STEVE JOBS Y BILL GATES: EL AMOR-ODIO QUE CAMBIÓ AL MUNDO

20/11/2011 - 12:00 am

“Me orino en su NeXT”, llegó a decir Bill Gates de una de las creaciones de Steve Jobs. Y el creador de Apple le respondió no menos escatológico a Gates cuando éste le mostró la primera versión del Windows, “esto es un montón de mierda”.

Se admiraban y se despreciaban. Así fue desde el momento en que se conocieron y siguió siéndolo hasta la muerte de Jobs. Pero las dos empresas, Microsoft y Apple, sin las cuales el mundo digital sería hoy diferente, debieron su expansión a la colaboración e influencia mutua. El Apple que conocemos no se entiende sin Microsoft y viceversa.

Steve Jobs y Stephen Wozniak inventaron las Mac pero estas no habrían despegado nunca si una empresa de software apenas en ciernes, Microsoft, no hubiera desarrollado los primeros paquetes para que la gente pudiera emplearlas. Excel y Word, en sus orígenes programas desarrollados para la Mac, nacieron de esta interacción. Y al revés, el sistema operativo Windows que catapultaría a Microsoft se inspiró en las interfaces gráficas basadas en ventanas que habían caracterizado a Apple, y que los ingenieros de Gates conocieron al trabajar para Mac. Antes de eso, Microsoft había hecho el sistema DOS, para IBM, todavía basado en códigos que el usuario debía introducir fatigosamente.

Justamente la mayor fuente de resentimiento de Steve Jobs fue la sensación de que Gates había robado su tecnología para desarrollar Windows, para convertirse así en el hombre más rico del mundo. Gates se defendió de la acusación de robo con una frase que llegó a ser legendaria: “Bueno, Steve, creo que hay más de una forma de verlo. Yo creo que es como si los dos tuviéramos un vecino rico llamado Xerox y yo me hubiese colado en su casa para robarle el televisor y hubiera descubierto que tu ya se lo habías volado antes”. En otras palabras “ladrón que roba a ladrón…” Y es que en efecto, antes que Apple, Xerox había desarrollado una presentación gráfica en ventanas rudimentarias que nunca llegó a explotar comercialmente.

El romance entre ellos surgió por la atracción mutua que generaban sus complementariedades. Apple era una empresa dedicada a hacer computadoras de calidad, y Microsoft era una empresa dedicada hacer los programas para que la gente pudiera hacer correr esas computadoras. Pero el idilio pronto derivó en celos, desdén e insultos. A lo largo de las siguientes tres décadas pasaron por todas las facetas del amor y del desamor, varias veces.

 

Barsa y Real Madrid

La animadversión mezclada de fascinación que se profesaron, partía de la radical diferencia de personalidad y orígenes. La monumental biografía de Walter Isaacson, recién publicada, lo describe con precisión.

Bill Gates procedía de un hogar de clase alta de la ciudad de Seattle, donde su padre era un próspero abogado. Asistió a las mejores escuelas de la zona y terminó estudiando ingeniería en Harvard. Los gruesos lentes y la cara adolescente del joven Bill reflejaban cabalmente lo que era: un nerd obsesionado con la tecnología, brillante y meticuloso. Un programador nato que decidió fundar una empresa para generar software, cuando se dio cuenta que podía hacer rutinas exitosas con el lenguaje que entendían las computadoras personales que apenas estaban surgiendo.

Steve Jobs no podía ser más diferente. Hijo nacido fuera del matrimonio entre un sirio y una joven de Wisconsin, por cuya razón el padre obligó a entregar en adopción al nieto recién nacido. Paul y Clara Jobs, una pareja de clase media baja y actitudes modestas recibieron al bebé y poco tiempo después se mudaron al sur de San Francisco.

