Ciudad de México, 30 de agosto (SinEmbargo).– Mientras su equipo celebraba el pase a la final de la Champions League, él estaba de rodillas sobre el campo llorando desconsolado. De inmediato, sus compañeros se acercaron. Pavel Nedved (República Checa, 1972) sentía todo el dolor que solo puede sentir un competidor nato, incapaz de soportar la idea colectiva de la felicidad a costa de su sacrificio. Al minuto 82 de aquella semifinal, una amonestación lo dejaba sin jugar el partido decisivo entre su Juventus y el Milan. El viejo estadio Delle Alpi se entregó a su ídolo coreando su nombre.
Hubo mucha gente que se nunca supo si Nedved era diestro o zurdo. Un futbolista del este de Europa con la mente abierta arribó a la élite del mundo futbolístico para beneplácito de toda una generación que vio la evolución de un futbolista completo. Rubio de melana larga, fueron sus ojos extendidos los que siguen siendo su mayor distinción, hay quien asegura que esa particularidad en la mirada le daba una visión panorámica que muy pocos jugadores en el planeta tenía. De su imaginación brotaron grandes lienzos dibujados con la pelota mientras no se cansaba de correr.
“Ya no es como los viejos tiempos. Ahora todos van con los audífonos o con los celulares”, declaró alguna vez sobre los nuevos tiempos en el futbol. “El ritual del vestuario se ha roto un poco, ya no hay tanta complicidad como antes”. Un romántico campechano al que no le gustaba dar entrevistas, ni una vida llena de flashes impertinentes de fotógrafos. En su gran etapa en el equipo de Turín, vivió en un pueblo cercano. El crack checo era uno de los 2500 habitantes. Su casa, rodeada por un campo de golf, le permitía esa privacidad campirana que siempre priorizó.
“Es una especie de Forrest Gump del futbol”, lo describió Marcelo Lippi, su entrenador. Incanzable como talentoso, desde aquella vez cuando llevó a la República Checa al subcampeonato de la Eurocopa de 1996 frente a Alemania. En pleno Wembley, el mundo conoció a Pavel Nedved. El Calcio italiano lo adoptó, primero en la Lazio de Roma, luego en la gloriosa Juventus. "Es el que más se cuida. Sale a correr por su casa todos los días antes del entrenamiento. No falla uno", decía asombrado Lippi sobre su estrella.
A Pavel no le sobraron nunca argumentos futbolísticos, pero sin duda fue un asombroso su madurez mental. Fanáticos pegados a la actualidad deportiva observaron la evolución del checo que pronto dejó su estatus de rol secundario para proclamarse como el heredero de Zinedine Zidane en el equipo turinés. Junto con Alex Del piero formó una dupla que daría una muestra de amor propio. Cuando la Juventus fue condenada a la Serie B por el escándalo de partidos amañados se quedaron para salvaguardar la historia gloriosa de un gigante. Un año después, su regreso consagró el noble sacrificio.
Nedved ganó el Balón de Oro de la FIFA en 2003 después de una temporada alucinante. Era el primer futbolista del este de Europa en ganarlo desde el búlgaro Stoichkov en 1994. Su pegada y versatilidad, no pudieron estar en Manchester, sede de la final. La Juve perdió sin su arma predilecta con un Del Piero abandonado. La máxima distinción individual para un jugador profesional le era entregada al Cañon de Praga con sus 31 años cumplidos. Al internacional checo, miembro de una generación prodigiosa, le faltó coronar su carrera con un éxito vestido con la camiseta de su selección.
Tras anotar el tercer gol que sentenciaba la eliminatoria frente al siempre favorito Real Madrid, un cartón amarillo le arruinó la noche a un futbolista que siempre pedía trabajo extra después de entrenar. Un futbolista modelo que hoy, a sus 41 años, forma parte de la dirigencia de la Juventus que vive momentos de gloria con un dominio en el calcio y serios aspirantes para la Copa de Europa. El niño Pavel, que terminó por renunciar al Hockey, deporte nacional de la República Checa debido a los costos altos del equipo, se decantó por la pelota para construir una historia ejemplar.