la gran esperanza son Leo Zuckermann, Jaime Sánchez Susarrey, José Córdoba, Carlos Elizondo Mayer-Sierra, Pedro Aspe, José Ángel Gurría, Luis de la Calle, Luis Foncerrada, Santiago Levy e incluso el Premio Nobel de la Paz 2006, Muhammad Yunus.
Encima, en el Capítulo 4 –que retomaremos líneas abajo–, en la página 86, cita de manera especial a quien es considerado uno de los más grandes intelectuales y políticos reformistas que haya tenido México, y el PRI muy en particular: Jesús Reyes Heroles. La alusión de Peña Nieto es la siguiente: “La educación es el centro de toda estrategia de desarrollo nacional. Su trascendencia es decisiva ya que, como decía Jesús Reyes Heroles, ‘en la educación, en buena medida, se decide el destino de la nación’”.
Para cualquier priísta que se precie de serlo, la lectura de los libros de quien también fue jurista, historiador y académico, es obligada. Reyes Heroles dejó decenas de textos imprescindibles. En 1996, el Fondo de Cultura Económica editó, en varios tomos, sus obras completas.
México la gran esperanza
El libro del aspirante presidencial del PRI se divide en una introducción, ocho capítulos y una “reflexión final”.
Este análisis se concentra en la introducción, el Capítulo 4, el Capítulo 7 y la reflexión final.
En la introducción, Peña Nieto se pregunta: “¿Qué hacer para retomar el crecimiento?”. A su juicio, para lograr ese camino se necesita “una alianza” que responda a ocho acciones centrales:
“1)mantener la estabilidad macroeconómica como precondición para el crecimiento acelerado; 2) profundizar la competencia económica para aumentar la oferta de productos y servicios de mejor calidad a menor costo e impulsar procesos de innovación; 3) impulsar una nueva reforma energética para dinamizar y aumentar la productividad y transparencia de Petróleos Mexicanos (Pemex); 4) aumentar el nivel de crédito para financiar áreas estratégicas del desarrollo; 5) construir más y mejor infraestructura para reducir los costos de transporte; 6) reducir la economía informal para aumentar la calidad de los empleos; 7) aumentar la productividad y la innovación para desarrollar productos con alto valor agregado, y 8) diseñar una nueva estrategia de comercio exterior para superar el reto que representa competir con China e India en los mercados internacionales”.
Esas son las acciones primordiales. En ninguna de ellos aparece la educación, esto último a contracorriente con el más reciente Informe a la Unesco de la Comisión Internacional sobre la Educación para el Siglo XXI que a la letra establece: “El ‘crecimiento económico a ultranza’ no se puede considerar ya el camino más fácil hacia la conciliación del progreso material y la equidad, el respeto de la condición humana y del capital natural que debemos transmitir en buenas condiciones a las generaciones futuras sin el impulso a la educación”.
En el Capítulo 4 de su libro, “Construir una sociedad del conocimiento”, Peña Nieto (páginas 83 a 104) reconoce que para “desarrollar nuestro capital humano” es necesario “el desempeño en materias básicas como lectura, matemáticas y ciencia es, por decir lo menos, deficiente. México ocupa el último lugar en rendimiento entre los 34 países de la OCDE evaluados por la prueba PISA”.
También plantea que algunas herramientas básicas para aprender son los cuadernos, las plumas, los libros, computadoras e internet de banda ancha móvil.
Luego refiere los esfuerzos de hombres probos del PRI y de la intelectualidad mexicana de los 50 –como Jaime Torres Bodet y el presidente Adolfo López Mateos–, quienes impulsaron una cruzada nacional por la educación “al crear los libros de texto gratuitos”.
Pero, ante los esfuerzos que tienen que hacerse en el siglo XXI, el mexiquense comparte las opiniones de otros escritores y analistas políticos mexicanos: “Como plantean Héctor Aguilar Camín y Jorge Castañeda: ‘Si el nuevo silabario del mundo es internet, mantener a los niños que estudian fuera de él es mantenerlos en un forma moderna de analfabetismo’”.