El señor Jobs era una mecánico de autos y obrero e inculcó en su hijo su pasión por la entraña de las máquinas. A diferencia de Bill, Steve nunca aprendió programación, cosa que siempre le reprochó su colega, y tampoco era ingeniero. De hecho fue el cofundador de Apple, Wozniak, una especie de Ciro Peraloca adolescente a quien Steve conoció en la escuela, quien desarrolló la tecnología de la primera caja azul. Siempre bajo la presión de Jobs, quien parecía tener una idea muy precisa de lo que quería, la caja azul permitía hacer llamadas de larga distancia gratuitas burlando los códigos de las telefónicas.

Pero si Steve tenía muy claro que quería en materia tecnológica pasó mucho tiempo extraviado en lo que quería hacer con su vida. Se matriculó en un instituto caro, lo cual obligó a sus padres a endeudarse, para estudiar arte y diseño en la ciudad de Portland. Pero en realidad dedicó la mayor parte del tiempo a introducirse al budismo zen, a mortificarse con largos y caprichosos ayunos y a colocarse drogas alucinógenas. En algún momento interrumpió sus estudios y se fue casi un año a vagabundear a la India en busca de un gurú que nunca encontró.

La resultante de estas dos biografías sincopadas fue una filosofía de vida y empresarial totalmente distintas. Gates tenía una mente matemática, práctica y disciplinada. Jobs era más intuitivo y romántico, y tenía mejor instinto para hacer que la tecnología resultara útil y el diseño agradable, dice su biógrafo. Jobs era un perfeccionista, tirano con su equipo de trabajo, pero un motivador de clase mundial. Carismático y ocurrente, pero de un carácter volátil capaz de explotar en los mayores denuestos o en ataques de llanto de autocompasión.

Los dos podían ser fríos, crueles y groseros, aunque Gates de manera más impersonal a partir de un racionamiento implacable. Jobs, en cambio, tenía una habilidad natural para encontrar los flancos vulnerables de su interlocutor y solía lanzar pullas devastadoras sin ningún miramiento.

“Cada uno de ellos creía ser más listo que el otro, pero Steve trataba por lo general a Bill como a alguien un poco inferior, especialmente en temas relacionados con el gusto y el estilo, y Bill despreciaba a Steve porque este no sabía programar ”, señala un estrecho colaborador de Jobs.  “Desde el comienzo de su relación, Gates quedó fascinado por Jobs, del cual envidiaba un tanto el efecto cautivador que ejercía sobre los demás. No obstante, también le parecía que era “raro como un perro verde” y que tenía “extraños fallos como ser humano”, añade Isaacson.

Las organizaciones que crearon por consiguiente constituyeron dos escuelas empresariales de filosofía radicalmente diferentes. El Barcelona y el Real Madrid a todo su esplendor. La mentalidad controladora de Jobs hizo de Apple una empresa cerrada e integral que buscaba la exclusividad en el software y el hardware. Steve buscaba crear objetos de arte, y consideraba que cualquier intervención externa lastimaba el producto. De allí su obsesión por programas cerrados y aparatos que no se pudieran abrir (¿ha intentado hacerlo con un iPhone?)

Gates, por el contrario, es un ingeniero y empresario práctico, que hace productos comerciales capaces de maximizar el mercado y las utilidades. Bill hacia productos en función de las necesidades del mercado. Steve hacia productos para necesidades que el mercado aún no sabía que tendría.

 

Baile de escorpiones

Comenzaron a interactuar en 1982 cuando Jobs se dio cuenta que la fortaleza de sus ingenieros, encabezados por Wozniak, era el hardware, pero no el diseño de los programas que él tenía en mente. Recurrió a Gates para resolverlo. En ese momento Jobs ya era una leyenda y Apple tenía ventas por 1,500 millones de dólares, Microsoft apenas llegaba a los 100 millones. Gates había cobrado fama al desarrollar BASIC para las computadoras Altair y había sido contratado por IBM para hacer el sistema DOS para las computadores personales que el gigante quería lanzar.

