Ciudad de México, 7 de noviembre (SinEmbargo).– Se sentó en la silla de la sala de prensa del Estadio Azteca con una sonrisa que no había mostrado tras unos meses al frente de la selección mexicana de futbol. Sven-Göran Eriksson le acababa de ganar a Costa Rica, y además de ganar tres puntos, había conseguido aire extra en donde no había. A la primera pregunta acerca de cómo se sentía, respondió con un español mezclado con el italiano, contestó tranquilamente «Como dicen los mexicanos, de poca madre». Ante las risas de los periodistas, sería despedido un mes más tarde tras perder en honduras en una de esas noches bochornosas para el futbol nacional.
El sueco se fue del país por la puerta de atrás, después de solo un año de dirigir al cuadro nacional. En medio de la peor crisis del balompié azteca en su historia, el actual entrenador del Guangzhou R&F de China, ha publicado su autobiografía donde pone en la palestra algo que con el presente complicado que hoy vive la federación se ha venido desnudando. El manejo federativo, parte del organigrama complejo del deporte más popular de México, se ha ido desmoronando en capítulos bizarros debido a un negocio calculado en 1000 millones de dólares que hoy corre peligro de tambalearse. Eriksson, tras cuatro años de haberse ido, recuerda su paso por el Tri criticando la parte de pantalón largo.
«Ahí, era importante hacer alianzas con la gente colocada en los puestos más importantes del negocio del fútbol, ya que eso ayudaría a que la Selección ganara partidos», cuenta el europeo en su libro “Sven: Mi historia”. De mirada grande y un gran prestigio en el ámbito internacional, vino a México tras un acercamiento con Decio de María y Justino Compeán, tras el visto bueno de Jorge Vergara, dueño del Guadalajara pero sobre todo, un empresario de peso en el mundo de la pelota nacional. Con muy poco conocimiento sobre la idiosincrasia del mexicano, aceptó el cargo con un sueldo de 1.8 millones euros, y con la obligación de llegar a un quinto partido en Sudáfrica 2010.
«Pero tuve enemigos en el futbol mexicano desde el primer día hasta el último», afirma Eriksson en un libro que ya comienza a levantar críticas sobre lo que ha quedado claro en este hexagonal. El sueco tuvo un rendimiento irregular tras haber jugado 13 partidos, ganar seis, empatar uno y perder seis. En cuestión deportiva su despedido fue lógico. La apuesta propuesta por Vergara, hombre que buscaba un cambio de mentalidad como lo hubo con Menotti a principios de los 90, terminó por darle la razón a todos aquellos que criticaron la contratación de un timonel extranjero.
Sven llegó a México para vivir en las torres Residencial del Bosque, conocidas coloquialmente como “Torres Coca-Cola” por la forma de la edificación. Mientras el escandinavo se paseaba por restaurantes de lujo y cada fin de semana visitaba un partido distinto de la liga mexicana, la prensa comenzó a seguirlo exageradamente como todo seguimiento periodístico que se le da al futbol en este país. Eriksson ahora critica la forma en que tenía que darle cuentas al conjunto de dueños que constantemente le cuestionaban sobre cualquier aspecto, incluido los de cancha, algo “impensable en Inglaterra”, citó.
El capítulo más polémico llegó con Cuauhtémoc Blanco, ídolo de masas, quien llegó a las seis de la mañana a la concentración cuando la hora había sido pactada a las 11 de la noche anterior. El sueco quiso sacar al emblema americanista y los directivos se lo impidieron. «Los mexicanos son gente muy cortés, y esto es algo que contrasta con la imagen negativa que generalmente se difunde acerca de México en todo el mundo», contrasta. El manejo del futbol mexicano tan dolido en esta actualidad urgente con miras a Nueva Zelanda sigue generando enemigos, ahora desde un viejo conocido con un palmarés importante en Europa. Tras la marcha de Sven, llegó Javier Aguirre para cobrar 4 millones de dólares por año, quedando eliminado en los octavos de final de Sudáfrica ante Argentina, otra vez.