Alejandro Calvillo
09/09/2023 - 12:05 am
Entre el Museo de Cheetos y la FILUNAM con Coca-Cola
«No se trata solamente de un recinto dedicado a un personaje que publicita a niñas, niños y adolescentes un producto no saludable, se trata de la invasión de publicidad y presencia de todos estos productos en todo el medio ambiente donde crecen y se desarrollan nuestras jóvenes generaciones».
La entrada al templo de la pirámide monolítica de Malinalco representa las fauces abiertas de una gran serpiente, es decir, al entrar se entra al interior de esas fauces. Todo guarda un simbolismo que tenía que ver una de las formas de cosmovisión prehispánica. Se explica que, en ese templo, que se encuentra en lo alto de la montaña que domina la población de Malinalco, se llevaban a cabo las ceremonias en las que se daba iniciación a los guerreros águila y jaguar.
En la colonia Roma, hay una fauce similar, por la cual los niños pueden entrar. Se trata de la fauce de un felino, de un chita. Adentro, niños y niñas pueden vivir un nuevo mundo tecnológico, diversas experiencias, pasar por un laberinto de luces y sonidos con el que pueden interactuar, pasar por “un túnel de limpieza” para después llegar a un espacio en el que pueden cambiar su apariencia y registrarla en imágenes que les servirán para el recuerdo.
La fauce por la que entran al recinto es la del Chester Cheetos, personaje de Cheetos, producto de la empresa PepsiCo. El espacio es llamado “Cheesyverse”, también conocido como el museo de los Cheetos. Los visitantes pueden jugar con las diversas versiones del producto, pueden fabricarlo y sin duda, comerlo. Y como explica el comunicado de la empresa PepsiCo, propietaria de Cheetos, la persona que lo visite: “inevitablemente se adentrará a una gigante y rica bolsa de Cheetos enfrascada con el polvo naranja que tanto nos gusta”.
La respuesta de Cheetos, que no es más que la respuesta de Frito-Lay, empresa de PepsiCo, a los llamados del Fondo de Naciones Unidas por la Infancia (UNICEF) y de la Organización Mundial de la Salud (OMS) de no realizar publicidad dirigida a la infancia de productos no saludables, así como la respuesta a las medidas tomadas por el gobierno mexicano para retirar estos personajes de los empaques y publicidad de productos no saludables, es un acto de confrontación, de desafío, de falta total de ética. No sólo no atiende las recomendaciones, actúa en sentido contrario, instalando un recinto en la Ciudad de México con su personaje Chester Cheetos.
Desde 2008, hace 15 años, PepsiCo, como parte de la Asociación Internacional de Alimentos y Bebidas (IFBA, por sus siglas en inglés), dirigió una carta a la directora general de la Organización Mundial de la Salud, la Dra. Margaret Chan, diciendo textualmente: “cada miembro de IFBA se compromete a promocionar sólo aquellos productos que cumplen los criterios específicos de nutrición basados en evidencias científicas aceptadas o directrices dietéticas nacionales e internacionales aplicables, a los niños menores de 12 años”.
¿Acaso Cheetos cumple con los criterios de nutrición basados en evidencia científica para ser publicitados a menores de 12 años? Todo lo contrario, la gran cantidad de grasas, principalmente de grasas saturadas, de sal y de aditivos químicos como colorantes, saborizantes, aromatizantes, convierten a este producto en uno de los peores promocionados para niños, niñas y adolescentes, en un país que vive uno de los más graves daños en salud por el alto consumo de productos ultraprocesados: sobrepeso, obesidad, diabetes, enfermedades cardiovasculares, etc.
No se trata solamente de un recinto dedicado a un personaje que publicita a niñas, niños y adolescentes un producto no saludable, se trata de la invasión de publicidad y presencia de todos estos productos en todo el medio ambiente donde crecen y se desarrollan nuestras jóvenes generaciones, en las calles, en los medios masivos, en sus celulares, tabletas, en sus barrios, hasta en sus escuelas.
Los grandes y elocuentes compromisos de autorregulación de las grandes corporaciones han sido solamente formas de maquillaje para evitar que los gobiernos establezcan prohibiciones siguiendo las recomendaciones internacionales. La propia Dra. Margaret Chan, en su momento directora de la OMS, al constatar una y otra vez estas estrategias, los compromisos que le hacían las corporaciones y que no cumplían y los daños que estos productos estaban provocando en la salud de la población, junto con el tabaco y el alcohol, diría su frase célebre ante la Asamblea Mundial de la Salud, ante los ministros de salud de los gobiernos del mundo: “Los mosquitos no tienen grupos líderes y de cabildeo. Pero la industria que contribuye al aumento de las Enfermedades Crónicas No Transmisibles sí los tienen. Cuando las políticas de salud pública interfieren en los intereses económicos creados, nos enfrentamos con una gran oposición, una oposición muy bien orquestada y una oposición muy bien financiada”.
Esta estrategia de autorregulación de las corporaciones para parecer que hacen algo para no hacer nada y mantenerse con sus prácticas predatorias, es acompañada de otras, como la de cooptar a las instituciones académicas para neutralizarlas y usarlas como un medio de legitimación y promoción. Hay varios ejemplos, en el caso de Coca-Cola colaborando con la Fundación UNAM y financiando investigaciones. Hace unos días destacó la colaboración de nuestra máxima casa de estudios, la UNAM, con esta empresa, al realizar un acuerdo, para su Feria Internacional del Libro de los Universitarios y ofrecer los productos de la refresquera para la hidratación de los estudiantes y visitantes a esta feria. Las críticas en las redes, llevaron al Facebook de Libros UNAM a retirar las imágenes de jóvenes bebiendo Coca-Cola.
Todo ocurre en la capital de un país que presenta uno de los mayores índices de sobrepeso y obesidad infantil, con el mayor consumo de productos ultraprocesados en América Latina. En un país donde los niños tienen una esperanza de vida menor a la de sus padres por la mala alimentación, donde se estima que uno de cada dos va a desarrollar diabetes a lo largo de su vida, si no cambian sus hábitos alimentarios. La prohibición de la presencia de estos personajes en los empaques de productos debe extenderse a todo tipo de mercadeo, como lo recomiendan la OMS y UNICEF.
UNICEF señala: “Los niños y las niñas merecen vivir, aprender y jugar en espacios donde los alimentos nutritivos y asequibles estén disponibles para todos. Deben ser protegidos de la promoción de alimentos y bebidas no saludables.
Existen alternativas en nuestra ciudad, pero no tienen difusión, no tienen publicidad, como la que si tiene la chatarra. Se trata de lugares de aprendizaje y no de enajenación. Hace dos años se inauguró en Los Pinos el “Cencalli, la Casa del Maíz y la Cultura Alimentaria”, un museo vivo, conformado por ocho salas de exposición dedicadas a pensar, valorar y divulgar la cultura alimentaria nacional, que se ha dañado fuertemente por la invasión de la chatarra. El Cencalli se centra en la cultura de la milpa, del maíz, de su historia. Se puede uno adentrar en el desarrollo de 9 mil años de agricultura que llevo al teocintle, una vaina con unos pocos granos, a la gran diversidad de maíces criollos que tenemos, un proceso que Octavio Paz reconoció como un invento más importante que el fuego.
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