Jobs convocó a Gates a Cupertino e iniciaron una relación tormentosa pero muy fructífera. Microsoft le dio a Apple el combustible para desafiar a todos los fabricantes de equipo.  Fue entonces que las filosofías entraron en colisión. Jobs quería que todo los desarrollos fueran exclusivos para Apple, pero Microsoft entendía que su verdadero negocio estaba en universalizar sus programas y vendérselos a todos. “La simbiosis entre Apple y Microsoft se había convertido en un baile de escorpiones en el que ambos oponentes se movían cautelosamente en círculos, conscientes de que la picadura de cualquiera de ellos podría causarles problemas a ambos”. La relación terminó entre mutuos insultos.

Años más tarde, cuando Job salió de Apple y quiso lanzar su propia compañía de computadoras llamadas NeXT, también un sistema cerrado, llamó a Gates para que le desarrollara aplicaciones propias y adecuaciones de Windows. Bill le dijo que los equipos eran una porquería y no gastaría su tiempo. NeXT se derrumbó por varias razones, pero una de ellas fue el rechazo público que Microsoft hizo de la nueva computadora. “Su producto viene con una interesante característica llamada incompatibilidad”, dijo Gates al Washington Post, y en buena medida lo sentenció. Y años más tarde, cuando Apple compró NeXT para reintegrar a Jobs, Gates le dijo al CEO de entonces algo terrible: “¿No entienden que Steve no sabe nada de tecnología? Sólo es un súper vendedor. No entiendo como pueden tomar una decisión tan estúpida. No sabe nada sobre ingeniería y 99% de lo que dice y piensa está equivocado. ¿Para que compran esa basura?”.

Apple, el regreso de la tumba

Pero en 1997, cuando Jobs regresó a la dirección de Apple, luego de su exilio de 11 años en NeXT y Pixar, una de sus primeras llamadas fue a Gates. “Te necesito para darle la vuelta a esto”, le dijo . Bill aceptó. Para entonces los papeles se habían invertido. La empresa estaba tan de capa caída, que incluso la revista Wire le sugirió a Jobs que le diera a Apple un tiro de gracia misericordiosa. Las Macs habían perdido la batalla de mercado contra la omnipresentes PC. Microsoft era ya un gigante cotizado en billones gracias justamente a la explosión de las PC, todas ellas con el Windows perfeccionado que se había originado en las primeras Macintosh.

Y no obstante, en esta segunda etapa de Jobs al frente de Apple, Microsoft hizo adecuaciones de su paquetería para las Macs y estas adoptaron el Explorer de su rival para navegar en internet. Pero más importante aún, Gates adquirió 150 millones de dólares en acciones de Apple para dar al mundo la señal de que la empresa tenía futuro.

Jobs estaba tan consciente de la importancia de este espaldarazo que casi se le pasa la mano en el agradecimiento. En la siguiente asamblea de Macworld presentó una imagen vía satélite de Bill Gates en una pantalla gigante, comprometiendo su apoyo. “Es el peor error que he cometido en una presentación pública”, dijo posteriormente Jobs. “Me hizo ver pequeño a mi y a Apple, como si todo estuviese en manos de Bill”. Pero lo cierto es que al final de esa presentación el valor de las acciones de Apple había aumentado 830 millones de dólares. “La empresa había regresado de la tumba”.

Sin embargo, los dos titanes seguirían disputándose el liderazgo en los foros mundiales y en las portadas de revistas. Gates cuestionaba la dirección errática y caprichosa de Jobs y su filosofía perfeccionista y a veces impráctica. En 1998 criticó el diseño de colores de las nuevas iMac y su precio excesivo para el gran público. Después de todo, su negocio principal seguía siendo el universo de las PC.

Jobs se enfurecía, pero nunca más rompió relaciones. Necesitaba la compatibilidad con Windows y Office para no terminar totalmente aislado. Pero nunca desperdiciaron ocasión para expresar su mutuo desdén.

