Author image

Susan Crowley

20/08/2022 - 12:04 am

Sibelius y mi madre

“Espero que yo pueda conciliar esas imágenes y transmitirlas a otros y a otras. Invocar el alma en otros seres y acompañarlos en este gozo absoluto que es escuchar, leer, observar y llenarse de esos inexplicables instantes”.

La vida está llena experiencias que nos forman, en ellas anida el secreto de lo que somos y por qué lo somos. El verdadero conocimiento trata de vivencias y brota en nosotros como una fuente inagotable de información. Por el contrario, la erudición suele ser una impostura; falsa sensibilidad y a veces oportunismo ya que carece de vivencias. La memoria es un músculo que se ejercita a través de lo vivido. Quien tiene la habilidad de guardar datos “duros” y exhibirlos para impresionar es un falso propagador, un abusivo que desconoce el verdadero conocimiento como no sea por el impacto que causa.

La sabiduría es contagio, generosidad, gratuidad. Es la capacidad de poner en resguardo nuestras sensaciones, emociones y sentimientos y traerlos al presente en ciertos momentos, los llamamos recuerdos. ¿Cuándo y en dónde vimos esa pintura que nos cambió la vida?, ¿cuándo y en dónde escuchamos esa sinfonía que nos hizo pensar distinto?, ¿en qué momento leímos aquel libro cuya narración nos llevó a oler y saborear o a descubrir que el amor es la más grandes de todas las experiencias?

Los datos se guardan en el cerebro, los recuerdos se almacenan en el alma. Y es en ella en la que aparecen las imágenes que nos emocionan o incluso nos causan un leve temblor. Instante que detiene su trayectoria lineal (la del reloj), para iniciarnos en un trayecto circular (el de la experiencia). Una especie de espiral que permanece y al mismo tiempo transita en forma ascendente y que se descubre en el cuerpo por ese temblor inexplicable.

Un recuerdo nunca brota de la misma forma, las imágenes que guardamos no son estáticas porque nosotros tampoco lo somos. Cuando vivimos una experiencia, somos de una forma; cuando esa experiencia acude a la memoria, somos otros. Y siempre seremos otros, cambiamos todo el tiempo, hasta que morimos. Por lo tanto, lo que pareciera el mismo recuerdo, no lo es. La memoria es móvil y nosotros somos móviles. Me viene a la mente la imagen a la que suelo acudir cuando trato de ejemplificar esta idea: el móvil del artista norteamericano Alexander Calder. Se trata de un conjunto de piezas que están sostenidas por una línea (hilo) gracias a la cual “flotan” en el vacío. Pero ni ellas flotan, ni el espacio en el que están está vacío. Todo es un lleno de cualidad y de energía. Eso es la vida, una línea con muchas posibilidades que se sostiene a partir de la experiencia que es conocimiento.

Mi madre, sabia, me dejó relinchar como un caballo loco hasta que un día me paró en seco y con su inteligencia amorosa logró despertar en mí la curiosidad y el asombro. Foto: Susan Crowley.

El verdadero conocimiento no necesita hacer nada para que perdure y acuda a nosotros. Basta con desearlo o bien, con que un olor, un sabor, una imagen lo inciten. Como un rapto, en el momento en el que surge, nos roba para trasladarnos a “ese otro espacio” que es el de la cualidad pura. La cualidad como sustancia adquiere muchas formas y el arte es el ámbito propicio para que esa sustancia se manifieste. El arte, cuando en verdad lo es, aparece como la forma más pura de conocimiento.

He vivido con Susana, mi madre, muchos, muchísimos de estos momentos. Si no fuera por el infinito amor que ella le ha tenido al arte y que desde que yo era muy pequeña me transmitió, no como una educación, sino como el simple deseo de compartir, no podría haber hecho mía esta pasión. No existe una educación verdadera que no esté cargada de amor y el amor es una forma de experimentar la vida.

El primer recuerdo que me asalta es el de verla llorar con Madame Butterfly de Puccini. Otro, cuando me vio emocionada con el Liebestod de Tristan und Isolde. Luego vino mi adolescencia de insoportable contradicción. Mi madre, sabia, me dejó relinchar como un caballo loco hasta que un día me paró en seco y con su inteligencia amorosa logró despertar en mí la curiosidad y el asombro. Pasados los años de inmadurez, llegó la amistad y la protección mutua cargada de vivencias; especialmente la música, que es su universo y el que agradezco me haya compartido. ¿Cómo olvidar esa temporada completa de Mahler en Bellas Artes bajo la batuta de Eduardo Mata? Es una imagen viva, cercana y que siempre vendrá a mí cargada de emoción. Con su hermoso pelo negro siempre alborotado y extasiada. Hoy, gracias a Susana, tengo la suerte de haber vivido el arte como un acto de amor y una experiencia de conocimiento.

En cada página de En busca del tiempo perdido, Marcel Proust aborda el arte con la misma intensidad y magia con la que mi abuela y después mi madre me inculcaron que cada acto significativo es un artículo de primera necesidad. Mi madre me atrapó con su forma de hablar, de contar historias, con su gran generosidad. Lejos de impartir una educación, me atrajo a su mundo y me hizo su compañera en todos aquellos deleites que siempre vendrán a mí con la misma intensidad, sin tiempo. Son mi colección de presencias y no tienen precio. La sabiduría no se puede comprar ni vender, es un don de la vida que nos llega con su infinita gratuidad.

Hace poco mi madre experimentó un percance físico que la puso en riesgo. Foto: Susan Crowley.

Hace poco mi madre experimentó un percance físico que la puso en riesgo. Estuvo hospitalizada con las consecuencias que esto representa. Llegó a la casa en estado delicado. Ella misma se sentía enojada con su falta de memoria de las cosas mínimas Francamente, nos tenía preocupados a todos sus hijos. Pero en el momento en el que escuchó la quinta sinfonía de Sibelius, su favorita del autor, porque hay que decirlo, tiene cientos de otras favoritas, su rostro se transformó. Empezó a hablar con pasión y una lucidez asombrosa, volvió a ser la madre maestra.

Cada vez que escucho una obra que me emociona, sé que Susana está ahí y que siempre estará ahí. Espero que yo pueda conciliar esas imágenes y transmitirlas a otros y a otras. Invocar el alma en otros seres y acompañarlos en este gozo absoluto que es escuchar, leer, observar y llenarse de esos inexplicables instantes.

A fin de cuentas, la sabiduría es amor y es contagio, es inmanencia que surge cuando es auténtica y es una vibración infinita, cualidad pura. Susana va a estar siempre conmigo como una celebración de su vida y claro, de la de mi abuela, la mía y la de todos esos seres que son capaces de construir su existencia como verdaderos coleccionistas de vivencias.

@Suscrowley

Susan Crowley
Nació en México el 5 de marzo de 1965 y estudió Historia del Arte con especialidad en Arte Ruso, Medieval y Contemporáneo. Ha coordinado y curado exposiciones de arte y es investigadora independiente. Ha asesorado y catalogado colecciones privadas de arte contemporáneo y emergente y es conferencista y profesora de grupos privados y universitarios. Ha publicado diversos ensayos y de crítica en diversas publicaciones especializadas. Conductora del programa Gabinete en TV UNAM de 2014 a 2016.
en Sinembargo al Aire

Opinión

más leídas

más leídas