"Retiran las tropas o retiro a los atletas": 33 años del boicot a los Juegos Olímpicos de Moscú 1980

19/07/2013 - 1:00 am
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Ciudad de México, 19 de julio (SinEmbargo).- En enero de 1980, una frase tajante determinó el rumbo de unos Juegos Olímpicos desafiando a uno de los mayores poderes que existían en el mundo. “Solo una tercera guerra mundial puede impedir que Moscú sea la sede”. La declaración salió de la boca del presidente del Comité Olímpico Internacional (COI) Lord Michael Killanin, irlandés ex militar que defendió a toda costa que el espíritu olímpico viera luz en el Kremlin. La política se interpuso en la fiesta deportiva por excelencia.

La designación fue un recuerdo amistoso entre dos fuerzas contrarias que buscaban establecer su filosofía desde sus alejados frentes. Después del atentado en Munich 72, el comité olímpico procuró estar al pendiente de los aspectos que salían desde la política para entrometerse en los Juegos Olímpicos. El 25 de octubre de 1975 fue elegida Moscú por sobre Los Ángeles gracias a un acuerdo secreto publicado por el Daily Mirror en el que se estipulaba que los presidentes Richard Nixon y Leonid Brezhnev, apoyando a la política de distensión.

La amistosa decisión calmó al mundo cuando la ciudad moscovita superó por 48 a 12 votos a la ciudad angelina. El ambiente tranquilo duró cuatro años, cuando Estados Unidos consideró la presencia militar soviética en Afganistán como un intento de invasión tras la guerra civil en el país del Medio Oriente. Los esfuerzos por calmar el sobresalto norteamericano fueron inútiles. Jimmy Carter, sucesor de Nixon tras el "Watergate" declaró directamente que “ir a los juegos supondría poner un sello de aprobación a la política exterior de la URSS”. El boicot estaba consumado.

Dos meses antes de la inauguración, Killanin visitó en el Kremlin a Brezhnev para después viajar hasta Washington, donde Carter lo recibió en la Casa Blanca. El último intento de limar asperezas por lo menos durante la competencia, fue en vano. “Retiran las tropas o retiro a los atletas”, fue el mensaje desde Estados Unidos. Todo atleta estadounidense que pretendiera darle la espalda a la decisión gubernamental, le sería retirado el pasaporte. La mayor justa deportiva en el mundo, tendría tintes permanentes de ideología burocrática.

En el resto de Europa, la situación tuvo un final elegante lejos de toda polémica. El comité olímpico europeo recomendó a sus países miembros participar sin bandera propia ni himno nacional. Una insignia blanca neutral abanderaría a los atletas participantes. Holanda, Dinamarca, Suiza, Francia, Gran Bretaña, Suecia, Italia y Austria decidieron participar bajo esta recomendación. El mundo se partía en medio del discurso de unión que el olimpismo promovía desde siempre. Ocho participantes del viejo continente reafirmaron su compromiso con el deporte mundial, sin necesariamente tener que estar de acuerdo con el socialismo impuesto desde la URSS.

En total hubo 80 participantes, muchos de ellos ayudados financieramente por la URSS con la misión de tener un holgado número de países en la justa. Así, con pérdidas irrecuperables en sponsors, muy por debajo de la cantidad de turistas esperada, el 19 de julio de 1980 se dio inicio la fiesta olímpica en el Estadio Lenin bajo el lema “Modestia y comodidad” con 103,000 personas abarrotando el inmueble. La URSS era el centro del mundo partido, donde grandes historias se contarían.

Aquellos juegos fueron los últimos de la gran Nadia Comaneci, lejos de aquella carita de niña y de los movimientos audaces que la consagraron con un diez perfecto en Montreal 76. Se cayó de las barras asimétricas, pero obtuvo una merecida y recordada medalla de oro en el piso. En la pista, el duelo entre los británicos Sebastián Coe y Stephen Owett. Los dos ganaron medalla dorada en distintas competencias, la batalla de dos colosos quedó igualada. En el ring, el mítico fiel a la causa Teófilo Stevenson, volvió a ser campeón olímpico. El cubano conquistó su tercer oro consecutivo con 28 años de edad. "Por nada del mundo me haré profesional. La Revolución me hizo boxeador y a ella me debo", contestaba el pugilista ante las constantes preguntas sobre el siguiente paso.

Con el mural dibujado en la grada del osito Misha derramando una lágrima, la ceremonia coronó unas olimpiadas dominadas por las 195 medallas de la URSS. Solo 631 preseas se repartieron entre 36 países, la cifra más baja registrada nunca en la historia de Juegos Olímpicos. El boicot sería la punta de lanza de serios enfrentamientos de la Guerra Fría. Cuatro años después, la venganza soviética se presentaría con el boicot a las olimpiadas de Los Ángeles. El Estadio Lenin, teñido de rojo, dijo adiós a unos juegos empañados por la burocracia de un mundo que no se acababa de entender entre sí.

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