En los siguientes años, el genio de Jobs explotó a partir del éxito de la iMac. Bill Gates tuvo que ir reconociendo a regañadientes los sucesivos éxitos de las “i”. Cuando un colaborador de Apple puso en manos del creador de Microsoft un iPod experimental, a punto de salir del mercado, Gates entró en trance. Lo examinó, giró los mandos y pulsó toda combinación de botones posible para terminar reconociendo que era un gran producto. “¿Sólo existe para Macintosh?” preguntó.

 

“Estamos fritos”

Semanas más tarde cuando se enteró plenamente de la manera en que funcionaría iTunes, Gates no podía creer que las compañías disqueras hubieran aceptado entregar su acervo a Jobs, y que estuvieran dispuestas a vender canciones de manera individual. “Estamos fritos”, dijo un ejecutivo de Microsoft. Y aunque Gates exigió una respuesta rápida para crear su propia tienda en línea, nunca prosperaron su planes en esa dirección. Más aun, tuvo que asumir que iTunes  corriera en Windows para no perder mercado.

Tres años más tarde, en 2006, Microsoft creó su propia “iPod”, denominada Zune. El fracaso le permitió a Jobs un buen desquite. “Zune era una porquería porque a la gente de Microsoft en realidad no le entusiasmaba la música o el arte tanto como a nosotros. Vencimos porque todos nosotros amábamos la música. Hicimos el iPod para nosotros mismos, y cuando haces algo para ti mismo, tus amigos o tu familia, no vas a conformarte con cualquier cosa”. Y en eso Jobs tenía razón. Era un verdadero melómano, fanático de Bob Dylan, amigo cercano de Bono y otros, y coleccionista de objetos vinculados a algunos músicos. Había sido pareja de la cantante Joan Báez durante varios años.

 

El infierno y un vaso helado

En 2007, en el marco de la conferencia “All Things Digital”, el columnista de The Wall Street Journal Walt Mossberg les invitó a hacer un programa juntos. El encuentro despertó interés mundial. Para aumentar el expectativa, durante un evento en la mañana Steve Jobs había dicho que el éxito de iTunes en Windows era explicable porque era como ofrecerle un vaso de agua helada a alguien que está en el infierno. Esa tarde Bill Gates acudió al compromiso con una cara de funeral. Mientras esperaban, luego de unos minutos de embarazoso silencio le dijo a Jobs: “Entonces supongo que yo soy el representante del infierno”. Steve se quedó quieto, esbozo una sonrisa y le entregó una botella de agua fría. Gates se relajó y la tensión se disipó.

El encuentro fue un éxito. Los dos estuvieron cordiales, como si supiesen que era el último de los rounds que les tocaría en vida (no lo fue). Con cierto cariño Gates dijo que le gustaría tener el buen gusto de Steve y su habilidad para calibrar lo que desean los usuarios”. Por su parte Jobs reconoció que si Apple hubiera tenido un poco más del espíritu de colaboración en su ADN, como Microsoft, habrían sido una mejor empresa.

La creación de iPad tiene también una caprichosa relación con Gates. En realidad Jobs había estado interesado en una tableta antes aún de generar la iPod, pero las dificultades técnicas había postergado definitivamente sus intenciones. Pero la rivalidad con Microsoft reactivó el interés de Jobs. En una reunión social uno de los ejecutivos de Gates presumió una y otra vez el proyecto de tableta en el que estaban trabajando y afirmó que sería un producto triunfal. Tendría un lápiz y un teclado incorporado. La provocación fue demasiada. Al día siguiente Jobs reunió a sus técnicos para decirles que cualquier tableta con lápiz estaba condenada al fracaso y que ellos podían hacer algo mucho mejor. Seis meses más tarde tenía un prototipo aceptable.

