La locura futbolística del emblemático Marcelo Bielsa cumple 58 años de vida

21/07/2013 - 1:00 am
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Ciudad de México, 21 de julio (SinEmbargo).- Gastón Gaudio, tenista argentino, está en las instalaciones que la Federación Chilena de Futbol tiene para que su representativo nacional entrene. El jugador saluda a Marcelo Bielsa (Rosario, 1955), entrenador de la selección. La conversación transcurre con los ojos bien abiertos de quien usa una raqueta como modo de vida. El “Loco”, apodo que nunca le gustó al técnico de fama mundial, continua hablando con el tono pausado que ha hipnotizado a una sala llena de periodistas. “Hay cinco formas para ser feliz”, le dice con sus lentes caídos un poco a la punta de la nariz. Gaudio sonríe y escucha.

En Rosario, tierra cultural bañada de futbol, salió un individuo que encontró en una simple disciplina deportiva el camino a la trascendencia. Un personaje que a donde ha llegado deja un aura que traspasa las fronteras de un gol, por más espectacular que haya sido. Marcelo creció en una familia que construyó una fama de buenos abogados que ha seguido vigente con el paso de las generaciones. El apellido Bielsa es sinónimo de solemnidad en la provincia argentina gracias al estudio de las leyes. De pronto, en un entorno donde continuamente se legislaba, un chico tomó una pelota para desde ahí observar el mundo.

Dueño de una labia única, el que se escapaba por la ventana de su casa para ir a jugar futbol, es uno de los baluartes más importantes que tiene toda la baraja de entrenadores que hay en el mundo. A los 16 años se fue a vivir a la casa que Newell's old Boys de Rosario tenía para los chicos de divisiones inferiores. Sin necesidad de hacerlo, con una casa enorme en la misma ciudad, le dijo a su madre “tengo algo que hacer”. Fueron cinco meses de ausencia, a su regreso entró como si nada para avisarle a su mamá que ya había terminado lo que tenía que hacer.

Futbolista limitado con gran temperamento que se desempeñaba como defensa central, dejó las canchas a los 26 años para dedicarse a estudiar. Ya como jugador, profundizaba en cada acción de sus compañeros mientras analizaba lo que había que hacer. Devorador de la prensa deportiva, lector voraz y curioso por la pelota, decidió convertirse en entrenador. Consciente de sus limitaciones vestido de shorts y tachones, se graduó en Educación Física en la Universidad de Buenos Aires. A su regreso encaró a Jorge Griffa, leyenda en la formación de grandes futbolistas, para que le diera trabajo como técnico.

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Ayer, las redes sociales circularon un video donde los jugadores del Southampton inglés caminaban sobre brasas calientes. La dinámica de grupo buscaba la unión del plantel dirigido por el argentino Mauricio Pochettino. En 1982, Marcelo Bielsa llegó a la casa del joven Pochettino que se encontraba en un pequeño poblado santafecino llamado Murphy. Era de madrugada cuando entró a su cuarto. “Que piernas de futbolista”, le dice el joven entrenador a un chico que tendría una carrera importante marcada por su descubridor.

La obsesión por el juego era evidente. A Marcelo jamás le importó horario imprudente o inclemencia del tiempo. Su labor lo alimentaba. Un enfermo apasionado que tenía la virtud de la genialidad. Chicos de 15 y 16 años fueron el primer gran desafío del obsesivo Bielsa. Sin conocer límite alguno, armó utensilios que hoy en día son comunes en cada entrenamiento de cualquier equipo profesional. El campo era una partida de ajedrez. No había espacio muerto en el cuadro verde. Estacas y cintas armaban una zona de trabajo revolucionario. El carácter impuesto lleno de palabras altisonantes, comenzaba a rendir frutos. Los equipos de divisiones inferiores que dirigía, lo ganaban todo.

“UNA PERSONA QUE SE DEVORA LA VIDA”

Argentina, tan centralizada en su capital Buenos Aires, no fue un impedimento. En su pequeño automóvil recorrió el país entero. Más de 25 mil km en tres meses con la única misión de encontrar jóvenes futbolistas que siguieran alimentando la cantera de Newell’s. Tras ocho años de una labor tipo hormiga, fue nombrado entrenador del equipo de primera división. Como régimen militar, sus allegados también subieron. Diez futbolistas que había formado, entraron al plantel profesional para hacer historia ganando dos títulos de liga resumidos en una imagen donde se le ve en los hombros de un hombre mientras besa la playera rojinegra para gritar: “Newell's carajo”. El estadio del equipo, lleva su nombre.

Hombre de códigos, fue traicionado por un periodista que publicó una declaración Off The record. Resentido, canceló todas las entrevistas personales, comprometiéndose a responder hasta la última pregunta en las conferencias de prensa que su equipo organizara. Se ha llegado a contabilizar más de una hora y media de duración, sentado respondiendo tranquilo. De su boca han salido frases que viajan rápidamente por la red por la singularidad del mensaje. Un tipo que se encerró tres meses en un convento, se encontró a sí mismo.

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Llegado a Chile, se entrevistó con cineastas para conocer la realidad y la percepción del país andino. Amante del séptimo arte, vio todas las películas recomendadas y salió a la calle. Se hizo amigo de un peluquero y del encargado de hacer el material que la selección chilena ocupaba para entrenar. Se fue a vivir a “Pinto Durán”, complejo deportivo chileno donde la escuadra nacional tiene su sede. En 2007, cuando Bielsa arribó, las condiciones no eran las propicias de un equipo que quería clasificar al mundial. Marcelo se dedicó a dar conferencias en universidades de todo el país para solventar la remodelación.

No solo el futbol, sino la sociedad en Chile cambió gracias al paso arrollador de una selección que jugaba como nadie en el continente. Entregado, recorrió la zona afectada por el terremoto del 2010. Era un emblema nacional. Un premio merecido después del rotundo golpe que significó quedar afuera dirigiendo a la Argentina en el mundial de Corea-Japón 2002 en primera ronda. En suelo andino, con su vestimenta de pants y chamarra deportiva, armó una fiesta tras clasificar a su equipo al mundial de Sudáfrica. Debido a problemas con los nuevos dirigentes, Bielsa se despidió, a nivel nacional, leyendo una carta memorable. Toda su aventura andina quedó registrada en el afamado documental "Ojos Rojos".

En 1992, pasó por el Atlas de Guadalajara, donde se probaron más de 11 mil jóvenes. Marcelo ayudó para que el equipo rojinegro se convirtiera en una escuela de grandes futbolistas que han alimentado a la primera división nacional. La pasión de sus formas ha marcado a las personas que se han cruzado por su vida. Eduardo Berizzo, jugador formado por él desde los 14 años, lo define como “una persona que se devora la vida”. Así llegó a Bilbao, donde el Athletic le ofreció su banquillo, con un poco de recelo por parte de sus exigentes aficionados.

En la región vasca terminó enamorando a propios y extraños. Volvió a recorrer las calles absorbiendo la cultura de una zona con paisajes únicos. Bielsa estuvo dos temporadas donde revolucionó el futbol español con alegría y agresividad de un planteamiento enfocado en la portería rival. Empeñado en las formas antes que el resultado, su mayor reto es la utopía. Aquella tarde chilena, Gastón Gaudio escuchó las cinco formas para ser feliz de Marcelo Bielsa: “Hay que dar, tener fe en algo, amar, el éxito profesional y la quinta… la sigo buscando”. Bendita locura.

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