Andy Murray, el héroe que se cargó a un país entero

08/07/2013 - 12:00 am

 

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Ciudad de México, 8 de julio (SinEmbargo).- David Cameron, primer ministro británico, tiene el cuello apretado por una corbata azul. Horas antes había mandado un mensaje climatológico para que el cielo quitara ese tono gris y el sol pudiera ver al tenista Andy Murray jugar la final de Wimbledon frente a Novak Djokovic, el número uno del mundo. Desde el verano del año pasado, Murray se convirtió en un símbolo británico cuando ganó la medalla de oro olímpica en esa misma cancha.

En 2012, previo a la justa veraniega. Andy Murray no pudo hablarle a su público tras perder la final frente a Roger Federer. Al escocés se le cerró la garganta cuando tuvo que dirigirse a todo un país que tenía en su raqueta la ilusión de ver a un británico ganar el torneo del All England Club. Murray, un chico de un pequeño pueblo, es tímido fuera de la cancha. A sus 26 años, se ha logrado meter en el lugar en que Djokovic, Federer y Nadal están encumbrados desde hace años. Con un juego que ha ido avanzando con el paso de los años, Andy volvía a cargarse a un país en sus hombros.

Jugarle bien a Djokovic es casi un atrevimiento del que muy pocos son capaces de hacerlo. En el mítico césped de la cancha central, una grada repleta de británicos se entregó a su héroe. La catedral bramaba como pocas veces lo ha hecho en la historia. Desde todos los ámbitos, la noticia era ver jugar a Murray con la esperanza de recobrar algo que desde 1936 no sucedía. Rick Perry fue el último nativo de la isla en ser campeón en el Grand Slam más antiguo del mundo. Una estatua de él adorna los pasillos del complejo tenístico.

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Con toda esa mística en el aire, la final se convertió en interés nacional. Había celebridades que se entregaron al nacionalismo. Durante esta edición, Murray provocó que jueces de silla tuvieran que pedir silencio y respeto a una afición que se le olvidó de la tradición de buenos modales para entregarse a la pasión que sólo el deporte genera. El chico espigado tomó el mismo legado del año pasado prometiéndose a sí mismo, que cuando le tocará hablar al micrófono, su garganta no se cerraría y alzaría tan añorada copa.

En el ambiente olía a historia. Si Djokovic ganaba sería su séptimo título en Wimbledon, si Murray vencía, la maldición de la que tanto se quejan los británicos amantes del tenis, desaparecería. Andy estuvo pletórico, como se tiene que estar para ganarle a un atleta inconmensurable como Nole. Con dos sets abajo, Novak comenzó el tercero dando señales de otro regreso memorable como en innumerables ocasiones lo ha hecho ante el asombro del mundo. Sin embargo, hay escritos de la historia imborrables, hoy fue uno de ellos.

El cielo se abrió tal como lo había pedido Camerón. El sol obligó a los jugadores a usar gorra. Dos súper atletas vestidos de blanco intercambiaron golpes por un poco más de tres horas. Andy alzó a un país sobre sus hombros y les regresó la gloria. Nole, tan eficiente como educado, aplaudió y acompañó la alegría de la grada. El último punto que lucia interminable, acabó con el británico soltando la raqueta para llevarse las manos al rostro. Murray tomó el micrófono, y con la garganta abierta agradeció, mientras comenzaba una fiesta nacional.

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