Ciudad de México, 2 de diciembre (SinEmbargo).- Las últimas hojas secas del otoño que caen sobre el asfalto son pisadas por constantes pies descalzos. En el majestuoso Bosque de Chapultepec, tres kilómetros sirven de homenaje para una comunidad instauradora de esperanza con el vil pretexto de jugar basquetbol. La mañana dominical atrae a un sinfín de personas hasta esos árboles frondosos en medio de un sitio acaparado por la contaminación. Unos corren vestidos apropiadamente con sus caras sudorosas, otros van en familia con una bolsa llena de sándwiches con todo y la hija adolescente intentando esconder su desvelo detrás de unos lentes oscuros. Todos detienen su paso para ver la carrera.
Con el Castillo donde vivió Carlota de fondo, diez niños descalzos y uniformados corren con los ojos bien abiertos pisando el suelo húmedo mezclados con 216 personas adoloridas con sus pies destrozados desde el talón hasta la punta de los dedos. «Orgullo Triqui», dice en sus playeras blancas arriba del número asignado. Apenas 19 minutos pasan cuando el ritmo atlético termina. Los competidores son recibidos por los aplausos de gente anónima que se ha acercado hasta la línea de meta. En ese punto, contrario a la mayoría de las competencias donde se acaban las emociones de alto ritmo cardíaco, aquí hoy todo empieza.
Un animador toma el micrófono para el previo de una ceremonia de premiación. Un niño es atendido en el suelo, en medio de las cámaras de reporteros que captan la curación de esa herida sangrante en el dedo gordo del pie derecho. Unos lo consuelan, otros le dan agua. Él simplemente observa boquiabierto. Entre tanto, los demás conceden entrevistas con una soltura notable. Los niños Triqui viven al noroeste de Oaxaca. Desde ese punto salieron jugando basquetbol para viajar hasta Argentina, República Dominicana y Estados Unidos siempre descalzos, incomodados por los tenis. Con sus rasgos indígenas bien marcados como una bandera ideológica, se han ganado el respeto de un país que tantas veces ha rechazado esa característica histórica.
La 1era. Caminata por la Hermandad Triqui se llevó acabo en un tramo del Bosque de Chapultepec, organizado por la Delegación Miguel Hidalgo. Víctor Hugo Romo, titular de la dependencia, es un maratonista acostumbrado a largas trayectorias y a cómodos tenis. Esta mañana corrió junto a los demás participantes tras pagar cien pesos de cooperación. Fue uno de tantos a los que fueron rebasando sin tanto problema los niños Triquis. «Nos han dado una gran lección de vida y ojalá se les sigan abriendo puertas. Tienen mucho corazón, espero que el basquetbol nacional copie un poco de esto porque lo tienen abandonado», declaró el delegado después de sobarse los talones.
Abimael García tiene el pelo negro y la piel tostada. Sus ojos grandes confirman lo que después, con micrófono en mano, dejaría claro. El primer lugar de la carrera es la imagen de este pueblo amante del basquetbol. Tras recibir su reconocimiento y un reloj, se dirige hacia la gente: «Con lo recaudado vamos a poder hacer literas para el albergue donde vivimos, que haya luz y tortilla. Les aseguro que ese dinero no se malgastará. Gracias por asistir a esta carrera. Nos sentimos muy contentos con todo el apoyo. Están ayudándonos a que podamos continuar yendo a torneos y alimentándonos psicológicamente porque sentimos que nos respaldan». El público se emociona y aplaude.
Tras todo el protocolo, Romo pide el micrófono y anuncia que a cada niño se les entregará una bicicleta. Unos niños que de a poco se acostumbraron a la fama, yendo y viniendo de norte a sur por el continente, sonríen emocionados al enterarse de la noticia. Diez bicicletas naranjas son entregadas una por una con la alegría infantil desbordada en el pequeño escenario armado. Cuando bajan, firman balones, carteles y camisetas mientras la gente les sonríe. Ellos no sueltan la bicicleta, mirando un pequeño camino en bajada justo al lado, pero un patrocinador pide una última fotografía. Terminado el protocolo, suben a sus nuevas adquisiciones y juegan, como siempre lo han hecho.
«Los entrenadores trabajan mucho esa parte psicológica. Es un programa integral. No pierden el piso, ellos están haciendo lo que les gusta, y cuando alguien hace lo que le gusta, es feliz», dice sonriente Laura Hernández, de la fundación DAR, sobre la posible sobre exagerada exposición mediática de los infantes. Desde hace siete años, una labor humanística dirigida hacia los pueblos indígenas ha fortalecido una institución que se muestra orgullosa de estos niños. Cuestionada sobre el recorte multimillonario que sufrirá el deporte desde el próximo año, lamenta ser parte de «un país de muy pocos lectores y deportistas. Es triste que se recorté el crecimiento intelectual y físico, cuando hay de otros rubros de donde recortar».
Usa pants y chamarra deportiva. Con los niños habla en lengua Triqui. El «Profe Memo» está al pendiente de todo lo que sucede pero sin inmiscuirse demasiado. Entiende que sus dirigidos son la historia. «Tenemos 50 seleccionados, pero está vez vinieron los diez mejores». Ser mejor en la región Triqui significa tener un promedio mínimo de 8.5, hablar su lengua y tener aptitudes para el basquetbol, deporte preferido por los niños con una sola cancha para practicar. «La gente de la ciudad tiene que voltear a las comunidades indígenas, que noten el esfuerzo para que les puedan dar una beca para seguir estudiando, que realicen proyectos para evitar que sus papás o ellos mismos terminen emigrando a los Estados Unidos, porque es lo que ellos ven», dice el coach con la mirada clavada en ellos, los que juegan con sus bicicletas.
Mercedes va con el cartel del evento por entre la gente. «¡Me faltas tú!», le grita a un niño mientras le entrega la pluma para que firme. Él estampa su nombre y le regresa el bolígrafo. «¡No, ponle que es para Memo!», le pide sonriente. Guillermo es su nieto que no pudo acompañarla «porque no me lo prestaron sus papás», se lamenta. Ella es una de tantas personas que corrieron junto a ellos para seguir sus huellas descalzas. Otras tantas fueron pasando y quedándose para rendirse a los niños Triqui que aceptan cualquier muestra de cariño. «En la región, la mayoría de las familias tienen siete u ocho hijos, los padres se vuelven fríos. La alegría en sus rostros es el mayor regalo», declara Memo. Al fondo, un camión azul los espera para salir rumbo a Oaxaca mientras todos se preguntan cómo meterán las bicicletas.