Ciudad de México, 13 de agosto (SinEmbargo).- En el vaso de vidrio ponía un poco de crema batida, Kahlúa y Brandy. El sabor dulce de la bebida le despertaba los sentidos de una adrenalina que había perdido tras el retiro profesional del beisbol. Alcoholizado, vivía su rutina diaria. La luz de Mickey Mantle (1931-1995) se iba apagando poco a poco. El que para muchos dejó de ser un simple pelotero para convertirse en leyenda, dependía del licor que le llegara para mantenerse despierto.
Criado por fanáticos de la pelota caliente, curtido en las arduas labores de picar piedra dentro de una mina, el pequño Mickey fortaleció su musculatura para beneplácito de la afición ferviente por el beisbol que supera cualquier paso del tiempo. La historia de los Yankees, fue construida por él, un tipo ambidiestro que cambiaba de perfil en el plato con la naturalidad de un fuera de serie imposible para cualquier mortal.
“Había días que estaba en Nueva York sin nada que hacer, iba al mismo bar de siempre y el cantinero mezclaba todo en la licuadora. Después me lo servía, era feliz”, declararía de viva voz tras diez años sumido en el alcoholismo. De la noche embriagante, no recordaba nada al día siguiente. Mantle se autodestruyó después de darle a un país grandes emociones. “El Rey de los deportes”, llevó a la gloria a un ser humano. Siendo eterno, él mismo regreso a la mortalidad.
De infancia distinta, llena de altibajos emocionales, el niño que tenía problemas con una infección en los huesos que le hizo entrar al quirófano para ser operado de ambas rodillas. Su padre y abuelo le dieron las bases del juego. La entrega de un tipo que conectó 18 cuadrangulares en Series Mundiales, alimentó la pasión de toda una institución que superó al deporte mismo. Los Yankees es el emblema de toda una cultura, la misma que Mickey ayudó a forjar.
Con el pelo rubio y la cara con pecas, nació y creció en Oklahoma. Hombre de inseguridades que nunca superó, fue el alma a que todo Nueva York se encomendó tras la era del extraordinario Joe Dimaggio. El fantasma de la violación que sufrió por parte de dos familiares, le acarreó una inestabilidad emocional que tapaba con una vida llena de mujeres y de placeres esporádicos. Mickey pasó 42 años teniendo como prioridad beber antes que cualquier otra cosa. Hombre de carácter, él mismo le puso un alto a su martirio.
En su época, los Yankees ganaron siete Series Mundiales. Desde el campo abierto en la defensiva y en el plato tomando turno, mostró habilidades adelantadas a su tiempo que solo algunas lesiones lograron interrumpir. Hombre de poder, consiguió el récord Guinness con los 196 metros que un cuadrangular suyo recorrió en el Tiger Stadium de Detroit. En 1994, apenado por su mal aspecto, se internó en una clínica para alcohólicos.
Con el daño hecho, Mickey Mantle requirió un implante de hígado por los estragos del alcohol a lo largo del tiempo. “Pasaba bebiendo todo el día, sin importar lo que fuera, me daba igual”, recordó en un testimonio. En plena operación, los doctores descubrieron un cáncer expandido por sus órganos. Con un año y medio sin ingerir bebidas embriagantes, moriría un día como hoy sin encontrar el arrepentimiento completo que buscó. Mickey Mantles es para muchos el mejor jugador de la historia, para otros, su lado oscuro en lo humano lo dejan sin esa distinción. Juzgado por la moralidad de la sociedad, el beisbol solo recuerda su grandeza como uno de los más ilustres seres humanos que han tomado un bat.