Cuando la iPad se presentó finalmente, Gates fue un crítico despiadado. No tenía USB, carecía teclado real, no usaba un lápiz y sus aplicaciones eran cerradas. Consideró que estaba condenada al fracaso. El propio Jobs fue afectado por estas críticas. La víspera de la presentación estaba indeciso y deprimido. Pero el día que salieron a la venta Jobs estaba feliz, había recorrido tiendas de Apple y pudo vaticinar que se convertiría en el producto de mayor éxito en su historia: un millón de unidades vendidas en el primer mes. Y no fueron más por la incapacidad para producirlas con la rapidez suficiente.

Su última querella fue a propósito de Androide, el ambiente abierto para la creación de Apps, opuesto al sistema cerrado de Apple. Gates se convirtió en proselitista de aquella opción, Jobs la convirtió en su pluma de vomitar.

Pero las pullas entre ellos habían perdido veneno. Jobs tenía cáncer y eso establecía una tregua amable. No obstante, la rivalidad seguía latente. Isaacson, al entrevistar a Gates para la biografía de Steve recoge una reflexión irónica del mandamás de Microsoft sobre los éxitos de Jobs. “Aquí estoy yo, salvando simplemente al mundo de la malaria y cosas así, mientras Steve sigue creando nuevos productos alucinantes. A lo mejor tendría que haber seguido en aquél campo”.

En mayo, cinco meses antes de su muerte, Steve Jobs y Bill Gates se vieron por última vez, cuando aquél pasaba ya la mayor parte de su tiempo recluido, aquejado de los dolores provocados por el cáncer. Pasaron tres horas conversando como viejos amigos. Ambos coincidieron en que debieron haber hecho más para hacer de las computadoras una herramienta para la educación. Hablaron de las satisfacciones de la vida familiar y la suerte de estar casados con dos mujeres, Melinda y Laurene, que los habían hecho mejores. Hablaron de sus hijos y lo difícil que sería para ellos tenerlos como padres. Al despedirse Gates felicitó a Jobs por los increíbles productos que había creado y por haber salvado a Apple de su destrucción. Y terminó haciendo un reconocimiento a la filosofía de su rival: “Yo solía creer que el modelo abierto y horizontal acabaría por imponerse, pero tu me has demostrado que el modelo integrado y vertical también es estupendo”. “El tuyo también funciona”, le respondió Jobs amablemente.

Dos amigos hablando a la orilla de la tumba, pero con una rivalidad más grande que ellos. Gates diría más tarde, que en efecto el modelo de Steve funciona si él está a cargo, pero sin él tenía un futuro sombrío”. Y por su parte, Jobs introdujo un matiz posterior en su elogio a Microsoft: “por supuesto que su modelo fragmentado funciona, pero no es capaz de crear productos realmente geniales”.

Una vez publicada la biografía de Jobs, tras su muerte, Gates se enteraría de una frase lapidaria lanzada desde el más allá. “Bill es poco imaginativo y nunca ha inventado nada, por eso creo que se siente más cómodo ahora en la filantropía que en la tecnología. Él simplemente se aprovechaba de las ideas de otras gentes”.

Hace unos días Gates fue interrogado sobre esta dura apreciación de Jobs dictada a su biógrafo poco antes de su muerte. El empresario respondió elegante: “En Apple él enfrentó varias veces la tragedia de que sus productos eran tan caros que literalmente no tenían cabida en el mercado. El hecho de que nosotros fuésemos tan exitosos con productos masivos debió ser muy duro. Y el hecho de que en varias ocasiones se sintiera frustrado le hizo pensar que el era el bueno y nosotros los malos, y eso es muy comprensible. Yo respeto a Steve, pudimos trabajar juntos. Como competidores nos provocamos y polemizamos. Nada de eso me molesta”.

¿En verdad? Algo me dice que tendremos que leer las confesiones póstumas de Bill Gates, dictadas a su propio biógrafo, para que ese ácido pero entrañable diálogo pueda concluir”.

Steve Jobs y Bill Gates, Genios y figuras…

Jorge Zepeda Patterson
Es periodista y escritor.
en Sinembargo al Aire

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