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Violeta Vázquez-Rojas Maldonado

04/07/2022 - 12:04 am

Un mundo sin mañaneras

«Nos gusten o no las mañaneras, lo cierto es que esa práctica diaria ha contribuido a un modelo distinto de comunicación, contrastante con las prácticas de sexenios anteriores, y ha disputado a los medios hegemónicos lo que Herman y Chomsky llaman la manufactura de la opinión pública».

Cuando empezó este sexenio y vimos que López Obrador estaba determinado a ofrecer una conferencia de prensa cada mañana, como lo había hecho cuando fue Jefe de Gobierno del Distrito Federal, entre la incredulidad y el desconcierto llovieron cientos de comentarios y sugerencias: que si las “mañaneras”, como se les conoce coloquialmente, eran foros de pontificación, polarización y propaganda, que si terminarían por desgastar la investidura presidencial, que si no habría sido mejor que sucedieran sólo una vez a la semana, que si el Presidente debía acercarse al menos una sillita, etc.

Ha transcurrido más de la mitad del tiempo de este Gobierno y las conferencias matutinas ni han cesado, ni han cambiado su frecuencia ni su formato. Hace unos días, un columnista de un diario de circulación nacional escribió: “Ya debe estar claro que lo único que sostiene al Gobierno de López Obrador es su conferencia mañanera. Si se omite este evento diario de propaganda y odio, no queda absolutamente nada”. Aunque difiero con el columnista en que las mañaneras sean “lo único” que sostiene al Gobierno de López Obrador, y me parece claro que llamarlas “evento de propaganda y odio” es una opinión sesgada sin fundamento racional alguno, coincido con él en la importancia de esta conferencia de prensa para el sostenimiento de un Gobierno que un día sí y otro también resiste los embates de la prensa corporativa. Pero además de servir como canal de comunicación directo del Presidente con la prensa y con su audiencia, las conferencias matutinas de López Obrador han tenido por lo menos tres efectos que han alterado el paisaje mediático y la manera como se hace comunicación política en este país. Estos efectos se notan en tres ámbitos: en el alcance de la información que antes se consideraba reservada, en cómo se determina la agenda mediática y en la circulación de más de una versión de los mismos hechos.

El primer efecto es que la conferencia matutina ha debilitado el periodismo de filtraciones y trascendidos. En otros sexenios, lo que pensaba o decidía el Presidente era conocido únicamente por su círculo cercano. Las declaraciones públicas presidenciales, además de escasas, eran meramente formulaicas, discursos confeccionados cuidadosamente para que los mandatarios no dijeran de más y no presumieran de menos. La única manera en que los ciudadanos de a pie podíamos acceder a lo que realmente pensaba el Presidente era mediante los famosos “trascendidos”, que no es más que un eufemismo para referirse al rumor o, dicho vulgarmente, el chisme sin confirmación. Lo que verdaderamente ocurría en las conversaciones entre el Presidente y sus allegados era una auténtica caja negra, a la que sólo accedía un puñado de elegidos. Los dichos divulgados desde esta fuente, además, se debían tomar como un acto de fe, porque por definición nunca venían acompañados de evidencia. Desde el 3 de diciembre de 2018, sin faltar un solo día laboral, hay un ejercicio de comunicación en el que los periodistas interactúan directamente con el presidente, que recibe y contesta preguntas transmitidas en vivo a todo el país sin candados ni censura. Esta práctica diaria ha democratizado el acceso a la información -al menos la proveniente de la Presidencia- de modo que ya no puede ser manipulada por un círculo de afortunados. Alguien cercano a López Obrador lo describió una vez de un modo revelador: “lo malo de comer con el Presidente es que te cuenta algo en la mesa, uno piensa entonces que tiene información privilegiada, y al día siguiente cuenta exactamente lo mismo en la mañanera, frente a millones de mexicanos”. El modelo, pues, en el que sólo unos cuantos accedían a esta información directa, si bien no podemos decir que ha desaparecido del todo, sí ha cambiado drásticamente.

