Ciudad de México, 5 de agosto (SinEmbargo).- Habían pasado 50 años de aquel mundial en tierras brasileñas cuando España quedó cuarta. Antoni Ramallets (Barcelona,1924), portero de aquella selección ibérica, se enteró de que el equipo de Vicente del Bosque obtendría 600 mil euros por cabeza en dado caso de ganar la Copa del Mundo de Sudáfrica, algo que sucedería gracias al gol de Andrés Iniesta frente a Holanda. El legendario guardameta se encontró con Ángel María del Villar, presidente de la Real Federación Español de Futbol, para recordarle que se le debían, cinco décadas después, 35 mil pesetas por aquella actuación en Brasil 1950. "No sé nada, Don Antonio", le contestó el dirigente.
Se mojaba las manos lo suficiente para que los golpes del balón no le dolieran y el esférico pudiese amortiguarse bien al contacto de sus palmas en tiempos donde los guantes eran una cosa futurista. Ramallets se convirtió en portero del FC Barcelona soportando la presión de una grada que veía a su equipo como una expresión de identidad nacional. El catalanismo puro en su máxima expresión se vive cuando el equipo culé salta a la cancha. El mítico guardameta sacó el carácter volviéndose un referente histórico del club blaugrana. Por eso, para nadie fue una sorpresa que su muerte, el pasado 30 de julio, haya paralizado a la afición deportiva española.
En los albores de la década de los 30, en el actual barrio bohemio de Gracia, en Barcelona, el pequeño Antoni ya se aventaba para atajar balones que pretendían entrar en una improvisad portería. Al pequeño no le gustaba estudiar, tenía la cabeza imaginando jugando partidos, atajando el último disparo al acabar el partido. Soñaba con dedicarse de por vida a esa fuerza interna que le alimentaba los días en que tenía que soportar el horario laboral dentro de una fábrica a la que había ingresado como obrero a los 15 años. La cruda realidad se le cruzaría para postergar todo lo que dormido imaginaba. Ahí comenzaría a demostrar un temple que pocos en la época tenían. El carácter de un hombre que lo único que quería era jugar futbol.
El CD Europa, club barcelonés, lo había fichado por unas 200 pesetas al mes. Fue entonces cuando el llamado al servicio militar lo obligó a enlistarse. Ahí, el futbol se volvió un escaparate para alejarse un poco de las zonas conflictivas que se comenzaban a vivir en territorio español. Fue en Cádiz donde con el equipo de la Marina, conquistó un subcampeonato de España en un torneo interno. Como premio fue enviado a la base de Palma donde logró enfilare con el Mallorca para dedicarse de tiempo completo a su única pasión en la vida. Fueron dos años en la isla donde perfeccionó su técnica, pero sobre todo, comprendió el sacrificio que había que hacer en este deporte.
El camino hacia la portería del Barcelona fue un trayecto muy largo, a pesar de haber nacido a unos cuantos metros del Camp Nou. Jugador de una posición celosa de la vida, el arquero ocupa un lugar distinto. Es el que se viste diferente al resto del equipo. Al guardameta se le exige perfección. En uno de los equipos más emblemáticos, la perfección de su técnica tardó en ser vista por los entrenadores del club blaugrana. Fichado tras su etapa en Mallorca, fue prestado al Valladolid donde ascendió de tercera a segunda división convirtiéndose en su principal figura. A su regreso, después de un año como suplente, la leyenda empezaría.
Antoni Ramallets se convirtió en parte primordial del equipo que construyó la historia de "Las Cinco Copas". Tres ligas y dos copas entre 1951 y 1953 llegaron a las vitrinas del club blaugrana. "El Gato de Maracaná", apodo ganado por sus grandes actuaciones en el mundial de Brasil, jugó 583 partidos defendiendo la portería del Barcelona. Desde su partida, no hubo en el arco un ser humano que le igualara. Solo Andoni Zubizarreta y Víctor Valdés fueron capaces de tomar su legado. Amante eterno del Barça, se retiró tras aquel error monumental en la final de Europa frente al Benfica donde un balón se le escabulló de las manos. Un día antes de su muerte, fue dado de alta. Por la mañana, a los 89 años, en ese barrio donde comenzó a soñar, se apagó la luz con la que el barcelonismo se ilumino durante mucho tiempo.