En el Capítulo 7 (páginas 143 a 161), “México, actor global”, el ex gobernador del Edomex plantea “siete áreas de acción estratégicas” para recuperar el prestigio de México en la escena internacional.
La cuarta se refiere a la cultural: “Consolidarnos como potencia cultural iberoamericana”, tesis que le ocupa dos páginas (de la 155 a la 157, y en la que establece, ahí sí, que “nuestra cultura es una herramienta clave para posicionarnos en el exterior y es, también, una estrategia de desarrollo”.
También reconoce: “Nuestro país tiene el potencial para convertirse en líder del impulso al español y sus productos culturales: cine, libros, radio, prensa, televisión y educación superior”.
La “prosperidad creativa” de México, afirma el candidato presidencial priísta, puede lograrse a través del idioma y la cultura.
Ya en su “reflexión final” (páginas 177 a 181), Peña Nieto plantea: “Estoy seguro de que la herencia histórica del país, la fortaleza del Estado mexicano y el espíritu de la sociedad habrán de impulsar a nuestra nación hacia delante. Por ello, debemos estar a la altura de lo que nuestro país representa y asumir el compromiso de trabajar en consecuencia. Seamos una nueva generación de mexicanos que sabe y quiere demostrar que sí se puede”.
Presidentes pro cultura
Apenas ayer, Gerardo Estrada, quien ha sido director del Instituto Nacional de Bellas Artes, de Radio Educación, del Instituto Mexicano de la Radio, de Asuntos Culturales en la Secretaría de Relaciones Exteriores, así como coordinador de Difusión Cultural de la Universidad Nacional Autónoma de México, se refirió a la importancia de la cultura y la educación en México y, en el contexto que nos ocupa en este texto, dejó varios temas para reflexionar.
En México, dijo, la cultura alcanzó una significación de carácter político que no tiene en otros países, pues a lo largo de su historia, los presidentes que la población ha apreciado menos son los que han hecho más por la cultura.
Estrada, director de FMX, Festival de México, ofreció la conferencia “La política de educación y cultura en el nuevo escenario global”, realizada en la Universidad Iberoamericana.
Ahí mencionó que durante el porfiriato la modernización del país estuvo ligada a los intelectuales. En el mandato de Porfirio Díaz se construyó, por ejemplo, una red de 26 teatros y se reabrió la Universidad Nacional.
Décadas más tarde, Miguel Alemán utilizó la cultura como un instrumento de política exterior, bajo la influencia de Jaime Torres Bodet –citado en el libro de Peña Nieto–, mientras que Adolfo López Mateos construyó la infraestructura cultural de la Ciudad de México, al ordenar la creación del Museo Nacional de Antropología, la Dirección General de Asuntos Culturales de la Secretaría de Relaciones Exteriores y la Subsecretaría de Cultura.
Con Carlos Salinas de Gortari, dijo, “se dio la gran renovación de la cultura mexicana” con la creación del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (Fonca), que significó que ya no serían los funcionarios quienes decidirían a quién apoyar, pues el presupuesto sería distribuido por artistas. A su juicio, esto significó un avance, “una modernización que permitió una serie de cambios que ahora se viven en el terreno cultural mexicano”.
Incluso en el sexenio de Vicente Fox, el canciller Jorge Castañeda “brindó una propuesta muy completa que fortaleció la figura de los agregados culturales, la cual fue despreciada por su sucesor”; por supuesto, se refería a Felipe Calderón Hinojosa.
Si como argumenta Estrada, los presidentes impopulares son los que más hacen por la cultura en México estamos en aprietos. Como se planteó al inicio de este texto, todas las casas encuestadoras del país afirman que Enrique Peña Nieto es el aspirante más popular a la Presidencia en 2012, entre la mano de cinco ases que, por ahora, se mantienen en la mesa de la política mexicana. En ese contexto, la afirmación del maestro Estrada diluye aún más la “gran esperanza” de que la educación, la ciencia y la cultura sean los pilares del desarrollo del país.