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Alejandro Calvillo

03/08/2022 - 12:05 am

Una nación enseñando a enfermar y contaminar

«En el próximo ciclo escolar, que está por iniciar, todo indica que se volverá a la normalidad, pero ya no debe ser a la vieja normalidad, debe ser a una nueva normalidad en que tengamos escuelas saludables y limpias (…)».

Ese día recolectamos la basura que habían generado alrededor de 400 alumnos durante la jornada escolar. La basura puede ser una buena fuente de información para el estudio de una comunidad, una familia o, en su caso, una escuela. Las nutriólogas calcularon el contenido calórico de los productos que fueron consumidos y cuya huella estaba en los envases y empaques desechados por los alumnos. El total de las calorías se dividió entre el total de los alumnos que asistieron ese día a clases y se encontró que el promedio de lo que cada alumno consumió ese día fue de ¡550 calorías!. Y no se trata de un caso extraordinario, de una escuela de glotones, de chatarreros de profesión, se trata de una realidad que ocurre en la mayor parte de las escuelas del país. Esto, desgraciadamente, se ha convertido en una normalidad, esta es la realidad de las escuelas en uno de los países con el mayor consumo de comida chatarra y bebidas azucaradas y con uno de los más altos índices de sobrepeso y obesidad infantil. Dos estudios elaborados por el Instituto Nacional de Salud Pública, uno de 2010 y otro de 2014, calcularon un consumo similar de calorías, alrededor de 500 calorías por alumno al día.

¿Pero qué representa el consumo de 500 calorías al día en la jornada escolar para nuestras niñas y niños?  La recomendación de consumo calórico al día para un escolar de 12 años puede andar en alrededor de dos mil calorías. Y esas 500 kilocalorías consumidas por una chica o un chico cada día en la escuela son extras a las consumidas en el desayuno, la comida, la cena y cualquier botana en la tarde. Hay que partir del hecho de que si consumimos tan sólo 100 calorías de más al día podemos llegar a subir cinco kilogramos de peso al año.

El Instituto Nacional de Salud Pública ha señalado que las escuelas son ambientes obesogénicos, es decir, ambientes que promueven la obesidad en los escolares. No se trata de ignorar que los hábitos en el hogar, en las familias, no son importantes, pero es necesario reconocer el tiempo en que pasan los escolares cautivos dentro de los planteles y el consumo promedio, día a día, de tres o más productos chatarra, encabezados por alguna bebida endulzada.

Lo otro que se demuestra al analizar la basura es el impacto ambiental de los plásticos, de los envases y envolturas de esos productos. Si las escuelas han sido consideradas ambientes obesogénicos, también son ambientes plastigénicos, por lo tanto, productores de obesidad y desechos plásticos. Y esto es lo que se está enseñando en las escuelas, no en teorías, en la práctica.

En lo que podemos llamar la “auditoria” que realizamos en julio pasado en la que obtuvimos la basura de una jornada escolar de 400 alumnos contabilizamos mil 711 residuos, de los cuales mil 238 correspondían a productos etiquetados de juguitos, leches con azúcar y saborizantes, dulces, galletas, pastelillos y frituras. Los residuos generados por esta escuela y, en general, por la mayor parte de las escuelas del país, son principalmente plásticos que pueden tardarse en desintegrar hasta más de 400 años. Y no es que se desintegren y ya no hay problema. En su proceso de degradación, los plásticos liberan una gran cantidad de compuestos químicos tóxicos para el medio ambiente y la salud que entran en las cadenas alimenticias.

Ahora estamos sumergidos en una campaña multimillonaria de las corporaciones de la comida chatarra y las bebidas endulzadas para generar la percepción de que no hay problema con los plásticos, solamente hay que reciclarlos. Y el reciclaje es una gran mentira: poco del plástico se puede reciclar y el que se recicla se degrada y no puede volverse a usar para el producto de origen más que en un porcentaje pequeño, requiriendo mezclarse con nuevo plástico, plástico virgen. Y nada se dice que para reciclar se consume energía y se consume agua. Entonces para que sigamos consumiendo comida chatarra y bebiendo lo que nos enferma, se seguirá derrochando en recursos energéticos, agua y emitiendo contaminantes.

Sin embargo, en las escuelas hay alternativas. En todo el mundo surgen las iniciativas para reconvertir a las escuelas en lo que deben ser, espacios de educación. Es decir, todo acto que ocurre al interior de una escuela debe ser un acto educativo. Se realizan las compras de alimentos saludables para las escuelas a los productores locales, fortaleciendo las economías locales y las tradiciones alimentarias, desarrollando y protegiendo el gusto de los escolares. A los niños ya no se les lleva a visitar las plantas de Coca Cola o de Bimbo, se les lleva a huertos a sembrar y cosechar. Con la basura orgánica se les enseña a hacer composta, de donde sale el abono para las plantas. Se les enseña sobre cómo se mantiene la fertilidad de la tierra y se siembran los alimentos.

Acabamos de ir a instalarnos frente a la Secretaría de Educación, llevamos la basura de esa jornada escolar y presentamos la información. Apoyamos públicamente a la autoridad educativa para que presente los lineamientos para alimentos y bebidas en las escuelas que sabemos han preparado, demandamos a los legisladores avanzar en la iniciativa que ya aprobó la Comisión de Salud de la Cámara de Diputados para reformar la Ley de Educación para que quede asentado en la ley la protección de la salud alimentaria escolar y llamamos a la propia autoridad de la Secretaría de Educación Pública y de la Secretaría de Medio Ambiente llevar adelante el convenio de colaboración que firmaron con el fin de realizar acciones para lograr escuelas limpias y sustentables a nivel nacional.

En el próximo ciclo escolar, que está por iniciar, todo indica que se volverá a la normalidad, pero ya no debe ser a la vieja normalidad, debe ser a una nueva normalidad en que tengamos escuelas saludables y limpias y en la que niñas y niños puedan reconectarse con la salud y el planeta.

Alejandro Calvillo
Sociólogo con estudios en filosofía (Universidad de Barcelona) y en medio ambiente y desarrollo sustentable (El Colegio de México). Director de El Poder del Consumidor. Formó parte del grupo fundador de Greenpeace México donde laboró en total 12 años, cinco como director ejecutivo, trabajando temas de contaminación atmosférica y cambio climático. Es miembro de la Comisión de Obesidad de la revista The Lancet. Forma parte del consejo editorial de World Obesity organo de la World Publich Health Nutrition Association. Reconocido por la organización internacional Ashoka como emprendedor social. Ha sido invitado a colaborar con la Organización Panamericana de la Salud dentro del grupo de expertos para la regulación de la publicidad de alimentos y bebidas dirigida a la infancia. Ha participado como ponente en conferencias organizadas por los ministerios de salud de Puerto Rico, El Salvador, Ecuador, Chile, así como por el Congreso de Perú. el foro Internacional EAT, la Obesity Society, entre otros.
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