Ciudad de México, 16 de diciembre (SinEmbargo).- El jefe de prensa de los San Antonio Spurs lo ve desde lejos mientras voltea a ver el reloj insistentemente. Su cabeza sobre sale por encima de la bola de reporteros atentos a sus palabras con tono argentino. Contesta a cada pregunta con la calma de político en campaña, condescendiente y alegre. Pero Emanuel Ginóbili no busca votos, es su forma de ser tan cautivante. Desde 2002, una ciudad texana se enteró que su equipo de basquetbol tendría en sus filas a un sudamericano. Nadie imaginaba todo lo que iba a pasar.
En Bahía Blanca, ciudad al sur de la provincia de Buenos Aires, hay un puerto comercial vital para el comercio de la Argentina. Ese constante paso mercantil la han convertido en un centro multifacético con grandes destellos económicos, deportivos y culturales. Según el último censo, cuenta con una población de 301.531 habitantes. En un país pasional donde las opiniones son tan diversas, los bahienses coinciden de manera categórica cuando se habla de Manu. Un hijo ilustre de la ciudad cruzó el continente tras una escala europea, y se convirtió en leyenda.
“El señor de los talentos”. Julián Mozo, periodista argentino, tituló así una obra ilustrativa de la carrera de Ginóbili. En el prólogo, parte trascendental del libro, otro compatriota ilustre se rinde ante el basquetbolista de los Spurs. Lionel Messi es en la actualidad una de las celebridades más reconocidas en el mundo. En la NBA, varios jugadores llevan el 10 en sus espaldas como un homenaje a la Pulga del Barcelona. Agradecido con los elogios de varias super estrellas del mejor basquetbol del mundo, deja claro que “ninguno me llegó tanto como el de Manu, cuando salió a respaldarme luego de la Copa América 2011 en la Argentina”, escribe Lio en el prólogo.
En el verano de 2011, Argentina organizó el torneo de selecciones continental. Las altas expectativas superaron a un equipo pobre en resultados, a pesar del apoyo popular. Las miradas acusadoras se fijaron en el 10 albiceleste con un fanatismo descontrolado. “Déjenlo a Messi tranquilo de una vez, que cante o no cante el himno. ¡Que haga lo que se le cante! Admiro lo que hace: viene a todos los partidos, se rompe el culo a más no poder. Y dice que va a seguir viniendo. Yo no sé qué habría hecho en el lugar de Messi», declaró Manu ante la prensa cuando fue cuestionado por el vergonzoso episodio nacional.
El gesto es hoy agradecido en forma de letras en un libro que cimenta los futuros homenajes que Ginóbili tendrá en poco tiempo. Mortal, aunque no lo parezca en la duela, ve cerca su retiro. A sus 36 años ha superado sus propias expectativas, con tres campeonatos de la NBA. Su lugar en el Salón de la Fama está asegurado. Su legado se vive en su ciudad donde a la par de Messi, las camisetas de los Spurs se ven por doquier. “Es el Messi del básquet”, gritan por la calle, orgullosos de él. Sin embargo, Lio cree que hay un error en la cita.
«Me causa gran orgullo escuchar a algún periodista decir que Manu es el Messi del básquet. En realidad deberían decir que yo soy el Manu del fútbol”, redacta el futbolista. A la par de su gran tiro de media distancia, su sencillez le ha permitido ganarse el reconocimiento de toda la liga, tan preocupada en llevar ese valor humano desde las duelas hasta las calles. Ginóbili estuvo en México para enfrentar a los Minnesota Timberwolves. Un día antes, piso la duela descalzo para no parar de sonreír mientras jugaba un pequeño partido frente a los niños Triqui que tanto han maravillado al país. El partido estelar no se jugó por un desperfecto en uno de los transformadores de la Arena, pero el argentino dejó su marca ante los ojos de la prensa y los entrenadores oaxaqueños impactados por su sencillez.
“En la cancha todos sabemos que es un crack, que hace la diferencia porque además de tener talento siempre está pensando en qué necesita el equipo para ganar. Lo noto con una gran mentalidad y, por cómo actúa y lo que dice, también como un líder positivo, que privilegia lo colectivo por sobre su rendimiento”, describe Messi. Tan atento, se salta siempre los 10 minutos que le dan para atender a los medios. El canoso jefe de prense se acerca hacia él, jalándolo poco a poco para que salga de esa bola mediática en la que está encerrado. Manu sonríe mientras se va, aún contestando. Después abraza al encargado y se aleja.