Pete Sampras, el gran tenista estadounidense alimentado por la adversidad y el deseo de triunfar

12/08/2013 - 12:30 am
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Ciudad de México, 12 de agosto (SinEmbargo).- Para sorpresa del mundo tenístico, el sueco Stefan Edberg vencía al favorito local Peter Sampras (Maryland,1971) en el US OPEN de 1992. Dos años antes, el estadounidense se había convertido en el jugador más joven en ganar el Grand Slam de Norteamérica con tan solo 19 años. Un prodigio del deporte blanco desde temprana edad arribaba al mundo de la ATP. Aquella primera eliminación dolorosa, marcó el camino de quien se convertiría en una leyenda viva del deporte durante la década de los 90.

Miembro de una familia inmersa en el tenis, Sampras mostró un talento único con la raqueta. Curioso por naturaleza, el pequeño Pete encontró una raqueta en el sótano de su casa cuando tenía tres años. Desde ese día no paró de pelotear con su nuevo utensilio. El niño se volvería un prodigio mientras iba creciendo y sus habilidades hablaban más por él que su propia boca. Con su personalidad de ejecutivo serio fue ganando lugares con un estilo propio que dinamitó una nueva era. El tenis sería de Sampras, entregado solo en hacerse un lugar en la historia.

Por 286 semanas, ocuparía el puesto de número uno del mundo. El chico de Maryland aficionado a los Lakers de la misma medida que quería a los Vaqueros de Dallas, fue estimulando sus sentidos a la par del arribo de las victorias rimbombantes. Wimbledon, torneo mítico con superficie de pasto, orgullo de todos los británicos, fue el escenario donde Sampras forjó gran parte del aura de leyenda que hoy lo rodea. Siete veces se coronó bajo la atenta mirada de la aristocracia inglesa, 14 títulos de Gran Slam en total.

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Hombre de pocos clichés, no pedía dos o tres pelotas para tenerlas guardadas en el bolsillo del short. Una por una iba poniendo en juego sin mucho aspaviento previo como normalmente lo hacen la mayoría de los tenistas. Pete, que hoy cumple 42 años, dedicó 14 a consolidar un deporte en el que cada generación vive alrededor de un emblema. En 2002 se retiró siendo considerado por muchos como el mejor jugador de todos los tiempos, algo que Roger Federer le puede discutir envase a un talento, igual de dominante.

Hijo de padre griego y madre judía, la diversidad con la se crió la llevo a su estilo de juego. Un tenista dominante lleno de variantes hacía la vida imposible al resto del circuito. En la memoria quedan los duelos explosivos que mantuvo con Andre Agassi, otro estadounidense que formó el duelo correspondiente a una parte generacional de seres mortales dominados por el talento de dos colosos. Jugó 984 partidos, perdiendo solo 222, con 64 títulos en su currículum se ganó lo que siempre quiso, por lo que siempre luchó.

Roland Garros fue el único lugar que se le resistió. Ganó todos los Grand Slams. Un tipo que se acostumbró a ganar con base en la adversidad. En 1996, su entrenador Tim Gullikson, murió, víctima de cáncer en el cerebro. El golpe más duro de toda su vida le proporcionó una inspiración necesaria que todo atleta legendario requiere. Un año después de su primera derrota frente a Edberg, se convertiría en número uno del mundo. Un lugar al que honró con su juego aleccionador de futuros tenistas. Hoy, en partidos de exhibición, se le puede ver con el mismo cuerpo delgado, sin aspavientos y sirviendo pelotas una por una.

 

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