El segundo efecto de la mañanera en la comunicación pública es que la prensa corporativa ya no es la única que tiene control sobre lo que se dice y lo que no se dice. Como la producción y la transmisión de las conferencias del Presidente están a cargo del propio Gobierno, sus contenidos no están sujetos a las demandas y caprichos mercantiles que imperan sobre la prensa privada. En su ya clásico análisis de los medios de comunicación de masas, Manufacturing Consent, Herman y Chomsky afirman, con base en una serie de estudios de caso, que los medios privados son “grandes corporaciones que venden un producto (lectores y audiencias) a otras corporaciones (empresas publicitarias). Los medios de alcance nacional típicamente tienen como blanco la opinión de élite, grupos que, por un lado, proveen un perfil óptimo para propósitos publicitarios, y por otro lado juegan un papel en la toma de decisiones en las esferas privada y pública”. Es una obviedad que las conferencias matutinas no dependen de la publicidad para sostenerse pero además no van dirigidas a grupos específicos, sino a la población entera. De este modo, constituyen un modelo de comunicación altamente contrastante con los usos y costumbres de los medios privados, que basan su selección de temas y perspectivas de análisis en lo que les conviene políticamente y lo que les reditúa monetariamente. Es innegable que el propio Presidente es quien establece la agenda y decide de qué se habla en las conferencias matutinas, pero el formato de preguntas y respuestas deja un margen nada despreciable para que los reporteros hablen de los temas que consideren pertinentes (muchos de ellos, evidentemente, seleccionados desde la línea editorial de los medios para los que trabajan). También es cierto que el Presidente hace uso de su libertad de elegir si contesta una pregunta directamente o si desvía la conversación hacia arenas donde se siente más seguro, pero la audiencia más avezada sabe reconocer incluso en esta elección un acto de comunicación. En sexenios anteriores, la agenda de comunicación se decidía casi en su totalidad por los medios privados, aún cuando los gobiernos lograban incidir en esta agenda debido a contratos publicitarios y otras pagas de sobra documentadas. En contraste, el Gobierno actual puede poner directamente sus temas sobre la mesa, y la agenda nacional surge, no de una decisión corporativa, sino de la tensión que emerge entre los tópicos propuestos por los medios y los que se discuten en la conferencia matutina.

La tercera consecuencia de las conferencias diarias es haber roto con la hegemonía de la versión única difundida por los medios corporativos. Las conferencias matutinas sirven como contrapeso para las narrativas que se manejan desde la prensa privada. Incluso si somos escépticos de la versión presidencial, el poder ponderar diferentes perspectivas de una misma noticia contribuye a sanear el debate público. Importa no sólo que de un lado se diga que esto es blanco y del otro que lo mismo es negro, sino tener a la mano los argumentos y las evidencias que se ofrecen para sostener una postura y la otra. Si antes la opinión pública se forjaba en un balance desigual, donde la versión de la prensa tenía más peso y alcance que la de los medios independientes o la emergida directamente de movimientos populares, ahora la opinión pública se forja a partir de un ejercicio ligeramente -si bien no completamente- más equilibrado.

Nos gusten o no las mañaneras, lo cierto es que esa práctica diaria ha contribuido a un modelo distinto de comunicación, contrastante con las prácticas de sexenios anteriores, y ha disputado a los medios hegemónicos lo que Herman y Chomsky llaman la manufactura de la opinión pública. Si el Gobierno de López Obrador no contara con esta herramienta no sólo no gozaría de los niveles de aprobación que ahora tiene, sino que probablemente su legitimidad habría sido socavada a base de desinformación o campañas de miedo. Es entendible que los opositores al proyecto gobernante consideren las conferencias matutinas “foros de odio y propaganda”, al reconocer el papel toral que cumplen en la diseminación de información que a menudo se opone a la difundida desde los medios privados.

No es difícil imaginar un mundo sin mañaneras porque en él vivíamos hasta hace muy poco: un mundo en el que, como dicen Herman y Chomsky “el propósito social de los medios es inculcar y defender la agenda económica, social y política de grupos privilegiados que dominan la sociedad y el estado. Los medios sirven a este propósito de muchas maneras: mediante la selección de temas, la distribución de las preocupaciones, el enmarcado de los asuntos, el filtrado de la información, el énfasis y el tono, y manteniendo el debate dentro de los límites de las premisas aceptables”. Si bien el análisis de Herman y Chomsky es una explicación de la conducta y las motivaciones detrás de la prensa corporativa perfectamente aplicable al caso nacional, las conferencias matutinas diarias de López Obrador presentan ante ese modelo de negocio y propaganda un giro cuyo desenlace será de lo más interesante atestiguar.

Violeta Vázquez-Rojas Maldonado
Doctora en lingüística por la Universidad de Nueva York y profesora-investigadora en El Colegio de México. Se especializa en el estudio del significado en lenguas naturales como el español y el purépecha. Además de su investigación académica, ha publicado en diversos medios textos de divulgación y de opinión sobre lenguaje, ideología y política.
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