Tomás Calvillo Unna
08/06/2022 - 12:05 am
La tierra debería ser nuestro anillo de compromiso
«Antes, está el lugar sin palabras/ donde la comprensión/ no existe como tal;/ no se interpreta, ni se traduce».
I
Pretendemos someter el entorno
y terminamos por amputar la naturaleza;
en el mejor de los casos
la etiquetamos en las vacaciones.
Nuestra cultura la atropelló, la minimizó,
la dejó desahuciada
por una larga temporada.
No aprendimos a quererla,
la banalizamos.
Lo salvaje fue un equivocado epíteto
y muy costoso.
Todavía lo seguimos pagando;
y lo que perdimos, no se recupera:
esa proporción humana ya se esfumó.
Sin límites, no quiere decir barbarie,
sino potencial conocimiento.
Abusamos de nosotros,
la congestión es mental.
II
La prisa implícita del día a día
nos asfixia dentro
y nos precipita afuera;
descifrar esa esclavitud,
obliga a detener el reloj,
su imparable cuenta.
¿Cómo confiar en el no tiempo
que también llevamos?
El segundo que vivimos se despliega
para darnos minutos, horas,
días, meses, años.
Este segundo conoce nuestro nombre,
es la identidad cuántica;
el parpadeo de un Dios
que no deja de ser extraño
aún en la imaginación
y en la misma fe del creyente.
III
Cada momento
es un diamante completo,
y solo experimentamos
una de sus múltiples caras.
Las incisiones de luz en sus ángulos
asemejan minúsculas letras;
el origen ígneo de la escritura,
como la plata, el oro, el hierro;
huellas de fuego milenario,
trazos de una danza inverosímil
que descubrimos cierta.
El fresco viento desprende las hojas;
el libro de los sueños
incinera sus pesadillas:
truculentos agiotistas de lo deseos
que irrumpen en cualquier instante.
IV
Al umbral del día
con la frente tocamos el piso
y recordamos nuestra circunstancia.
Los hábitos de la enajenación ganan,
se imponen, vamos en automático,
enganchados al circuito de los algoritmos,
que consumen los estertores
de un universo reducido
a exprimir las ganancias
de las tramas y sus nudos.
Es vital rescatarse, focalizar
y no perder el hilo
de la respiración.
Ahí están los secretos
para caminar,
sin demasiadas caídas.
Es incluso el idioma requerido;
el abecedario
del más allá:
aquello invisible
que va esculpiéndose
con el cincel
de las palabras íntimas.
Las que pronunciamos
ante el abismo de la finitud,
con el poder único
del corazón,
cuya renuncia a poseer
es la desnudez primigenia
que reconoce el origen
de su desafiante gratuidad.
V
Henos aquí ocupados en la sobrevivencia
y sus múltiples inercias;
apenas logramos en ocasiones,
recuperar el azoro y sus cielos
que diseñan horizontes;
dispersos y juntos,
en el milagro contundente
del existir.
Este extraordinario fenómeno
que nos determina de pies a cabeza.
La visión que buscamos oprimir y suprimir;
por un temor telúrico,
al sabernos invitados, solo invitados;
seres pasajeros, que continuamente
nos despedimos.
VI
Ocultamos la franqueza
que nos provoca estar absortos;
incluso, en ocasiones, vencidos.
En espera de un signo
o al menos un guiño
que solemos considerar como fortuna.
Antes, está el lugar sin palabras
donde la comprensión
no existe como tal;
no se interpreta, ni se traduce.
En esos márgenes hay que permanecer,
ahí descubrimos que somos vigías,
incluso, sin buscarlo.
¿Vigías de qué?
Es una terca pregunta que nos representa,
una última trinchera del saqueado mundo.
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