Ciudad de México, 7 de diciembre (SinEmbargo).– Derrick Rose nació en Chicago un 4 de octubre de 1988. Con una técnica poco vista en la liga, se ganó un lugar estelar entre los mejores. Al lado de Lebron James, Kobe Bryant y Carmelo Anthony, un jugador seguro de sí mismo tuvo la presión de hacer despertar a una franquicia dormida por poco más de una década, tras una época legendaria construida por una leyenda única como Michael Jordan. El United Center fue durante gran parte de los 90, el recinto donde se ofrecía el mejor espectáculo del mundo. La quinteta de los Bulls fueron los Beatles del basquetbol en una era en la que el planeta se preparaba para el nuevo milenio.
Rose tenía 10 años cuando Jordan lanzó aquel último tiro en Utah con la marca pegajosa de Bryon Russell con el que Chicago ganó su sexto título, completando el segundo triplete de la década. La magia se iría un año después con el desmantelamiento del equipo. Pero el espíritu ganador que se expandió por aquella Arena ya estaba impregnado en aquel niño que soñaba con ser ese líder del símbolo de su ciudad. Por eso no entendía sobre limitaciones o un no como respuesta. El adolescente Derrick supo que era distinto y que su camino estaba trazado para la gran escena donde llegan unos cuantos.
Estudio la preparatoria en la Simeon High School, un lugar emblemático para una ciudad entregada totalmente al basquetbol. En ese lugar estudió Benjamin Wilson Jr. con toda su habilidad para jugar. Considerado el mejor jugador juvenil del país, fue asesinado cerca de la escuela. Tenía 17 años cuando un país lloró su muerte. Un camino glorioso se interrumpía para el lamento de una ciudad que se entiende a partir del baloncesto. El jersey 25 de la escuela, encumbrado por Ben, volvió a relucir 20 años después cuando Rose lo usó como un homenaje más a la figura precoz asesinada. Derrick comprendió lo que vale un símbolo.
Ayer por la tarde, en el tono calmado de siempre, se pronunció ante una prensa ávida de escuchar sus reacciones ante una nueva lesión que lo deja fuera por una temporada más. Los dos últimos años han sido una pesadilla para quien era considerado como el mejor base de la liga. El jersey 1 de los Bulls estará guardado por lo que resta de la temporada recién comenzada. Como una maldición, Rose se fue de Portland en muletas después de romperse la rodilla derecha un años después de ver como su rótula izquierda iba sanando de a poco.
«Quiero que sepan que mi futuro es brillante, estoy bien. Mi fe y mi espíritu están bien y volveré», declaró un jugador que no cesa en su deseo sano por convertirse en uno de los mejores jugadores de la liga. Conseguido el MVP en 2011, es su mente la que se mantiene firme. Rose salió ante todos los rumores y análisis que han descrito su carrera como acabada. Es su equipo el que tendrá que revivir tras el duro golpe de quedarse sin su alma dentro de la cancha. Pero el base no se apura por los comentarios fuera de la duela, ni mucho menos por la recuperación. «El año pasado, recuperarme era nuevo para mí. Esta vez será más sencillo porque conozco el proceso», afirma.
Rose fue elegido por Chicago como el número uno del draft de hace cinco años, buscando algo más que su talento. Su carácter de jugador local, pero sobre todo su mentalidad, fue lo que la organización de los Bulls tomó en cuanta para dar el salto de calidad que tanto deseaban, recordando la era de Jordan. Derrick utilizó el número de Benjamín Wilson, sin miedo a las comparaciones. La tarde de ayer, a sus 25 años, el base de Chicago le avisó al mundo que su carrera «no está acabada». Con firmeza, y un camino largo de rehabilitación por delante, Rose dio una lección de entereza: «Sé que soy un jugador especial. Tengo a mi hijo a mi lado, será de gran ayuda para la rehabilitación. Insisto, no estoy acabado».